Camilo Granada.

OPINIÓN

Nuevos liderazgos

Jacinda Ardern, la primera ministra de Nueva Zelanda, se encamina a lograr una victoria clara en las elecciones de la próxima semana en su país. Su liderazgo empático y honesto es un ejemplo que devuelve la esperanza en el ejercicio del poder.

Camilo Granada
8 de octubre de 2020

La pandemia y la crisis económica han puesto en jaque a los gobernantes en el mundo entero. Muchos no han estado a la altura, otros han logrado pasar el examen apenas raspando. Pocos han convertido esta tragedia en una oportunidad para mostrar un liderazgo distinto. Jacinda Ardern, la primera ministra de Nueva Zelanda, lo logró. Pero sus éxitos van más allá del manejo de la pandemia.

Su carrera es extraordinaria. Con apenas 37 años asumió el liderazgo del partido laborista en medio de una crisis de confianza a pocos meses de las elecciones en 2017. El vuelco absoluto que le dio a la campaña le permitió llevar a su partido a la victoria y liderar una coalición para gobernar. Se convirtió así en la mujer más joven en el mundo en ser elegida jefe de gobierno nacional. Y es la segunda mujer en el mundo en dar a luz mientras ejercía funciones de primera ministra, lo cual es un poderoso símbolo en pro de la igualdad de género y contribuye a derribar los prejuicios existentes que afectan a las mujeres en todos los campos de la sociedad.

Ardern se convirtió en figura internacional por su extraordinaria respuesta frente a la horrible masacre ocurrida en dos mezquitas en la ciudad de Christchurch, en marzo de 2109. El ataque perpetrado por un extremista racista dejó cincuenta y un muertos y más de cuarenta heridos. La primera ministra se rehusó a llamar por su nombre al asesino, porque eso sería darle publicidad. Se concentró en cambio en solidarizarse con la comunidad musulmana. Dijo “ellos, las víctimas, son los nuestros. El perpetrador no lo es” y uso un hijab para hacer visible su respeto por las víctimas.

No prometió venganza, pero actuó para reducir el riesgo de nuevos ataques al imponer la prohibición de la tenencia de armas automáticas e invitó a aquellos que las tuvieran a devolverlas. Más de cincuenta y seis mil fueron entregadas a las autoridades a través de un programa de recompra. También lideró una coalición internacional para exigirle a las redes sociales que redoblaran esfuerzos para eliminar el discurso extremista de odio. Más de dieciocho países y las principales empresas de tecnología (Amazon, Microsoft, Facebook, Google, Twitter y YouTube, entre otras) adhirieron a ese compromiso.

Con igual determinación y responsabilidad enfrentó el coronavirus. Con tan solo cien contagios y antes de que hubiera muertos, decretó muy rápidamente medidas drásticas y sin excepciones, como el cierre de fronteras y el confinamiento total. Estableció un programa agresivo de pruebas y seguimiento a los contagios. Otras naciones también lo hicieron y seguramente el hecho de ser un país relativamente aislado y pequeño contribuyó al éxito de las medidas. Pero Ardern también supo cómo explicar la lógica de las medidas, comunicar y movilizara la ciudadanía dándole horizontes claros de manera transparente. Nueva Zelanda, a pesar de un ligero rebrote reciente ya superado, logró derrotar la pandemia con menores contagios y muertes que la gran mayoría de países en el mundo.

Lo anterior sería suficiente para ser destacada internacionalmente como ejemplo de un liderazgo distinto, más humano y cercano. Pero sus propuestas económica y social son tanto o más relevantes. Su política se ve reflejada en lo que se ha denominado el primer presupuesto de bienestar (wellbeing), en el que detalla sus prioridades y establece que el simple crecimiento económico del producto interno bruto no puede ser el objetivo de una sociedad. En ese presupuesto las metas son la justicia social, la atención a la niñez, la transición ecológica, los derechos de las minorías o la salud mental. Y es en función de ellos que se fijan las metas de crecimiento y se determina el presupuesto para cada sector. Así, la primera ministra de Nueva Zelanda vuelve a mostrar el camino hacia una sociedad que prioriza la calidad de vida de todos sus habitantes y pone en función de ella a la economía, y no al revés.

Esta visión política y humanista está siendo reconocida y recompensada por los electores. Todas las encuestas muestran que su partido ganará las elecciones del próximo 17 de octubre. Su principal contrincante es otra mujer, Judith Collins, del Partido Nacional (centro derecha). Más allá de las particularidades de cada país, la verdad es que el mundo necesita más gobernantes del estilo de Jacinda Ardern: cercanos, sencillos, empáticos y con una nueva visión de lo que significa el progreso de una sociedad y sobre cuáles son los indicadores de éxito que realmente importan. Como lo hemos visto en Colombia, la renovación no es solo una cuestión de edad o generaciones, es también y sobre todo, una cuestión de filosofía, ideas, forma de gobernar y comunicar. Ojalá surjan muchas Jacinda Ardern más en el mundo entero.

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