General retirado Eduardo Enrique Zapateiro.

Opinión

No podemos caer nuevamente en engaños

Las fuerzas militares intentan hacer su tarea, día a día lo entregan todo por el país, pero se enfrentan a un mandatario que las desautoriza en público y las debilita.

General en retiro del Ejército Nacional Eduardo Enrique Zapateiro Altamiranda
22 de agosto de 2024

En su afán por alcanzar la paz total, este gobierno adelanta de manera simultánea diferentes mesas de diálogo con disidencias de las Farc, con el ELN y con otros grupos delincuenciales. Todos soñamos con ver a Colombia en paz, a eso hemos dedicado nuestra vida quienes hemos servido en la Fuerza Pública, pero en las mesas no podemos desconocer la realidad de nuestro país, ni olvidar lo que ya hemos aprendido de anteriores procesos de paz.

Los soldados de Colombia, desde la creación del Ejército en 1810 y en su devenir por la historia, han sido unos hombres y mujeres que con grandes valores y virtudes han enfrentado los retos que les han impuesto. Los soldados del presente han recibido el legado y las tradiciones de sus antecesores, quienes han dirigido profesionalmente a sus tropas en las guerras de independencia, las nueve guerras civiles, las tres guerras internacionales, las dos participaciones en fuerzas multinacionales y el conflicto armado interno que ha perdurado por más de medio siglo. Este antecedente les hace ser reconocidos no solo a nivel regional, sino también a nivel internacional.

El pueblo colombiano ha depositado su confianza inquebrantable en una fuerza profesional, respetuosa de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario, altamente entrenada y proyectada para enfrentar la amenaza híbrida que se pueda presentar en el futuro con los más altos estándares de calidad y enmarcados siempre en el respeto y acatamiento a la Constitución y las leyes de la República. Confianza que se hace extensiva no solo a la institución, sino también a sus hombres y mujeres, desde el grado o rango inferior como el del soldado hasta el rango más alto como el del general.

Siendo consecuente con la conceptualización de la seguridad y defensa, dentro de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, fijados por la Organización de las Naciones Unidas para transformar nuestro mundo al año 2030, se encuentran –entre otros– el enfrentar el problema de la vida en los ecosistemas terrestres para combatir el cambio climático, de ahí la importante misión de la Fuerza Pública en la lucha contra los cultivos ilícitos, la deforestación, la minería ilegal y otras afectaciones a los recursos naturales. Sin lugar a duda, esa es una manera de mostrar el compromiso que desde siempre han tenido las fuerzas militares y de policía con la vida.

Corresponde al Gobierno nacional –para poder alcanzar sus objetivos– avanzar en erradicar la pobreza en todas sus dimensiones, erradicar el hambre, promover la paz, pero respetuosos de la justicia, promover las sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia para todos y crear instituciones eficaces, responsables e inclusivas en todos los niveles.

Sin embargo, lo que hemos visto en estos dos años de gobierno es que, lejos de lo prometido en campaña, la corrupción ha alcanzado su nivel más alto. En La Guajira se robaron la ilusión de tener por fin el tan preciado líquido, el escándalo de la UNGRD por la compra de los carrotanques ha llegado a sumas inimaginables, se robaron la plata de las ollas comunitarias y dejaron con hambre y sed a la población vulnerable de la región.

Aunado a lo anterior, la situación de orden público es cada vez peor. El hampa se ha fortalecido y, con el respaldo total del gobierno, abusa cada vez más de su posición privilegiada frente a los ciudadanos, que cada vez se sienten más abandonados a su suerte. Las fuerzas militares intentan hacer su tarea, día a día lo entregan todo por el país, pero se enfrentan a un mandatario que las desautoriza en público y las debilita, no solo mermando sus capacidades, sino –además– desmoralizando a sus integrantes.

Este futuro indeterminado y complejo enfrenta a nuestros soldados a innovar, a reinventarse para convertirse en hombres y mujeres capaces de enfrentar las amenazas híbridas actuales, como los delitos transnacionales y el terrorismo, los cuales superan las fronteras de los Estados. Tristemente, en lugar de fortalecer las capacidades de las fuerzas para que estén a tono con las amenazas que deben enfrentar, se ha dejado avanzar la obsolescencia de los equipos y se merman sus capacidades. Ejemplo de ello es ver lo que ha sucedido con la flota aérea (aviones y helicópteros) cuyo número en tierra es cada vez mayor, y hasta decisiones diplomáticas de política internacional, como el rompimiento de relaciones con Israel, que cada vez dejan más expuesta la capacidad de reacción de las fuerzas.

