Opinión
Monserrate, encuentro y reflexión en las alturas de Bogotá
A lo largo de los siglos, Monserrate ha presenciado la evolución de nuestra ciudad y, sin duda, cada visita me permite redescubrir su belleza natural y su papel como símbolo de la identidad bogotana.
A más de tres mil metros sobre el nivel del mar, Monserrate se alza como un emblemático punto de encuentro para todos aquellos que buscan una experiencia única, más allá de sus creencias personales. Volví hace pocos días a este santuario icónico de Bogotá, que adquiere especial relevancia durante la Semana Santa, atrayendo a más de 180 mil personas en esta temporada que se aproxima.
A lo largo de los siglos, Monserrate ha presenciado la evolución de nuestra ciudad y, sin duda, cada visita me permite redescubrir su belleza natural y su papel como símbolo de la identidad bogotana. Valiosas obras como el Jesús sin techo, traído desde Canadá; El Señor Caído de Monserrate y La Virgen Morena de Monserrat son narradores silenciosos de la historia y la devoción que envuelven este lugar de calles empedradas.
Desde mi infancia, siempre escuché historias sobre la majestuosidad del cerro de Monserrate, venerado por los muiscas y transformado en un destino de peregrinación religiosa con la llegada de los españoles, a partir de la edificación de la primera ermita en el siglo XVII. Más adelante, luego de los estragos provocados por varios terremotos, finalizaría en 1920 la construcción del santuario que hoy tengo la oportunidad de recorrer. Además, se inauguraron el funicular y el teleférico para facilitar el acceso.
Con mi visita, me uno a los más de 12 millones de personas que acuden a Monserrate cada año. Para muchos, representa un sitio de devoción e importantes celebraciones religiosas en la Basílica Santuario de Monserrate. Otros lo ven como el escenario ideal para realizar actividades deportivas, que van desde caminatas por el sendero peatonal de 1.605 escalones hasta deportes extremos como el ciclismo de montaña. Recuerdo con asombro hazañas como la del equilibrista canadiense Harry Warner, en 1895, cruzando 890 metros en cuerda floja entre los dos cerros (Monserrate y Guadalupe), y la del atleta estonio Jaan Roose, quien marcó un récord recorriendo 1,5 km sobre la cuerda el año pasado. Sea cual sea la motivación para subir, todos coincidimos en que Monserrate es un lugar especial.
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Tras ascender a la cima, esta vez gracias al teleférico, pude apreciar una vista panorámica de la ciudad y disfrutar de la variada oferta artesanal y gastronómica, muestra de nuestra riqueza cultural. Allí también compartí un diálogo con los sacerdotes Jesús Pinzón, rector de Monserrate y capellán de la Universidad del Rosario, e Iván Felipe González, capellán de la Quinta de Mutis. Ambos coinciden en que Monserrate es un lugar de encuentro, un espacio para la paz interior y la reflexión personal, lejos del ruido de la ciudad. Me hablan de la importancia del silencio para la introspección y la claridad mental.
Y es que, en medio de los jardines y la biodiversidad de Monserrate, con más de 80 especies de aves, numerosos visitantes encontramos el entorno apropiado para disfrutar del silencio y reflexionar sobre nuestro proyecto de vida.
Durante estos días de contemplación, Monserrate se convierte en un refugio para todos, ofreciendo un espacio para la reflexión, el esparcimiento y la inspiración. En medio de la agitada vida urbana, es esencial que busquemos momentos de tranquilidad y conexión con nosotros mismos. Así es que, siempre es una excelente idea permitirnos el tiempo para visitar este lugar único, sinónimo de Bogotá y de la belleza de nuestro país.