OPINIÓN
Nos dejamos engañar con gran facilidad
En la era de la desinformación y el populismo es bueno recordar que las mayorías no necesariamente tienen la razón y que somos poco propensos a llevar la contraria
Solomon Asch, famoso pionero de la psicología social de mediados del siglo pasado, logró demostrar que los seres humanos somos débiles ante la presión de grupo. En ocasiones de manera poco consciente, y en otras sin capacidad de aceptarlo, lo cierto es que nos importa, y mucho, lo que piensan los demás y lo que opinan sobre nosotros.
Su renombrado experimento sobre la “conformidad de grupo” consiste en someter a unas personas a lo que en primera instancia parece un simple ensayo de capacidad visual. A un conjunto de media docena de participantes, sentados en fila enfrente de una mesa, se les presenta una serie de tableros que incluyen cuatro líneas verticales. La primera de estas es la “línea estándar” que deben comparar con las otras tres, identificadas con números o letras secuenciales (a, b, c).
El objetivo es que los participantes determinen cuál de las tres líneas (notablemente distintas entre sí) es de igual extensión al estándar. Al iniciar el experimento, esta sencilla tarea se ejecuta sin mayores contratiempos. Sin embargo, el verdadero ensayo tiene que ver con que todos los presentes en la supuesta prueba visual, exceptuando uno de ellos (el sujeto crítico), son en realidad parte del equipo de investigadores y están detrás de un objetivo diferente.
Después de un par de iteraciones en las que todos responden correctamente, los supuestos participantes empiezan a ofrecer soluciones deliberadamente equivocadas. Esto es, indicar que la línea “a” es la de idéntica extensión al estándar, siendo evidente que eso no es correcto. El sujeto crítico del ensayo, ubicado en la última silla de la mesa y obligado a responder después de los demás, enfrenta entonces la dificultad de desafiar públicamente lo que ha sido una respuesta unánime de sus pares.
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Existen diversas variaciones del experimento de Asch, todas con resultados sorprendentes. Y la verdad es que también algo aterradores. Para una secuencia de más de una docena de tableros, más del 75 por ciento de los sujetos críticos ceden y optan por al menos una respuesta equivocada. Más aún, cerca del 40 por ciento encuentran irresistible la presión colectiva, ofreciendo soluciones equivocadas en todos los casos (ver aquí una muestra del experimento).
Dada la presión de grupo, vamos en contra de la evidencia inequívoca que tenemos frente a nuestros ojos. Según los resultados de estas investigaciones, esto se debe a la vergüenza que nos da contradecir a los demás cuando su posición es unánime, o a que terminamos aceptando que si todos opinan lo contrario es porque deben tener la razón.
Este conocimiento de psicología clásica ofrece una reflexión oportuna en tiempos de populismo y de canales de información poco confiables. Según el documental El dilema social, debemos ganar conciencia de que, si no pagamos por utilizar un producto, es porque nosotros somos el producto. Lo que nos llega por las redes digitales tiene propósitos comerciales para beneficio de terceros, por medio de tácticas diseñadas para afectar nuestro comportamiento y percepciones.
En la unión de estos argumentos, Roger McNamee (uno de los primeros inversionistas de Facebook) asegura que los algoritmos de inteligencia artificial que priorizan y personalizan el contenido de las redes sociales se basan en la premisa de que, si creemos que todos piensan igual, nos convertimos en seres más sencillos de manipular.
Sabiendo entonces que somos fáciles de convencer y que algunas de las tecnologías de información que más utilizamos se aprovechan económicamente de esto, es nuestro deber montar una debida defensa. En particular, los más jóvenes. Quizás podemos empezar con unas reglas simples. Por ejemplo: consultar solo medios y fuentes serias, no creer en las tendencias por sí mismas, y leer más allá de titulares y mensajes de unos cuantos centenares de caracteres.
Todo esto sumado a la formación de pensamiento crítico y a la realización de que no tendremos una verdadera democracia hasta que no logremos vivir la diversidad de opiniones y nos demos a la tarea de escuchar, entender y respetar a quienes piensan distinto.