Es indispensable que nuestros soldados comprendan todas las condiciones particulares de los territorios del país, de la región y del mundo, para tener una comprensión de las necesidades de la población y del mismo Estado, enmarcado en la legitimidad de sus acciones.

Hoy el pueblo colombiano enfrenta uno de sus momentos más desafiantes, cuando vemos cómo se han ido deteriorando algunos territorios, y son ustedes, miembros de nuestra Fuerza Pública, los responsables del ORDEN y, con este, garantizar la LIBERTAD de todo un pueblo. Los últimos acontecimientos en los departamentos de Guaviare y el Cauca dejan ver un debilitamiento y desconocimiento de la autoridad, cuando un grupo de personas –llámese como se quieran hacer llamar– irrumpen el desarrollo de las actividades del Ejército y secuestran a un grupo de militares que cumplían con su MISIONALIDAD. Así mismo, de manera inexplicable después de los combates, otro grupo de personas se llevan el cuerpo de un terrorista (cabecilla de una estructura criminal), dañando con esto la escena de los hechos. A esto no se le ha prestado la atención necesaria. El Gobierno nacional tiene que tomar cartas en el asunto y dejar claro el deber constitucional de las Fuerzas Militares y la Policía Nacional a lo largo y ancho del territorio nacional. No podemos desconocer la manera en la que hemos venido retrocediendo en lo concerniente a la SEGURIDAD, factor que siempre he considerado el PIVOTE del engranaje de cualquier país, y sostengo en las diferentes charlas que realizo que, sin SEGURIDAD, nada, absolutamente nada, podrá consolidarse.

Las Farc, el ELN y demás estructuras terroristas que hoy buscan espacios de diálogos con el gobierno, lo hacen porque saben que un proceso de diálogo bien utilizado sirve para conquistar legitimidad nacional e internacional; es decir, tratar de volver a ganar un espacio de aceptación entre la población y entrar nuevamente a una fase de reconocimiento internacional quitándose el mote de terroristas. En pocas palabras, esto sólo los ayuda a la consecución de nuevos aliados tácticos y mejorar la correlación de fuerzas. En este sentido, con una buena utilización de espacios de diálogo se puede entrabar la maniobrabilidad militar de la Fuerza Pública, cerrándole capacidad operacional en el teatro de las operaciones mientras se acumulan fuerza y recursos. Aunado a ello, para una nueva dinámica de diálogo, las Farc y el ELN deben tratar de adquirir acumulación “revolucionaria”, pero hoy vemos más bien sus actuaciones enmarcadas y soportadas en toda clase de actividades ilícitas, que jamás han reconocido, pero que todos sabemos que así es. De igual manera, hemos visto a estos grupos delincuenciales aumentar su capacidad ofensiva para tratar de imponer las condiciones de diálogo. Así pues, para ellos, una propuesta de diálogo es tan solo un factor de la táctica, que tiene elementos de acumulación y confrontación en todos los terrenos.

Desafortunadamente, de manera correlativa, pese a la claridad que puedan tener los distintos comandantes de las fuerzas, las decisiones del Ejecutivo han acarreado la pérdida de iniciativa militar, generando desequilibrio en la confrontación, pues mientras nuestra Fuerza Pública se enfrenta a limitaciones impuestas desde el gobierno para actuar, los del otro lado de la mesa instrumentalizan a la población para enfrentarlos a quienes en realidad están ahí para defenderlos.

No podemos olvidar que la diplomacia es una parte de la guerra; en otras palabras, en la confrontación es donde se define el cambio en las relaciones de poder, y el diálogo se ha de utilizar para tratar de ganar legitimidad. Dicho de otra manera, el diálogo tiene mucho de propaganda, de escenarios para ganar opinión y eso es muy necesario para una organización terrorista que ha buscado iniciativa en el campo de la confrontación armada. Por todo ello, las Farc, el ELN y cualquier otra estructura terrorista volverán a esgrimir los mismos tres criterios para iniciar un proceso: legitimidad política, seguridad y participación.

Finalmente, una invitación a quienes hoy hacen parte de esas mesas de negociación con las diferentes estructuras terroristas: Farc, ELN y las demás que este gobierno quiera seguir sumando sin medir consecuencias, que tengan muy claro cuáles son las verdaderas intenciones en las mismas y NO vayamos a caer nuevamente en engaños e ingenuidades del pasado.

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