OPINIÓN ONLINE

La necesidad de la ficción

Nuestro columnista Fernando Travesí cuenta por qué en estos tiempos convulsos y vertiginosos las ficciones son más necesarias que nunca.

RevistaArcadia.com
28 de junio de 2018

Los cuentos que nos leen en la cama justo antes de dormir para quedarnos dormidos entre las nubes de un mundo imaginario.

Las historias que leemos por nuestra cuenta, sentados en la alfombra de nuestro cuarto.

Lo que inventamos jugando cuando somos pequeños.

Los relatos llenos de fortalezas invisibles, amigos y enemigos ficticios, compañeros de aventuras y quimeras, en los que viajamos sin límites a través del tiempo y el espacio sin tener que salir de los confines del parque ni atravesar la valla del patio del colegio o las paredes pintadas de nuestra habitación.  

La inacabable oferta de películas y series que inundan nuestro escaso, y por eso valioso, tiempo libre (accesibles en todo momento desde alguna pantalla, en cualquiera de sus versiones e infinita gama de tamaños que hoy tenemos disponible: desde la que ocupa toda la pared de la sala de cine a la diminuta del teléfono móvil).

Las tramas que transcurren en el escenario y que vivimos al mismo tiempo que los actores, que respiramos con ellos: realidades hipotéticas, dramas, comedias que en realidad no existen pero que nos invaden y emocionan mientras dura la función.

Todos los libros que leemos.

Los que escribimos.

Todas sus historias.

***

La tradición de zambullirse en una atmósfera imaginaria donde las cosas en realidad no ocurren, pero, a la vez, no dejan de pasar, acompaña al hombre desde los inicios del tiempo. Una necesidad de respirar realidades de ficción que (si son de calidad) nos ayudan a crecer y a madurar. A alimentar la imaginación, a reflexionar y aprender, a nutrir y dar rienda suelta al pensamiento. Y, en el peor de los casos, si la ficción que consumimos es menor y no es capaz de enseñarnos nada sobre la vida, el amor o la muerte (los temas obligatorios de todas las obras de arte) al menos servirá por un rato para entretenerse y evadirse de una realidad que, a menudo, abruma, atrapa y ahoga.

Sea clásica o moderna, desarrollada entre las páginas de un libro, las tablas de un escenario o cualquier método audiovisual, una buena historia de ficción debe trasladarnos a situaciones que nuestra vida diaria y cotidiana no ha puesto aún frente a nosotros, pero que implican nuevas cuestiones o problemas morales que como espectador, lector o creador debemos solucionar. Debe convocarnos a resolver ecuaciones que van más allá de nuestros juicios morales, de nuestros estereotipos y nuestro paradigma de pensamiento, a relacionarnos con la realidad desde un lugar muy distinto al que ocupamos cada día y pasearnos por todas sus aristas, a descubrir el otro lado de las cosas, ese en el que nunca hemos reparado, que nos han escondido deliberadamente o que, consciente o inconscientemente, no queremos reconocer. Debe llevarnos a aprender que no existe el blanco ni el negro, sino que la vida está teñida de una variada gama de grises: que todos somos un poco héroes y un poco villanos, que a menudo somos a la vez el bienhechor y el malo en el cuento de alguien, y que no siempre la Historia ni Dios ni nuestros padres nos han contado la verdad.  

Hay gente a la que se escucha decir, de vez en cuando, que la vida pasa sin que nos demos cuenta. Quizá solo lo digan aquellos que, en realidad, viven o han vivido sin darse cuenta de descubrir o aprovechar las infinitas posibilidades de vivir realidades que no existen en el inacabable universo de ficción. Porque mientras vivimos arrastrados por la velocidad y la inercia de las cosas, seguimos necesitando el remanso de islas de ficción para vivir, para conocernos y para poder gestionar la realidad.

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