Opinión
Pedagogía de ‘El globo rojo’ para el liderazgo
La semana pasada tuve la oportunidad de disfrutar este mediometraje del cineasta francés Albert Lamorisse, estrenado en 1956.
El globo rojo es una obra que genera admiración por muchos aspectos. Uno de los más destacados es el mensaje de una extraordinaria amistad entre un niño solitario, Pascal ―interpretado, por cierto, por el hijo del director del filme― y un globo rojo que encuentra en las bellas calles de París. Como en muchas historias de amor verdadero, es una relación tan mágica que no sabemos quién encontró a quién, ni si fue fruto del azar o del destino. Lo que sí sabemos es que la singular amistad y el globo rojo ―que parece tener vida propia― acompañando a Pascal por la ciudad gris, despiertan sorpresa y asombro en los transeúntes.
La semana pasada tuve la oportunidad de disfrutar este mediometraje del cineasta francés Albert Lamorisse, estrenado en 1956. Una obra que le valió varios galardones como la Palma de Oro en el Festival de Cannes y el Óscar al mejor guion original, entre otros. Como dato curioso, Lamorisse también fue el creador de juegos de mesa tan famosos como Risk, llamado originalmente La conquête du monde (La conquista del mundo). Lamentablemente, no logró convertir en realidad todos sus proyectos, pues falleció a los 48 años en un accidente aéreo, cuando filmaba un documental en Irán.
En la cinta, las reacciones ante la llamativa amistad son diversas. Algunas personas en la calle muestran curiosidad al ver cómo un globo juega con Pascal y, lo más importante, cómo se respetan mutuamente y comparten momentos juntos. Sin embargo, como suele suceder en el liderazgo y en el amor, el círculo más cercano a Pascal reacciona de forma equivocada, tratando incluso de impedir este vínculo. Así ocurre en su casa, donde intentan dejar fuera al globo, y en el colegio, donde castigan a Pascal por el revuelo que causa la presencia del globo rojo.
Los demás niños tampoco comprenden la amistad entre Pascal y el globo. Algunos quieren arrebatárselo y apropiarse de él, como pasa en nuestra sociedad cuando surgen buenas ideas o proyectos innovadores. Al no poder hacerlo, su reacción es la crítica, el odio y el irrespeto, hasta el punto de preferir destruir las iniciativas, como sucede con el globo rojo, al que intentan pinchar, antes que permitir que las ideas de los demás brillen o sobresalgan. Afortunadamente, esta intolerancia hacia un globo que no generó daño alguno se ve opacada por el triunfo final de Pascal cuando, gracias a la solidaridad de todos los globos de París, se produce una alegría colectiva que prevalece sobre los intereses egoístas y mezquinos de quienes recurren a diferentes manifestaciones de violencia para conseguir sus fines.
Tendencias
Por suerte, el globo rojo no está solo. En su recorrido por París, se encuentra con el globo azul que acompaña a Sabine, la otra hija de Lamorisse. Este encuentro simboliza la importancia de compartir nuestros sueños y proyectos de vida con personas que nos aprecian y que muchas veces no valoramos lo suficiente por el ritmo acelerado del día a día. También representa la oportunidad de conocer escenarios y realidades diferentes que enriquecen nuestra visión del mundo.
Así como Pascal y Sabine recorren París con sus globos, nosotros deberíamos explorar nuestro entorno con la inocencia y la apertura de un niño, sin los prejuicios y paradigmas inamovibles que podemos tener como adultos. Deberíamos, además, estar abiertos a nuevos encuentros con amigos, reconociéndolos como personas con todas sus dimensiones y, por supuesto, con la disposición para aprender de ellos.
El globo rojo desafía el statu quo no solo por su color, sino por su comportamiento. No se deja atrapar por las personas y las saca de su zona de confort jugando con ellas. En nuestra vida personal y muy especialmente en el liderazgo, todos necesitamos un “globo rojo” que nos impulse a soñar, aunque ello implique el riesgo de ser relevados, pero con la convicción del triunfo que nos espera cuando nos atrevemos a pensar diferente y a transformar los sueños en realidad ―siempre pensando en el bien común―.
Finalmente, lo más importante es que Lamorisse nos invita a reflexionar sobre la amistad verdadera, aquella que no responde a intereses y que es realmente una fuerza interior que nos permite reconocer al otro y acompañarlo en su proyecto de vida ―sobre todo en los momentos de mayor dificultad―, como lo hace el globo rojo y no como ocurre desafortunadamente con algunos «nuevos amigos» que desaparecen ante la primera señal de peligro.