OPINIÓN
Paro nacional
Semana trae esta semana un cuadernillo dedicado al Cesar y La Guajira donde se lee un artículo sobre la masacre de las bananeras escrito por Oscar Alarcón Núñez quien, además de historiador, es un gran contador de historias.
Me permito transcribir algunos apartes: “Los obreros y los incipientes sindicatos de la época comenzaron a hacer peticiones económicas para contrarrestar la injusticia social, ante la mirada displicente de los funcionarios extranjeros y de las autoridades gubernamentales. Cansados de que no los oyeran, el 11 de noviembre de 1928 unos 5.000 trabajadores se congregaron frente al edificio de la Gobernación en Santa Marta con banderas blancas y consignas pacifistas.
Para entonces, el país vivía en total tranquilidad bajo la presidencia del conservador Abadía Méndez. Pero, claro, no podía pasar por alto la amenaza de un paro en una zona dominaba por los norteamericanos, así que dio instrucciones a su ministro de Guerra y este, a su vez, a su hombre de confianza, el coronel Cortés Vargas.
El gobernador del Magdalena quería conciliar con los huelguistas, pero la United perdía 30.000 pesos diarios y exigía a Colombia una solución inmediata. El líder de la marcha incendió los ánimos de los huelguistas: “Camaradas, mañana probablemente la metralla del gobierno os desplazará porque está turbado el orden público. Pero, camaradas, no tembléis, firmes, que vuestra sangre surgirá algún día”. Un aplauso estruendoso se oyó por todos los ámbitos.
Al día siguiente, 5 de diciembre, Cortés declaró el Estado de Sitio y “Expidió el decreto número 1, cuyo artículo primero estableció perentoriamente la inmediata disolución de toda reunión mayor de tres individuos y el segundo dispuso hacer fuego sobre la multitud si fuere del caso. El decreto número 4 establecía: “Declárase cuadrilla de malhechores a los revoltosos, incendiarios y asesinos que pululan en la actualidad en la zona bananera”.
El país conoce el resultado de esa decisión. Cuenta Alarcón: “(En) un documento desclasificado de la época que el embajador de Estados Unidos en Bogotá, Jefferson Caffery, envió a su gobierno, dice:“Tengo el honor de informar que el representante de la United Fruit Company me dijo ayer que el número total de huelguistas muertos superó el millar”. No solo los gringos se alegraron con el asesinato de los colombianos (“tengo el honor de”). Dos meses después, Cortés Vargas celebró una fiesta a la que asistió “lo más granado de la sociedad samaria”. ¿Qué celebraban si acababan de masacrar a más de mil cristianos? Celebraban el triunfo de las “Fuerzas del Bien”.
El texto de Alarcón recuerda la situación actual: un ministro de Defensa que pretende criminalizar la protesta social, una marcha pacífica no ya de cinco mil sino de veinte mil trabajadores cansados de que el gobierno no los escucha, unos ánimos nacionales caldeados –y desesperados– a la espera de un fósforo, parte de la sociedad polarizada a favor de las “Fuerzas del Bien”. Por fortuna, posiblemente el resultado no sea el mismo de aquella vez porque ahora los manifestantes no son costeños. Pero el abismo está ahí.
Ojalá hoy imperen la prudencia y la serenidad. De parte y parte.
@sanchezbaute