Opinión
No, mi doctor Ocampo
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda.
En su columna del domingo de El Tiempo, el exministro Ocampo comete, con el fin de argumentar la postura insostenible de que el país va bien, el error de confundir el gobierno con el Estado y el prójimo. Este error, tan común entre algunos economistas, asume que mientras al Estado y al gobierno les vaya bien a los colombianos también, lo cual se aleja de la realidad que vive la gente.
Argumenta el afamado profesor que su política macroeconómica fue exitosa por la reducción de tres grandes desequilibrios, a saber, el de la balanza de pagos, el fiscal y la inflación, lo cual está lejos de reflejar la realidad actual.
Vamos por pasos. Si bien es cierto que el déficit de cuenta corriente con el exterior disminuyó del 6.2% en 2022 a un esperado de 3.6% en el 2023, y que esta disminución es apropiada desde la óptica del economista, lo que calla el profesor Ocampo es que es causada por factores no deseables. Lejos de haber bajado porque las exportaciones del país han aumentado, lo cual sería digno de aplausos sobre todo en sectores generadores de empleo, el déficit mencionado cae por el decrecimiento de las importaciones, generado por la disminución de la capacidad de compra de los colombianos.
Según Analdex las exportaciones de productos agrícolas, alimentos y bebidas cayeron 15.1% de enero a julio de 2023 versus 2022 y las manufactureras 3.4%, mientras las importaciones, según el DANE, cayeron 27.5% en el mismo período, en especial las de manufacturas. En otras palabras la caída del déficit de cuenta corriente halagada por el exministro no se debe a una economía activa y vigorosa sino a una demanda pueril impulsada por la difícil situación financiera de los colombianos.
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La noticia de que el déficit fiscal se va a ver disminuido significativamente también es considerada por Ocampo como una buena. La realidad es que el costo asociado a esta disminución es alto, siguiendo el camino trazado por la constituyente del 91 que ha incrementado el gasto público como porcentaje del PIB del 15 % al 29.5 % del presupuesto aprobado para 2024.
¿De qué sirve disminuir el déficit del gobierno si se hace a costa del bienestar económico de la población subiéndole impuestos e incrementando la inflación mediante alzas en la gasolina? ¿No será que el objetivo del gobierno debería ser poner su gasto en cintura en vez de cobrarle a sus ciudadanos su exceso? Que desenfocada puede llegar a estar la economía cuando antepone las metas numéricas a la voluntad de mejora del nivel de vida de sus congéneres.
Tercero, Ocampo, con un dejo de humidad, reconoce que la inflación, el peor impuesto a los pobres, es aún una tarea pendiente. ¿Puede uno, sin sonrojarse, argumentar que las decisiones del gobierno desde lo macroeconómico son acertadas cuando se basan en desmejorar el estándar de vida de los ciudadanos?
La cuarta evidencia expuesta por el profesor de la Universidad de Columbia contradice su postura. Según su concepto, la desaceleración económica, en especial la caída de las ventas de vivienda del 60%, y las de las ventas minoristas del 10% y, de la manufactura del 9% son tareas pendientes que se deben solucionar y no consecuencias de un Estado tragón que le quita, ahí sí, la gasolina al aparato productivo, sustento de las familias colombianas y motor de consumo.
Mal se puede explicar la bondad de las políticas macroeconómicas del gobierno cuando la inflación se mantiene, se incrementan los impuestos, se marchita el aparato productivo y se castiga al consumidor que busca un mejor nivel de vida. Afortunadamente esta discusión no pertenece al ramo de lo político sino a la evidencia de lo que funciona para que la gente viva mejor: apoyar la generación legal de valor y, ser eficiente y no tragón en la prestación de servicios del Estado.