OPINIÓN

Ni es lo mismo, ni es igual

No todo el emprendimiento es igual. Y trazar y ejecutar políticas y planes potentes para estimularlo requiere tratar de manera diferente lo que es distinto.

Esteban Piedrahita, Esteban Piedrahita
2 de abril de 2019

Incluir al emprendimiento como uno de los tres pilares de su administración y de su Plan de Desarrollo es un gran acierto del gobierno Duque. El emprendimiento, entendido como la capacidad de la iniciativa privada de generar valor social a partir de nuevos productos, servicios y procesos, es una palanca clave para la prosperidad de cualquier sociedad. Reconocer que las empresas son fuentes de soluciones y poner la dinámica empresarial en el primer orden de las prioridades del país, envía una señal necesaria e importante.

Sin embargo, como bien lo señala la economista Marcela Eslava en una columna reciente en “La Silla Llena”, no todo el emprendimiento es igual. Y trazar y ejecutar políticas y planes potentes para estimularlo requiere tratar de manera diferente lo que es distinto. Eslava hace notar que, en una dimensión, Colombia es uno de los países más emprendedores del mundo; cerca de la mitad de su fuerza laboral trabaja por cuenta propia. Pero casi todos estos “emprendimientos” son unidades de subsistencia de bajísima productividad. En Noruega, uno de los países más ricos del mundo, solo el 5% de las personas trabajan por cuenta propia. La inmensa mayoría lo hacen en empresas pequeñas, medianas y grandes de mayor productividad.

La evidencia académica es contundente en demostrar que los emprendimientos de alto crecimiento, que por definición son una pequeña minoría, generan una cuota desproporcionada del valor y el empleo. En un año cualquiera en EE.UU., más del 20% de todos los nuevos puestos de trabajo los genera menos del 5% de las empresas nuevas o jóvenes. Un estudio comparativo de la Fundación Endeavor, de ecosistemas de emprendimiento en torno al software y las TIC, destaca que lo propio sucede en otras geografías más afines a la nuestra. (ver documento)

En Nairobi, por ejemplo, donde Endeavor identificó 661 emprendimientos de software y TIC, se encontró que más de la mitad son microempresas de baja productividad y que solo 8 de ellas (el 1,2%) generan el 40% de todos los empleos del sector (7.000). En Bangalore, sede de uno de los ecosistemas de emprendimiento TIC más exitosos del mundo, el impacto de las empresas con capacidad de escalar rápidamente sus negocios, es aún más marcado. De las 3.050 empresas censadas, un 6% genera el 90% de todos los empleos del ramo: 520.000 empleos en 180 empresas. Otro hecho notable en ambas ciudades es que las empresas de crecimiento extraordinario se diferencian de las otras desde muy temprano. Al cabo de 3 años de creación, éstas ya son significativamente más grandes que el 90% de sus pares.

Si bien el sector de software y TIC tiene sus particularidades, de estos datos se desprende un aprendizaje claro para los hacedores de política de desarrollo productivo y empresarial y para entidades, como las cámaras de comercio, dedicadas a este ámbito. Así como en materia de política social es evidente que el foco de atención debe estar en los hogares y comunidades más pobres, excluidos y vulnerables; en política de desarrollo productivo el énfasis debe ponerse sobre los emprendimientos y empresas con alto potencial de crecimiento. Esta estrategia, al privilegiar la capacidad de generación de valor y empleo, termina siendo la más pro-pobre. Aprender a identificar estas empresas, en el sector y lugar que estén, y acompañarlas con herramientas y conexiones de valor que contribuyan a acelerar su crecimiento se convierte en un imperativo social. Sin descartar que a otro tipo de empresas se las pueda apoyar de otra manera, reconocer la centralidad del emprendimiento de alto impacto debe ser un foco del Plan Nacional de Desarrollo.

   

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