Pégale a tu mujer
El diplomático, pasado de tragos, quiso bajarla del carro por sus opiniones, y cuando llegaron, la agarró a golpes hasta dejarla “con delicadas lesiones”
Hay un par de chistes no muy buenos, pero que tal vez manifiestan verdades que se ocultan en el fondo de las mentes violentas de los machos. El primero es mexicano y cuenta de un marido que vuelve a la casa borracho después de una noche de farra. La esposa está esperándolo despierta y sin que medie palabra el marido le da un guascazo que le parte la nariz.La mujer empieza a sangrar y el marido le dice: "¡Esto es por nada, no más hazme algo!" El otro, más que un chiste, es un refrán oriental que da risa por lo burro: "Pégale, pégale a tu mujer: tú no sabes por qué, pero ella sí". Los dos revelan, como se puede ver, el temor de los machos a que la mujer se permita decirles que algo está mal hecho, y el miedo a que la mujer oculte una traición secreta.
Por mucho que María Isabel Rueda diga que a hombres y mujeres hay que tratarlos siempre por igual, en el aspecto de la violencia física las mujeres y los niños deben recibir mayor protección por el simple hecho de que son más débiles. Hay una asimetría biológica en la contextura física de los hombres y de las mujeres. En nuestra especie, y en promedio, los machos tienen más estatura y mucha más masa muscular que las hembras; también sus huesos son más gruesos y pesados. Esto hace que no sea lo mismo que un hombre le pegue a una mujer, o que una mujer le pegue a un hombre. El primer caso es una muestra de violencia y prepotencia que puede llegar a ser incluso peligrosa para la vida; el segundo, un intento casi risible de descargar la rabia. Censurable, claro está, pero sin las mismas consecuencias de intimidación o de peligro para la otra persona.
Salvo que uno esté casado con la hija de Mohamed Alí, con Venus Williams o con María Isabel Urrutia, los golpes de una mujer no dan muy duro; puede que duelan en el orgullo, pero en el cuerpo no dejan huella. No dejan rastro en el rostro. Por eso en la violencia intrafamiliar, salvo raras excepciones, la grave es la que cometen padres y madres contra los niños -que son más débiles- o los hombres contra las mujeres -que tienen menos fuerza-. Si no se tiene en cuenta esta asimetría (de los más fuertes hacia los más débiles), no se entiende bien por qué para los niños y para las mujeres es mucho más grave padecer agresiones físicas.
En estos días ha habido dos casos públicos de hombres que atacan violentamente a las mujeres después de una discusión en el carro. El primero ocurrió en Medellín contra la directora de Derechos Humanos de la Gobernación de Antioquia, Rocío Pineda. El agresor, un vendedor de carros que se llama Elkin Agudelo, después de varias discusiones en que la mujer criticaba el comportamiento ofensivo del conductor, paró el carro y cuando Pineda trató de huir, la persiguió, la tumbó de un puñetazo en la mandíbula, que le reventó la boca, y luego la remató en el suelo con una patada. Cuando ella intentó sacar el celular para pedir ayuda, el hombre se lo arrebató y lo tiró a un rastrojo. Pineda, como muy pocas veces ocurre, tuvo el valor de denunciarlo.
Y digo el valor porque aquí ocurre algo curioso: no es como en un país serio, donde a Naomi Campbell la detienen de inmediato porque le pegó a su asistente. Aquí, cuando una mujer denuncia, los jueces no empiezan por buscar al agresor, sino por averiguar cuál habrá sido la culpa de la víctima, y los papeles se invierten. Es como en las violaciones, donde en vez de apresar al violador, se empieza por indagar si la violada no habrá "provocado" al agresor. Estas son nuestras nefastas costumbres mentales.
La segunda agresión física la contó esta revista (sin nombres) y fue cometida contra Clemencia Echeverri (ex reina de belleza que estuvo casada con el conocido periodista Darío Arizmendi), después de una discusión política en la que la agredida criticó a Uribe. El machito es un 'uribundo' de Colombia Democrática, Rafael Correa Lara, que fue también diplomático de este gobierno en Londres. Según el relato, el diplomático, pasado de tragos, quiso bajarla del carro por sus opiniones y cuando llegaron, la agarró a golpes, hasta dejarla, según SEMANA, "con delicadas lesiones". El Presidente, que ya no bebe y es una persona mucho más galante que los borrachos que lo acompañan en su causa, llamó a disculparse.
Estos son los casos específicos, que hay que contar así porque las personas solamente reaccionan ante ejemplos individuales, con nombres y detalles. Pero si los lectores quieren enterarse de lo grave que es el problema general de la violencia contra las mujeres, lean en Internet el informe de una extraordinaria investigación adelantada por Profamilia. Les doy unos pocos datos: al 33,3 por ciento de las mujeres de Colombia, su pareja las ha empujado o zarandeado; al 29 por ciento las han golpeado con la mano; al 9,3 por ciento les han pegado con un objeto; al 11,5 por ciento las han violado, y nada menos que el 39 por ciento ha padecido algún tipo de violencia física. Si se unen estos datos a la violencia contra los niños (la cual deja secuelas neuronales irreversibles), estamos frente a hechos gravísimos de una agresividad que, con menos evidencia que la de las armas, también destroza al país.