OPINIÓN

Mi solidaridad con Coronell

El historial de respeto de la libre expresión del que he sido testigo privilegiado, y la forma en que el propio Felipe López lo ha enarbolado con grandeza, me obligan a cuestionar la cancelación súbita de la columna de Daniel Coronell.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
2 de junio de 2019

Desde febrero de 2009, fecha en que me vinculé como columnista a esta revista, hasta esta semana, he escrito 561 columnas, más de 28 millones de caracteres, con la pretensión, unas veces más lograda que otras, de entregar a los lectores un artículo que asimile la espesa realidad colombiana a través de la sátira o el humor. Esta vez no pude hacerlo de esa manera. La abrupta decisión del dueño de esta empresa editorial de suspender de un tajo la columna del periodista Daniel Coronell, a quien expreso mi solidaridad, me produjo una tristeza reflexiva por culpa de la cual prefiero exponer mis puntos de vista en tonos menos alegres: a lo mejor parecidos a los momentos que atravesamos.

Cualquiera que haya formado su criterio periodístico al lado de Felipe López, como es mi caso, sabe que la libertad de expresión es el máximo pilar sobre el que reposa el oficio editorial: el mayor baluarte que los periodistas debemos defender, y a la vez la garantía mínima que debemos exigir, para poder adelantar con altura el trabajo del periodismo.

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No digo en vano lo anterior. A lo largo de estos diez años, y de otros más en que trabajé para Publicaciones Semana como director de la revista SoHo, no solo he podido gozar de una libertad absoluta para expresar opiniones y adelantar ocurrencias de alto voltaje, sino que, en momentos cruciales, esta casa editora ha salido en mi defensa para ayudarme a sortear demandas, denuncias o amenazas. Y lo ha hecho sin titubeos.

El historial de respeto de la libre expresión del que he sido testigo privilegiado, y la forma en que el propio Felipe López lo ha enarbolado con grandeza, me obligan a cuestionar la cancelación súbita de la columna de Daniel Coronell, a mi juicio el mejor columnista de esta revista, y, a juicio de consistentes estudios, el más leído: encuentro profundamente equivocado el hecho de haberlo expulsado de estas páginas y la manera en que se dio la conversación que acabó prescindiendo de los servicios de su pluma extraordinaria.

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Desde siempre he comprendido que respetar la libertad de expresión consiste en soportar las palabras que nos cuestionan, no las que nos elogian. La SEMANA que conozco es la que permite y publicita una columna que la controvierte; no la que, en situaciones posteriores, y en un gesto autocrático y anacrónico, propio de los tiempos en que el periodismo tradicional lo permitía, despide de manera fulminante a un columnista, pasando incluso por encima del director de la revista, a quien con ello desdibuja.

No son estos los manejos que exigen los tiempos de hoy, ni son esas salidas las que conozco del grupo editorial en que he trabajado casi dos décadas.

El jefe de un periodista no es el dueño del medio para el que trabaja, sino sus lectores; el patrimonio real de una empresa editorial no son sus bienes y utilidades, sino su independencia y su credibilidad. Y después de este incidente, ese patrimonio ha quedado abollado.

Ante esa situación, quiero protestar públicamente. Considero que lo que haga –o piense hacer– un columnista con su espacio, es problema del columnista. Pero la forma en que reaccione ante esas opiniones o promesas el dueño del medio, o su director, es problema del medio. Y, en este caso, considero una equivocación drástica haber respondido a una columna crítica –o a los comentarios de las futuras que pudieran venir– con un gesto de censura.

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La manera de controvertir democráticamente los reparos no es la cancelación del derecho a expresarlos. La forma de dar altura al periodismo no es exponiéndose a los vericuetos de un diálogo informal y acalorado. Resulta increíble que, por culpa de este brusco timonazo, el foco del debate en uno de los medios más importantes de Colombia ya no sea la directriz letal con que el Ejército abona terreno para cultivar nuevos falsos positivos, sino las discusiones de cocina sobre cómo y por qué y en qué términos SEMANA expulsa a un columnista que contribuyó a la grandeza de su marca y es considerado ejemplo entre los de su profesión.

No estoy de acuerdo. Y lo digo en voz alta. Asumo las consecuencias que mi posición suscite en el dueño de esta casa editorial, de quien me siento discípulo. Fiel a su legado, y aprendiz de las lecciones que él mismo ha impartido, sería incapaz de continuar escribiendo en estas páginas sin expresar mi completo rechazo ante este triste acto de censura que en una casa editorial como SEMANA jamás ha debido suceder.

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