Opinión
Nadie gobernará en 2026
Después de cientos de conversaciones y reclamos, y viendo recientes columnas de destacados opinadores, me sorprende y preocupa que siga imperando la puerilidad y superficialidad respecto del futuro político inmediato del país.
Tanto la clase política, como la prensa y el ciudadano preocupado visualizan exclusivamente el futuro del país alrededor de la presumible figura presidencial y las mecánicas y consensos a realizar para que el Pacto Histórico pueda ser derrotado en la elección presidencial de 2026.
Este enfoque simplista considera que el problema y, de alguna manera, la solución es ponerse de acuerdo en una figura pública y respaldarla unívocamente, y con ello derrotar las aspiraciones de la izquierda petrista.
De entrada, esta visión desconoce la realidad competitiva de la acción política, presupone ingenuamente que debe imponerse el deber moral sobre la aspiración personal o partidista y demanda el imperativo verbal de la unión en contra de la agenda de izquierda como una habitual y vacía expresión del voto útil.
Pretender consensos previos de bolígrafo centrados en la legitimidad de las encuestas, la preeminencia de la aspiración, la “hoja de vida”, los “respaldos” o las afinidades, amistades y complacencias, es desconocer la saturación brutal de la opinión pública con las castas políticas que han gobernado el país los últimos treinta años.
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Implica, además, ignorar el desvanecimiento de un sentido de propósito común en los votantes y los abstencionistas por cuenta de un Estado siempre ineficaz y cada vez más costoso, y un establecimiento, un “régimen”, que se perpetúa en una cultura desvergonzada de privilegio, malas prácticas políticas y promoción de rentas atadas y corrupción que motivó el amplio voto castigo en 2022 que propuso el desastroso balotaje entre Hernández y Petro y excluyó, vergonzosamente, a todos los aspirantes “propiciados” por los aparatos políticos tradicionales y los grupos de poder.
Pactos previos, ungimientos mediáticos o consensos de salón no van a suplir la necesidad de un mensaje, de una visión que desvirtúe las fantasías y simplificaciones petristas, la conformación de un equipo de gobierno que logre el aparente imposible de renovar perfiles, pero con experiencia, la identificación de decenas de miles de buenos funcionarios y ciudadanos que aseguren la toma de control de un Estado a nivel central desmantelado por el clientelismo histórico y la improvisación petrista, y la formulación de un catálogo de soluciones de emergencia que puedan ejecutarse dentro del marco normativo vigente, para evitar el camino de espinas y compromisos de la obsesión legislativa que ha suplido por décadas la decisión y acción ejecutiva eficaz.
Pero además, la obsesión personalista, mitificando la posibilidad de que un nuevo gobernante, ajeno a la izquierda, represente la solución de la crisis, desconoce el verdadero reto nacional a partir de 2026.
No hay ninguna posibilidad de que Petro y sus huestes, después de haber probado las mieles del poder, con múltiples pendientes con la justicia y habiendo verificado la connivencia de los oligopolios y la clase política, vayan a renunciar a la conquista del poder absoluto, tanto si pierden como si ganan las elecciones.
Petro, su liderazgo radical, sus bases enchufadas en la función pública, sus socios empresariales retanqueados, políticos clientelistas emergentes con aspiraciones (de la escuela y talante de Eljach) y claro, organizaciones criminales y guerrilleras “amigas” o “cercanas”, ideológica o estratégicamente, van, entre todos, a incendiarle el país al novel gobernante. Para afianzar el control absoluto en caso de que sea del Pacto Histórico o para poner de rodillas a un gobierno de otra denominación e impedirle como sea gobernar en todos los planos.
De elegirse un presidente que no sea de izquierda radical, se sumarán y activarán las baterías de litigantes estratégicos de la izquierda que hoy reposan en las plumas del contrato estatal, se sincronizarán todos los entes y centros de poder conquistados en el cuatrenio (Fiscalía, Contraloría, Defensoría, Corte Constitucional, Cámaras de Comercio y muchos otros espacios de período fijo), continuarán los hostigamientos guerrilleros y los opinadores fletados con cuatro años de publicidad estatal crearán una barrera de fuego atroz enfocada en el fracaso de la acción ejecutiva en todos los frentes.
No puede olvidarse que el nuevo gobierno tendrá que lidiar con el legado siniestro de Petro. Crisis económica, quiebra fiscal, crisis de la salud con vacío institucional, suicidio energético, desmonte de la capacidad de combate de la Fuerza Pública y deserción de talento, frondosas nóminas paralelas, inviables compromisos fiscales, mínima competitividad tributaria y tantas otras catástrofes se cernirán sobre el “salvador” que la unión postule para “derrotar” a un triunfante petrismo que al fin de cuentas terminará su mandato y completará su saqueo del erario y tendrá sus soldados listos y financiados en todo el país.
Pero el peor enemigo del nuevo gobierno será la falta de consensos políticos, sociales, judiciales y mediáticos respecto del qué y sobre todo el cómo. Ni siquiera en el frente crítico y transversal de la seguridad y el orden público existe en el país el escenario ni la voluntad para concretar un plan de acción gubernamental donde el nuevo gobierno pueda esperar solidaridad.
Mientras tanto, al calor de absurdas especulaciones de los opinadores, se reanimará la egoteca y la “hoguera de las vanidades” y el calendario avanzará sin discusiones serias sobre los consensos de acción, formación de equipos y costos políticos que evitarían el desastre para quien sea que gobierne en 2026.