OPINIÓN

Seguimos matando a María Andrea Cabrera

Otra vez un conflicto, sus antagonistas y las versiones encontradas, activan en Colombia otro juicio en el tribunal despiadado de la opinión pública, cuyas revelaciones agudizan y agravan la tragedia de la familia de la joven que murió.

Germán Manga, Germán Manga
21 de febrero de 2018

Merecen consideración, solidaridad y mucho respeto, el general Fabricio Cabrera y su familia, enfrentados de la noche a la mañana a varias de las peores tragedias que puede padecer un ser humano en Colombia: la pérdida de una hija, -probablemente asesinada-, la oscura y poco grata interacción con las autoridades policiales y el aparato judicial, verse atrapados en las fauces del sensacionalismo de algunos medios de comunicación y en las cloacas de las redes sociales.

El general –reconocido como un hombre íntegro y respetable- dijo la mañana siguiente a la tragedia “Mi hija tenía 25 años, era juiciosa y trabajadora, siempre iba con sus amigas sin problemas, pero estos sinvergüenzas algo me le echaron en el trago y me la mataron”.

En una acción disparatada e inexplicable el comandante de la Policía de Bogotá, general Hoover Penilla, emitió pocas horas después un comunicado en el que descartaba que hubiera móviles de robo o un acto criminal. Y se aventuró a lanzar un comunicado con un relato de lo sucedido, plagado de falsedades e inexactitudes.

Medicina Legal emitió pocos días después el concepto de la necropsia que estableció que la muerte se produjo por una mezcla de alcohol y de éxtasis.

Quedó lista la receta –el conflicto, los antagonistas, las versiones encontradas-  para que se activara el juicio en el tribunal despiadado y sucio de la opinión pública. Hemos visto una vez más en estas semanas cómo las fieras reciben alimentos abundantes y apetitosos de manos ocultas –grabaciones, chats, testimonios-. Material probatorio, que según la ley debería ser reserva del sumario para proteger los derechos de la víctima y de los presuntos implicados, convertido en materia prima para las especulaciones, las descalificaciones, los insultos.  

La descarga es incesante y garantiza que el que quiera pueda contar o analizar como quiera, ante su pequeño o gran escenario, lo que pasó en esa velada, vertiginosa y aciaga, entre las 9 de la noche del sábado 3 de febrero y las 5 de la mañana del domingo 4, cuando murió María Andrea. Desde que se reunió con amigos en un restaurante de donde pasaron a un sitio llamado Mint, en la “zona rosa” de Bogotá, hasta las 3:30 de la madrugada cuando comenzó a sentirse mal y pocos minutos después cuando murió en la casa de una amiga.

Se filtra que sus acompañantes afirmaron bajo juramento a la Fiscalía que estaban seguras de que alguno de los que estaban con ellas “les envenenó los tragos”, pero casi de inmediato, uno de los que pudo haberlo hecho, incorporó a su equipo a un exnovio de María Andrea y declaró en la Fiscalía con base en lo que este le habría dicho “(...)que ellas fumaban marihuana y que les gustaba comerse sus cositas. Me imagino que algún tipo de sustancias”.

Sale un WhatsApp de una de las participantes en la fiesta "bueno, qué es lo que hay ome (sic)". Y manda un audio: "Bueno, ya tengo las pepas, qué es lo que hay, qué es lo que hay”. Y se precipita su abogado a rectificar que fue una broma, que es la más sana del grupo, que ni siquiera bebe. Nadie se puede anotar ese punto porque pronto vuelve el tema a primera plana cuando se publica el audio de otra niña contándole a su mamá lo sucedido, un relato breve y preciso, con los hechos capitales de la noche, los nombres y apellidos de los participantes, más la frase para titular: “La volteó para empijamarla y ya estaba blanca, los labios morados y tenía sangre en la nariz. (...) La mataron, la mataron, o sea, pa‘ qué se ponen a envenenar tragos, marica, eso no se hace".

Ni justicia, ni responsabilidad, ni hechos comprobados. Las revelaciones y las grabaciones solo buscan crear, reforzar, alinear opiniones, puntos de vista simplistas y crean otra polarización entre los que creen a María Andrea víctima o culpable. Ahí están los audios y las historias, disponibles para que el que quiera refuerce su punto de vista -si era una niña buena o si tenía doble vida-. Todo disponible en los grandes colectores de opinión instintiva, de brutalidad y resentimiento que llegan a ser las redes sociales, para que la gente afirme lo que quiera -sin análisis, sin responsabilidad, sin contexto-.

En ese panorama de opciones binarias se van quedando en la oscuridad, los temas importantes. El comandante de la Policía de Bogotá Hoover Penilla debería explicar, por ejemplo, por qué no hay acciones contundentes contra los falsos clubes y otros espacios destinados a la droga y los excesos, que pululan en diferentes sectores de la ciudad y sobre todo en cercanías de colegios y universidades, pese a que la ley los prohíbe.

Mientras la Fiscalía debe continuar su tarea para determinar qué fue lo que realmente ocurrió, en el tribunal de la opinión pública el derecho, las pruebas, los hechos objetivos cuentan poco frente a las emociones, los prejuicios y las creencias. Pan y circo porque en los tiempos que corren ganar la guerra por la opinión en redes sociales y en medios de comunicación, es tanto o más importante que ganar la causa en los tribunales, así cada revelación, cada afrenta, cada calumnia, cada irrupción atrevida aporte más dolores a un padre de familia como el general Fabricio Cabrera, a su esposa y a su hijo. Así agudicen y agraven su tragedia y tengan que ver todos los días a la joven que amaron tanto, víctima de nuevas atrocidades y afrentas.  

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