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Las culpas en la mortalidad materna: cuando las mujeres se convierten en meras incubadoras

Ojalá que este día de la madre, todos y todas, nos hagamos el propósito de cambiar nuestras actitudes hacia el embarazo y el parto para que las mujeres no tengamos que sentirnos víctimas de nuestros embarazos sino agentes de nuestros destinos. Para que por fin empecemos a transformar la cifra de mortalidad y morbilidad materna que nos ha costado tanto.

Isabel Cristina Jaramillo, Isabel Cristina Jaramillo
9 de mayo de 2019

Este fin de semana celebramos la maternidad dedicando tiempo y recursos a las personas que hicieron posible nuestra vida. A las madres. No recordamos suficientemente, sin embargo, que ese proceso que ocurre en los cuerpos de las mujeres está lleno de riesgos. Peor aún, tenemos bastante evidencia de que los médicos que deberían estar muy atentos a estos riesgos tampoco lo están. Su preocupación se centra en la vida del que está por nacer mucho más que en la persona que está atravesando el proceso; al extremo de causar muertes por negligencia.

He vivido la experiencia de la muerte materna de manera cercana, pues mi abuela perdió su madre cuando nació una de sus hermanas menores y ese evento marcó su vida de forma muy negativa. Aún así, las cifras al respecto me parecieron lejanas y abstractas, relacionadas con la pobreza del pasado y de realidades diferentes a la mía hasta que quedé en embarazo. Tuve un embarazo con múltiples riesgos. En cada uno de los controles que tenía que hacerme cada quince días, me examinaban con detalle, me sometían a ecografías, exámenes de orina y exámenes de sangre.

Cada vez el equipo médico, siempre había algún médico nuevo en el equipo, me recordaba que había un treinta por ciento de posibilidad de que mis hijas no sobrevivieran. Nunca se me hablaba de los riesgos que yo misma estaba asumiendo al seguir adelante, aunque más de la mitad de los exámenes tenían que ver con riesgos para mi salud y no para la de mis hijas. Recuerdo que el médico me decía, por ejemplo, que para qué quería saber los efectos secundarios sobre mí de ciertos tratamientos o medicamentos si no había nada que pudiera hacer: estos tratamientos eran indispensables para garantizar la seguridad de mis hijas. Cuando entré a la sala de partos el consentimiento informado consistió en la siguiente advertencia: “Usted sabe que esto es una cirugía y se puede morir, cierto?” Y mientras estaba en el posoperatorio, las enfermeras no paraban de repetirme: “Si algo está mal usted se queja y les insiste. No deje que le digan que usted exagera. Usted insiste. Ayer se nos murió aquí una mamita.”

 Cuando fui al control médico diez días después de dar a luz, comenté al médico que sentía falta de aire, tenía muy mal color y mucho dolor; el pediatra de mis hijas y mi mamá misma pensaban que tenía una anemia severa. El ginecólogo, que no había ido al parto porque cuando lo llamaron de emergencia iba camino a un torneo de golf, me dijo “Y es que perdió mucha sangre?” frente a lo que yo le respondí, “Cómo voy a saber yo cuánta sangre es mucha? Yo no estaba viendo eso… No tiene el dato usted?”. Se desentendió del asunto y quedó en mis manos encontrar una solución. Afortunadamente seis meses después ya estaba recuperada y no se presentaron los riesgos más serios que yo sabía que podría enfrentar. Mis hijas nacieron bien y están bien también a pesar de todos los riesgos que existían.

Es difícil “creer” cuando a uno le dicen que a las mujeres las tratan como incubadoras; es decir, como objetos destinados a llevar a término un embarazo a cualquier precio -el de su salud o incluso el de su vida. Las mujeres hablamos poco de eso y a los hombres no les ha pasado. Las fuertes advertencias de nuestras Cortes no han sido suficientes para modificar radicalmente la percepción de los médicos y otros actores involucrados de cerca en los procesos.

La Corte Constitucional en su sentencia sobre el delito de aborto, la C-355 de 2006, resaltó cómo la imposibilidad de decidir sobre la continuación de un embarazo en situaciones límite -la del riesgo a la salud o la vida, la de la violación y la de las malformaciones que hacen inviables la vida extrauterina- les quita a las mujeres su dignidad. La Corte procedió a despenalizar el aborto en las circunstancias mencionadas para restablecer esa dignidad y ha dictado más de quince sentencias de tutela en las que ha insistido que los médicos y el sistema de salud no pueden seguir tratando a las mujeres como incubadoras al imponerles barreras injustificadas para el acceso a procedimientos a los que tienen derecho.

El Consejo de Estado tiene una larga línea jurisprudencial del condena al estado por la actuación de sus hospitales en casos de mortalidad materna y de daños graves en la salud de las mujeres sobrevivientes. Los casos evidencian la poca importancia que se les da a las vidas de las mujeres, especialmente de las mujeres adolescentes y racializadas. Una mujer convulsiona durante horas en una camilla; su esposo y su padre les insisten a los médicos que esto no puede ser normal. No reciben ninguna respuesta. Una mujer llega con un parto iniciado a un hospital y le indican que tiene que llegar al hospital de otra ciudad, por su propia cuenta, porque allí no tienen los recursos. Cuando llega al siguiente le dicen que no tienen camas disponibles, que mejor haga el parto natural. Una mujer dice sentir mucho dolor. El médico está ocupado y le pide esperar. Su hemorragia ahoga a su hijo. Una mujer pierde su vida porque el Hospital de Buenaventura no tiene sangre disponible para la trasfusión.

El Consejo de Estado ha sido enfático en señalar que existe responsabilidad del estado en estos casos pues cuando se trata de una mujer sana que ha asistido a todos los controles programados, lo que es cierto en todos los casos que ha resuelto, la mujer no moriría si no hubiera una negligencia de parte de quienes la atendieron. Todas estas decisiones se emitieron hace más de diez años. No podemos seguirnos demorando tanto para cambiar lo que sabemos que tenemos que cambiar. Ojalá que este día de la madre, todos y todas, nos hagamos el propósito de cambiar nuestras actitudes hacia el embarazo y el parto para que las mujeres no tengamos que sentirnos víctimas de nuestros embarazos sino agentes de nuestros destinos. Para que por fin empecemos a transformar la cifra de mortalidad y morbilidad materna que nos ha costado tanto.

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