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Fernando Ruiz Gómez  Columna Semana

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Para la próxima pandemia

No podemos simplemente sentarnos a esperar la próxima pandemia, y al Gobierno le corresponde liderar esa construcción de capacidades de respuesta y contingencia.

Fernando Ruiz
9 de septiembre de 2024

Antes de la pandemia de la covid-19, muy pocos colombianos sabían qué funciones cumplía un epidemiólogo. Sin embargo, aprendimos a la brava —o gracias al miedo—, la importancia de los profesionales dedicados a la epidemiología. El pasado 7 de septiembre se conmemoró el día de los epidemiólogos de campo, quienes responden a esa noble cohorte que hace el trabajo en las calles y las veredas, investigando brotes epidémicos, reportándolos y actuando para contenerlos.

Ellos siguen la tradición de John Snow —el padre de la epidemiología— quien, a partir del seguimiento de casos de cólera en el insalubre Londres del siglo XIX, pudo demostrar que la enfermedad era causada por el consumo de aguas contaminadas con heces en ciertas fuentes de agua de la ciudad. Mucho tiempo ha transcurrido desde aquellas épocas, pero las técnicas de investigación de base de las epidemias aún se mantienen.

No obstante, también es cierto que la pandemia de la covid-19 le demostró al mundo entero que todavía nos hace falta mucho por aprender y por mejorar en la investigación y el manejo de epidemias a nivel global. Es increíble que, a estas alturas de la vida, todavía no exista certeza del origen de la pandemia de SARS-CoV-2.

El aprendizaje de la estrategia para el control de la pandemia fue demasiado larga y costosa en materia de vidas humanas. Demasiados meses tardamos en comprender el mecanismo completo de transmisión, los métodos de manejo clínico, la cooperación y colaboración globales enfrentaron muchas dificultades. El mundo no estaba preparado para una pandemia de tan grandes proporciones.

Tres fallas esenciales se hicieron evidentes a lo largo de esta pandemia: primero, los sistemas de salud no estaban preparados para afrontar el manejo coordinado de contención de los brotes sucesivos asociados a las mutaciones del virus. Segundo, tampoco existía una base de evidencia científica suficiente para el manejo clínico de una patología de este tipo, todo debió aprenderse sobre la marcha. Tercero, los mecanismos de negociación internacional no estaban preparados y finalmente se terminaron imponiendo los nacionalismos y las ventajas relativas en el acceso a la tecnología médica.

Lo peor de este asunto es que, con millones de muertes aún en la memoria cercana, el mundo no ha podido ponerse de acuerdo en lograr un convenio global para el manejo de las pandemias. Todos los esfuerzos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) se han dilatado y seguimos a la espera de poder alcanzarlo. Esta es una triste realidad que solamente incrementa el riesgo ante cualquier nuevo evento global.

En este difícil escenario ha sido refrescante la publicación de esta semana, por parte de la OMS, del Marco Global, para definir y guiar estudios de patógenos con potencial epidémico y pandémico. El documento define seis elementos clave para la respuesta temprana de patógenos con potencial pandémico, incluyendo los estudios en humanos, animales, ecosistemas, genómicas y bioseguridad en los que los países deben desarrollar capacidades para afrontar las pandemias.

Este es un paso adelante porque hace operativo un concepto muy importante a nivel internacional: One Health (Una sola salud) que por primera vez reconoce que la salud humana está indefectiblemente conectada con la salud de los animales con los que convivimos y con un ecosistema profundamente amenazado. También modula la profunda interrelación existente entre la epidemiología y la genómica. Esto lo tuvimos que aprender a las carreras durante la pandemia y al final permitió cerrar el ciclo de muertes, gracias al desarrollo de las vacunas, originado precisamente en el conocimiento genómico.

Y cuando inició la pandemia de la covid-19, nuestros laboratorios departamentales de salud pública estaban prácticamente en ruinas. Para la mayoría de los gobernantes departamentales, las epidemias eran la última de sus prioridades. Sin embargo, el virus de la covid-19 les mostró lo equivocados que estaban e irónicamente sirvió para que los pusieran a tono, fueran reconstruidos, dotados y su personal reconocido.

Pero hoy no se puede bajar la guardia. La desaparición de las fronteras naturales entre los entornos urbanos y los ecosistemas selváticos, así como los 120.000 vuelos comerciales que cada día surcan los cielos del mundo, son campo de cultivo propicio para nuevas patologías epidémicas.

En estos momentos en algún lugar del mundo algún epidemiólogo de campo estará lidiando con el riesgo de eventos como la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo; el Ébola; Marburgo; el Coronavirus respiratorio del Medio Este; la enfermedad de Nipah; la fiebre del valle del Rift o la temible Enfermedad X. Todos estos eventos de salud pública tienen potencial epidémico y pandémico, así como muchos que están en las cejas de selva esperando el vector apropiado. Y un dato que a estas alturas resulta intolerante es que 4.000 personas anualmente mueren en 45 países del mundo como consecuencia del Cólera.

Es necesario e imperante estar preparados. No podemos simplemente sentarnos a esperar la próxima pandemia y al gobierno le corresponde liderar esa construcción de capacidades de respuesta y contingencia.

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