Opinión
“Muñecas de la mafia”
El insulto presidencial a un grupo de mujeres, a las que se dirige en esos términos, requiere una sanción ejemplar.
En mi columna anterior ‘Líder mundial’ me equivoqué al afirmar que el presidente, en su discurso en Naciones Unidas, había desistido de condicionar el reconocimiento de Maduro para un nuevo período, a que exhibiera pruebas contundentes de su triunfo, lo cual —hasta ahora— no ha sucedido. Interpreté, como señal de respaldo, la calificación de Venezuela como un “país rebelde”. Serlo, para un revolucionario, tiene que ser lo máximo.
Corrijo entonces. La posición de nuestro gobierno no ha cambiado. El propio presidente la ha reiterado ante un medio internacional. Ya veremos qué pasa en enero próximo si Maduro asume, como es previsible, sin haber despejado las abrumadoras sospechas de fraude. La lógica implica que no podríamos tener relaciones diplomáticas con un gobierno usurpador. Apenas si consulares.
Para un entendimiento adecuado del asunto que hoy trato, es preciso comenzar citando a Petro: “Las periodistas del poder, las muñecas de la mafia, construyeron la tesis del terrorismo en la protesta…”. Y recordar enseguida que una exitosa telenovela sobre los clanes mafiosos muestra a las hermosas mujeres que hacen parte del séquito de sus capos. Son elegidas para que sirvan de adorno y símbolo de poder, y para satisfacer los apetitos sexuales de sus jefes. De modo tal que llamar “muñecas de la mafia” a las periodistas que trabajan en ciertos medios de comunicación implica tratarlas como elementos de decoración y meros objetos sexuales. Una afrenta inaudita.
Es normal que muchas de ellas sean hermosas, en especial cuando son reporteras o presentan las noticias en la televisión. Así sucede por doquier. A los seres humanos nos atrae la belleza, es parte de una dotación instintiva que compartimos con otros vertebrados superiores. Nada de lo cual excluye que esas señoras igualmente sean inteligentes y bien preparadas. Valientes, además: soportan riesgos contra su integridad personal, situación que las pugnaces palabras de Petro ciertamente agravan.
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Quiero destacar esta simpleza: en los medios de comunicación también trabajan hombres con buena estampa, a los que Petro no descalifica como lo hace con las mujeres. Su postura es, por consiguiente, misógina: no hay para él “muñecos de la mafia” y, por eso, viola el principio constitucional de no discriminación.
Y esta otra: a Petro no le molestan las mujeres que trabajan en los medios, sólo en los de origen empresarial o, en sus palabras, “las periodistas del poder”. Le encantan, por el contrario, los que denomina “comunitarios” y los activistas en redes, muchos de los cuales financia con recursos públicos. Es curioso que, a pesar de esos nexos umbilicales, los medios que prefiere no hacen parte del “poder”. Debe imaginarlos como elementos del “pueblo”, que es puro e incontaminado (siempre y cuando sea petrista). Se le olvida que la libertad de prensa, que la carta política protege, es aquella que no depende del Gobierno. Su postura es la misma del dictador Rojas Pinilla, que quiso acallar a El Tiempo y a El Espectador.
Como el derecho al buen nombre tiene carácter fundamental, puede ser protegido frente a cualquier autoridad que lo vulnere o amenace, incluido el presidente. Este goza de fuero, exclusivamente, en los procesos que versan sobre su destitución, y bajo ciertas circunstancias en materia penal. No en procesos de tutela.
Las acciones de tutela que contra él se presenten se resuelven en el Consejo de Estado. Ya ha perdido los casos Vargas Lleras y Fuera Petro. En ambos eventos fue condenado a retractarse; lo ha hecho a medias. Con cierta condescendencia, los magistrados le han aceptado la ambigüedad de sus palabras y nuevos agravios. Cabe esperar que, en el futuro, sean más severos. Y que, si no acata las órdenes de rectificación, sea sancionado por desacato. Se puede ganar un carcelazo en la Casa de Nariño, así sea entre 1 y 6 de la mañana de un sábado, horas en las que podría encontrarse fuera de ese frío claustro departiendo sanamente con sus amistades.
Vienen otros litigios en camino. El primero de ellos es justamente Muñecas de la Mafia, que se debe resolver en estos días. Espero que no prospere el argumento inadmisible según el cual, como no señaló a ninguna periodista en concreto, no tiene que rectificar. La descalificación genérica o estamental es todavía peor.
Otra tutela que debería presentarse pronto versaría sobre la protección del honor de los integrantes del Consejo Nacional Electoral a los que denomina “corbatas”, expresión coloquial que se aplica a quienes se considera rémoras, vagos, parásitos, gente inútil, cuando no perversa. No parece que sea correcto aplicar esos epítetos a los magistrados de un organismo que tiene rango constitucional, entre los que se encuentran un par de sus copartidarios.
Es probable que Petro termine su mandato. Puede no haber tiempo, ni voluntad política, para destituirlo por indignidad o por violación de topes financieros en la campaña electoral. Las sanciones administrativas que puede imponer el CNE, y la responsabilidad penal del gerente de la campaña, son otra cosa.
Sin embargo, por medio de acciones de tutela, es posible obligarlo a no insultar a sus contradictores. Sería un progreso que en algo ayudaría a soportar lo que falta de este gobierno.
Briznas poéticas. Horacio Benavides, gran poeta de esta dolorida Colombia: “Ah, si el alma / pudiera despedirse / amistosamente del cuerpo. / Si le dejara dormido / y saliera en puntillas / como una madre que se aleja, / Ah, si el alma olvidara / mutuas ofensas / viejos rencores…”.