
Opinión
Mentiras, odios y descalificaciones
Una política de mentiras, odios y descalificaciones, a lo único que nos conduce, es a estimular retaliaciones, violencia, a debilitar la autonomía de los poderes públicos y a que, al final, se imponga la absurda ley del más fuerte.
Un grave daño que algunas personas con poderes políticos, sociales y estatales le hacen a Colombia y a otros países, son sus permanentes mentiras y manifestaciones de odios y descalificaciones contra todas aquellas personas que, por una u otra razón, piensan y se expresan de manera diferente.
Ese negativo y absurdo comportamiento va contra los principios fundamentales de la democracia y la convivencia pacífica, bases fundamentales de la paz, la reconciliación y los derechos humanos.
Pensar y expresarse de manera diferente no le da derecho a ninguna persona, por importante que sea, a promover la política de las mentiras de los odios y las descalificaciones, porque dicha política a lo único que ha conducido en la historia de los pueblos es a las guerras y a la práctica de las persecuciones, discriminaciones, polarizaciones y desapariciones forzadas.
Por principios éticos y democráticos no podemos aceptar, en Colombia ni en ninguna parte del mundo, la absurda política de las mentiras, de los odios y descalificaciones. Kant, en su obra Fundamentación de la metafísica de las costumbres, hace una condena a la mentira: “La mentira es la mayor violación del deber hacia uno mismo y hacia los demás”. Considera la mentira como un atentado contra la dignidad humana y la difamación como un doble acto de injusticia: una mentira y un daño intencionado a otra persona.
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En De Mendacio (Sobre la mentira), San Agustín profundiza sobre la inmoralidad de la mentira y su efecto dañino: “Una mentira que no busca el bien, sino que causa daño, especialmente al alma del prójimo, es peor que una mentira por ignorancia”. Para él, la mentira daña la reputación y el alma de otra persona.
Una política de mentiras, odios y descalificaciones, a lo único que nos conduce, es a estimular retaliaciones, violencia, a debilitar la autonomía de los poderes públicos y a que, al final, se imponga la absurda ley del más fuerte. El comportamiento de estar estimulando mentiras, odios y descalificaciones, violenta también el derecho constitucional de las personas a su intimidad y buen nombre.
Como persona que he venido promoviendo la cultura de saber unirnos en la diferencia, de la convivencia pacífica, la reconciliación y el desarme de la palabra, no niego que —en lo personal— me preocupa mucho que, día a día, lo que se viene imponiendo en Colombia es la irresponsabilidad de promover mentiras, odios y descalificaciones.
En ese camino no voy a desfallecer, y como el mal de la mentira, el odio y la descalificación ha durado mucho tiempo, estoy seguro de que muy pronto lo que perdurará en Colombia —si así nos empeñamos— es la verdad, el diálogo y entendimiento entre diferentes. Lo mismo que la paz, el perdón y la reconciliación nacional.
Ese es, por ejemplo, el gran reto que tienen nuestros candidatos y candidatas a la presidencia de la República en las elecciones de mayo del 2026.
No olvidemos que, en Colombia, como en otras partes del mundo, lo que más necesitamos son personas que promuevan públicamente la cero tolerancia con la política de odios, falsedades y descalificaciones; que prefieran perder con su comportamiento ético unas elecciones y espacios de poder político, social y estatal, antes que estar promoviendo injurias y descalificaciones contra personas que a veces ni siquiera conocen y, ni siquiera, han dialogado con ellas alguna vez en su vida.
¡Qué ironía! Esa actitud en algunas personas de derecha, centro o de izquierda en Colombia, en nada les distingue de la irracionalidad de los grupos armados ilegales y de algunas sectas racistas y macartistas, que con una capucha se cubren el rostro, a fin de justificar sus mentiras, odios, descalificaciones y prácticas violentas.
Como persona que por principios éticos defiendo la cero tolerancia con la corrupción, el despilfarro, la violencia, las desigualdades sociales y los contaminadores ambientales, invito a las personas de la diversidad política y social a unirnos en la diferencia, a fin de contribuir en Colombia al desarme de la palabra, la eliminación de la negativa práctica de la mentira, del odio y la descalificación, y para poder avanzar hacia el logro de una política de convivencia pacífica y reconciliación nacional.