OPINIÓN
Misterios de la memoria
Estos son buenos referentes para un sano ejercicio de memoria sobre la presencia de la niñez en las agendas de quienes gobiernan hoy y de quienes aspiran a la Presidencia de Colombia.
Dice el científico español Joaquín Fuster que las redes neuronales “son la base del conocimiento y de toda la memoria y que se forman a lo largo de la vida con la experiencia por el establecimiento de conexiones entre neuronas”.
Y hace especial énfasis en señalar que se trata de un “código relacional”, para explicar por ejemplo que los recuerdos de cada uno de nosotros son diferentes dado que dependen de los estímulos y las emociones que facilitaron la conexión de sus propias neuronas para almacenarlos y recuperarlos.
La situación actual de la niñez, de buena parte del mundo, hace pensar que tal vez no es tan malo que quienes inician la vida en las condiciones que lo están haciendo, conserven menos recuerdos de su horrible presente, para cuando logren hacer nuevas conexiones puedan seguir adelante sin el lastre perverso de sus tristes recuerdos.
Es como el inquietante panorama que se imaginó el escritor argentino Jorge Luis Borges en su relato Funes el memorioso, donde la capacidad de recordarlo todo, todo, llega ante la desesperanza y hace ansiar que el personaje pueda olvidar algo: “…mi memoria, señor, es como un vaciadero de basuras”.
Se asume que nadie, ni personas ni entidades en cualquier sector, dentro de la legalidad y con uso de conciencia, olvide que existe una niñez que depende absolutamente de los adultos. Lo que está resultando bastante complicado en el mundo y en este país, es identificar a quienes actúan a su favor al recordar y asumir la responsabilidad de socorrerlos.
Porque en miles de casos no se trata ya de mejorar su calidad de vida, de aumentar su bienestar y de facilitar su crecimiento. Es que en la penosa clasificación de los niños y niñas más vulnerables, los que no se están muriendo de hambre, por falta de afecto o de protección, pierden su vida por el maltrato, el abandono o el desarraigo causado por las migraciones. Y si no es eso, dejan de vivir sin estar muertos, porque les arrancan casi desde la cuna la inocencia, la libertad y la seguridad.
Lo normal sería entonces no que quienes sobreviven no recuerden, sino que la sociedad no los olvide.
Cuesta entender que la tendencia a normalizar actos o hechos deleznables solo porque son recurrentes afecte también a la niñez. Mala memoria. Emergencias reales como la desnutrición o la deserción educativa despiertan un “qué vaina, qué pesar” y casi automáticamente se convierten en incómodos grises de un paisaje deslucido que duele mucho pero conmueve poco, entre otras razones, porque llegan registros de hechos insólitos como el de niños y niñas buscando comida en basureros, noticias de violaciones, asesinatos, o reclutamientos forzosos en los que las víctimas son los menores de edad.
Cabe recordar al psicopedagogo italiano Francesco Tonucci creador del modelo ‘La ciudad de los niños y las niñas’ que inspiró a tantos territorios del mundo a tomar en serio la voz de los pequeños para dar cumplimiento real a sus derechos.
Entre ellos hay uno muy elemental que retoma Tonucci del polaco Janusz Korcza, considerado el padre de la convención de los derechos de los niños en los años 30: se trata del derecho al respeto. Elemental pero olvidado también.
Estos son buenos referentes para un sano ejercicio de memoria sobre la presencia de la niñez en las agendas de quienes gobiernan hoy y de quienes aspiran a la Presidencia de Colombia.
Porque como afirma el pensador francés André Stern, “no habrá paz sobre la tierra sino estamos en paz con la infancia”.