OPINIÓN
No nos digamos mentiras
Existe una relación directa entre la pobreza y los actos delincuenciales y de violencia. Si fueran ciertas las cifras oficiales sobre empleo y pobreza, estos factores perturbadores en vez de incrementarse estarían disminuyendo.
El éxito de la lucha contra la pobreza probablemente terminará siendo lo que en un futuro determine no solamente hasta dónde puede llegar un país en materia de justicia social, sino de qué manera ese país logró alcanzar un desarrollo económico sostenible y con equidad. Así, pues, para el caso de Colombia, el esfuerzo por la erradicación de la pobreza podría ser el hilo conductor hacia su cabal desarrollo socioeconómico. Por ello, aquellas voces que claman por un crecimiento acelerado que sirva de soporte para la solución de la pobreza, son voces acertadas, siempre y cuando acepten, con todo y su criterio neoliberal, que tal crecimiento debe ir acompañado de unas agresivas políticas sociales en empleo, salud, educación, pensional y de justicia. Por lo tanto, no se trata del aumento a secas del Producto Interno Bruto (PIB), sino de ir cerrando las brechas sociales y generando un bienestar igual para todos.
Ahora bien, cuando nos referimos en concreto al caso nuestro, es imposible no darnos cuenta de las claras contradicciones en que caen el Gobierno y en particular el DANE con sus metodologías y estudios cambiantes que los conducen a menudo a los más convenientes y amañados resultados. No percibimos sensatas ni la definición, ni la medición de la pobreza. Hace poco esta entidad notificó al país, refiriéndose a la pobreza y la distribución del ingreso, que una persona con entradas mensuales de $211.807 no puede ser catalogada como pobre -¡que carajos les importa si el costo de vida sube y el poder adquisitivo se derrumba!-, y que 10 años atrás el 50 % de los colombianos estaba por debajo de la línea mientras que gracias a los dos últimos gobiernos, esta cifra se redujo a un tercio de acuerdo a los siguientes datos: en el 2002 la pobreza alcanzaba el 49.4 %, y en tanto en el 2013 llegó al 30.6 %, en el 2014 se redujo al 28.5, lo que significaría que tan solo el año pasado 784.000 coterráneos se libraron de la pobreza pasando así el número de nuestros compatriotas pobres de 13’994.000 en el 2013 a 13’210.000 en el 2014.
¡Vea, pues! Si usted lo cree, amigo lector, qué le vamos a hacer. En esto de estadísticas, indicadores, censos, cálculos y proyecciones y demás herramientas de medición manipuladas y controladas desde las entrañas del alto Gobierno y divulgadas con bombo y platillos por la Casa de Nariño, como decía el Cofrade Palacio Rudas, no hay que tragar entero.
Y es que, además, son diversas las razones que tenemos para alegar que esta supuesta caída del índice de pobreza es meramente circunstancial y efímera como quiera que los arrestos por combatir la pobreza, tales el asistencialismo y el crecimiento económico en épocas de bonanza, pueden poner en peligro su sostenibilidad cuando concurren fenómenos como, por ejemplo, la actual caída abrupta de los precios del petróleo cuyos costos y consecuencias apenas comenzamos a vislumbrar sin ninguna claridad sobre el resultado final.
En resumidas cuentas, si se diera el caso de que admitiéramos la reducción de la pobreza en Colombia en los términos y cifras ofrecidas recientemente, no podemos olvidar que la desigualdad, contrariamente a lo que se dice, no sólo se mantiene sino que avanza temerariamente en perjuicio de aquella reducción. Incluso el DANE revelaba simultáneamente los niveles de concentración de la riqueza en el coeficiente Gini como invariables, reafirmándose nuestra lamentable ubicación en Latinoamérica.
Está comprobado hasta la saciedad que la desigualdad comporta una relación directa y explosiva con todos los actos delincuenciales y de violencia, lo que nos lleva a pensar que si fueran ciertas las cifras alegres sobre el empleo y la pobreza, estos factores perturbadores de la tranquilidad y la paz pública en vez de incrementarse, como está sucediendo, estarían disminuyendo.
Además, siendo realistas, tenemos que aceptar que la pobreza en Colombia no tendrá remedio mientras se la mantenga atenazada entre la desigualdad galopante, un crecimiento económico fluctuante y un capitalismo egoísta, prepotente y voraz.
Y que, insisto, ningún crecimiento económico que sirva para superar la pobreza está blindado en estos tiempos en que la economía se mueve al vaivén de las borrascas.
La desigualdad y la pobreza están aquí y ahora vivas, dolorosas y crecientes.
No nos digamos mentiras.
guribe3@gmail.com