Opinión
No rotundo a una constituyente
En lo personal, creo que el presidente Petro irá hasta donde tenga que ir para lograr esa asamblea constituyente que ahora quiere.
La campaña a la presidencia de Gustavo Petro estuvo marcada por un temor muy grande: el llamado a un cambio de Constitución. Ese era el reclamo constante de sus opositores, que afirmaban que si se cambiaba la Constitución de Colombia terminaría adoptando una forma de Estado más cercana al socialismo.
Pero Petro siempre dijo que no. Que tales temores no eran más que una estrategia para su desprestigio, impulsada por esa derecha opositora que vendía miedo para frenar su llegada a la Casa de Nariño.
Durante toda la campaña, se le preguntó a Gustavo Petro si él llamaría a una asamblea nacional constituyente. Siempre respondió que no. Repitió una y otra vez que jamás llamaría a un cambio de la Constitución de 1991, mucho más cuando el mismo M-19, al que él pertenecía, fue parte activa en la construcción de esta carta política, que en cierta forma marca un nuevo comienzo para un país que entonces estaba destrozado entre el dominio del narcotráfico, la guerra de guerrillas, la pobreza y la corrupción.
La Constitución de 1991 es sin duda el símbolo del triunfo de una nación que intentó con esta nueva carta política construir un país nuevo, en un momento en el que la desesperanza era el sentimiento reinante de una nación.
Muchos le creyeron a Gustavo Petro esta promesa y lo eligieron presidente de Colombia, creyendo, cómo él lo repitió muchas veces, que era un demócrata, un hombre respetuoso de las instituciones, que quería espantar el fantasma de una izquierda radical en el gobierno para darle espacio a un gobierno de corte social, enmarcado en los lineamientos que la Constitución provee.
Por eso, el anuncio de los últimos días del presidente de querer llamar a una asamblea nacional constituyente ha desdibujado por completo la figura de un Petro demócrata para empezar a ver, cada vez con mayor temor, la de un gobernante déspota, que no le importa ir a donde tenga que ir para conseguir lo que quiere, así eso signifique cambiar la Constitución misma.
Ante la imposibilidad de sacar adelante sus reformas, principalmente la de la salud, Petro ha decidido ahora que no corresponde al Congreso debatir esos cambios legislativos, sino “al pueblo”, a ese constituyente primario, que son los ciudadanos, que tienen el poder de elegir el destino de una nación a través de un voto. Empieza Gustavo Petro a llamar a una asamblea constituyente construyendo el argumento populista, el del aplauso fácil, de que es el poder económico y político, el de las “oligarquías”, el de los medios de comunicación, el que no ha permitido el trámite de sus reformas y por eso ahora debe exigirlas “el pueblo” a través de una constituyente.
Claro que es más fácil vender el discurso de que son un montón de “ricos”, de “corruptos”, de “poderosos” los que no dejan tramitar las reformas que explicar que ha sido la propia ineptitud de su Gobierno la que ha hecho que todo hasta hoy esté estancado, y que ninguna de las iniciativas haya sido capaz de superar los debates que necesita para convertirse en ley.
Es más fácil venderle a la gente la idea de que hay algo así como una fuerza poderosa representada en los empresarios, o en los medios, o en la derecha, que no deja que se tramite nada que reconocer que, como presidente, Petro ha sido incapaz de engranar un Gobierno que ejecute, que ha puesto a incompetentes activistas en muchos de los cargos más importantes del Estado y que como consecuencia no ha podido impulsar un debate serio de sus reformas, ni mucho menos aceptar que algunas de ellas no tienen asidero en la realidad, como han concluido tantos después de analizar en profundidad la reforma a la salud.
Abrir la puerta de una asamblea nacional constituyente es abrir una caja de Pandora, en la que ni el mismo Gobierno ha sido claro en lo que quiere con este llamado.
Es de verdad indignante la publicidad que desde mediados de esta semana la presidencia de la república ha querido hacer para promover su idea de este llamado a una constituyente. Dice la presidencia que la asamblea constituyente “no es para cambiar la Constitución de 1991”. Esta es una mentira abierta, pero, sobre todo, un absoluto contrasentido. Una asamblea constituyente es para cambiar la Constitución. Así que publicitar la iniciativa diciendo que no es para cambiar la Constitución de 1991 muestra dos cosas, ambas igualmente preocupantes: o una ignorancia absoluta de lo que es un proceso constituyente, o, aún peor, una intención de ocultar la verdadera dimensión de lo que significa este llamado al constituyente primario.
Y ahora, por cuenta de este debate innecesario al que llamó el mismo Gobierno, lo poco que se venía tramitando en el Congreso, la reforma a la salud y la pensional principalmente, esta última bien avanzada en su consenso, ahora sí han quedado completamente estancadas, pues se desplazó el debate de las reformas por el de la conveniencia o no de esta constituyente.
Muchos parecen no tomar en serio esta iniciativa. En lo personal, creo que el presidente Petro irá hasta donde tenga que ir para lograr esa asamblea constituyente que ahora quiere. Porque nuestro presidente sigue adormecido en sus sueños de hombre histórico, en donde se ve a sí mismo como el refundador de una patria, como el libertador de la opresión de unos hombres que lo aclaman en las calles. Y mientras sigue embelesado en su sueño de padre de la patria, no se ha dado cuenta de que es el presidente desde hace un año y medio y que el tiempo se le va sin que haya podido empezar a gobernar.