Opinión
Nos quieren silenciar
En esa Colombia tantas veces ignorada, el periodismo suele ser la voz de las víctimas. Pero pretenden silenciarnos con una efectiva combinación de formas de lucha.
No nombraré el pueblo. Solo diré que vive bajo el yugo del ELN. Y que es tal el poder de la guerrilla que, además de vacunar, amenazar, secuestrar lugareños para juzgarlos y matarlos, si así lo deciden, controla un ramillete de organizaciones sociales y una importante empresa local.
La situación no es nueva. La única diferencia estriba en que Iván Duque hablaba duro a los criminales y desplegaba miles de militares para nada. Y el Gobierno actual alaba la falsa voluntad de paz de los matones y les deja hacer y deshacer a sus anchas. Unido al preocupante anuncio presidencial de fomentar la colaboración entre el gobierno mafioso del déspota Maduro, aliado de la guerrilla, y las Fuerzas Armadas de Colombia, con el propósito de combatir el crimen fronterizo.
Tampoco es de ahora la ley del silencio que impera en el departamento desde hace demasiado tiempo. No solo resulta inútil denunciar, sino que hacerlo supone jugarse la vida. No olvidemos que uno de los pilares que sostienen a cualquier banda criminal es que las víctimas se traguen su dolor en silencio.
Si a todo lo anterior suman en Arauca la descarada complicidad de políticos y personas influyentes en la comunidad y una desbordada corrupción, tienes la tormenta perfecta para perpetuar el dominio del ELN en la bella región llanera.
Tendencias
¿Cómo romper el silencio atronador?Los periodistas locales se arriesgan al revelar algunos hechos, pero no les puedes exigir que se conviertan en héroes de cementerio. El periodista de Bogotá puede resultar una alternativa puesto que recorre la región y relata la realidad sin tantas cortapisas. El único freno lo impone la seguridad de sus fuentes, que supone omitir nombres y datos para evitar que las identifiquen.
Con el periodista se sinceran mientras que nunca acudirían a la justicia porque no se fían de nadie y temen por su vida. Gracias a tu compromiso de jamás revelar sus identidades, facilitan una información privilegiada que corroboras tanto con diferentes testimonios como con pruebas que te muestran y pocas veces te dejan llevar.
Recuerdo el video de unos jóvenes guerrilleros del ELN que habían asaltado una canoa y robado su carga de alimentos. Navegaban en su lancha tomando el whisky hurtado, al tiempo que se grababan exhibiendo con inmadurez y orgullo sus fusiles y sus rostros. Era tal el temor del campesino que me lo mostró, que lo borró enseguida, arrepentido de la indiscreción.
Conviene también tener presente que si alguien declara de manera abierta contra la guerrilla en un pueblo de Arauca, será porque considera su deber alzar su voz por dignidad y vive protegido por un esquema de seguridad. Sin escoltas sería hombre muerto o callado. Un ejemplo es Luis Naranjo. Reside en el anillo de seguridad de Saravena y no se corta la lengua.
En los encuentros secretos te enteras, por ejemplo, de que la guerrilla cobra el 5 por ciento de todos los contratos públicos en Arauca. O que tienen secuestrados a una treintena de seres humanos en el área de Saravena y Fortul para juzgarlos conforme a sus leyes delincuenciales. Sus familias acuden a suplicar por sus vidas, pero igual los asesinan o los dejan libres tras torturarlos y cobrar un rescate. Por cierto, Otty Patiño no protesta por esos pobres cautivos.
También te informan de los tentáculos de esa guerrilla en organismos públicos araucanos y te dan nombres de sus fichas.
Hay que reconocer que no es mucho lo que destapamos. Podríamos hacer más si no pusiéramos en riesgo a las fuentes y tuviésemos garantías. Pero cada día nos disparan más denuncias por injuria y calumnia solo para silenciarnos. Saben que cuentas la verdad, pero no puedes presentar testigos porque los matan. Será tu palabra contra la del demandante y no siempre los fiscales y jueces comprenden el entorno en el que te mueves.
El fin de la historia es claro. Si los medios locales deben autocensurarse y si los nacionales apenas hacen reportería y los acribillan a demandas, la otra Colombia quedará cubierta por un manto de silencio. Será más sencillo para bandas criminales y Gobierno manipular la información.
Cuando secuestraron al papá de Lucho Díaz, más de un guajiro supo que lo tenía el ELN. Pero habría pagado caro anunciarlo el primer día. La guerrilla es implacable con quienes desnudan sus delitos y los desafían. Igual que otras bandas y políticos corruptos capaces de matar.
Lejos de Arauca, en un pueblo del Caquetá cuyo nombre debo omitir ahora, el comandante de las Farc-Ep reunió recientemente a unos vecinos para reconocer que no hubiesen permitido el triunfo del candidato que quedó segundo. Pero advirtieron que si el ganador no les cumple cuando asuma la alcaldía, se muere. Gobernará, por tanto, con una pistola en la nuca. Nadie está a salvo.
En esa Colombia tantas veces ignorada, el periodismo suele ser la voz de las víctimas. Pero pretenden silenciarnos con una efectiva combinación de formas de lucha.