Isabel Cristina Jaramillo

OPINIÓN

Perdonarnos lo humano: otra lectura de la navidad católica

En medio de este año tan difícil, vale la pena recordar que el evento de la redención ya pasó y que como seres completos somos capaces de más de lo que nos permitimos.

Isabel Cristina Jaramillo
18 de diciembre de 2020

Este 16 de diciembre empezó para los colombianos la novena navideña. Estuvo acompañada de múltiples advertencias sobre la ocupación de las UCI y la importancia de seguir cuidándonos mientras llegan las vacunas o logramos controlar de otra manera los contagios. Nos reunimos con una familia más para cantar villancicos, leer las oraciones y comer buñuelo y natilla, en lo que percibimos fue una auténtica reunión bio-segura. Comentamos todos lo bonito que es tener este ritual que nos une: nos sabemos las canciones, tenemos en casa las maracas que las acompañan, entendemos los ritmos y recitamos las oraciones. Recordamos también la risa que nos causaba, y nos sigue causando, el lenguaje decimonónico en el que el texto está redactado. Aunque se han hecho tantos esfuerzos por modernizar la novena, las que tenemos guardadas, las de la caja que contiene maracas, xilófonos y panderetas, siguen siendo las que retan la lengua de todo niño de 7 a 17 años: disteis, merecisteis, recibisteis, Adonai, son algunas de las joyas que hacen parte de la experiencia.

Uno de los participantes, abogado como yo, preguntó a las adolescentes en la reunión si habían entendido algo sobre la consideración del día primero. Inicialmente pensé que querría hacer una reflexión sobre el sentido espiritual de la lectura. Aparentemente lo que le motivaba era la idea de que ese lenguaje era incapaz de transmitir algo relevante a las jóvenes porque no preguntó nada mis ni hizo comentario distinto a lo difícil que es leer el texto. Yo sí me quedé pensando. Desde la distancia que me permite mi entrenamiento como académica, volví sobre esa misteriosa formulación que contiene la novena con la que crecí (según El Tiempo, la recomendación de la Arquidiócesis de Bogotá tiene una redacción con unos énfasis bien distintos): “En el principio de los tiempos el Verbo reposaba en el seno de su Padre en lo más alto de los cielos; allí era la causa, a la par que el modelo de toda la creación. […] La vida del Verbo eterno en el seno de su Padre era una vida maravillosa y sin embargo, ¡misterio sublime!, busca otra morada, una mansión creada. No era porque en su mansión eterna faltase algo a su infinita felicidad, sino porque su misericordia infinita anhelaba la redención y la salvación del género humano, que sin Él no podría verificarse.”

Me llamó la atención el enredo teológico que está planteado: es el Verbo, pero está en el seno del padre, es causa de toda la creación, pero también siente felicidad y vive en una mansión, siente misericordia que es infinita, como él mismo, que no es sujeto sino acción. Es difícil el sofisticado lenguaje con el que concilian imágenes mágicas en las que dios es como un humano con poderes especiales, estar en el seno, vivir en una mansión, ser feliz y misericordioso, y conceptos altamente abstractos como el de dios como verbo que es causa y modelo de la creación. La versión más reciente se transa por decir que en navidad se celebra el “cumplimiento de la profecía y el misterio de la encarnación” y explica que el misterio de la encarnación es que Jesús ama a los pobres y desamparados, incluyendo a los migrantes, desempleados y los que “mueren a causa de la pandemia y la violencia en nuestro país”.

Pero al contrario del mensaje exigente de estar siempre del lado de los pobres y desamparados, me pareció que la novena vieja hacía énfasis en la redención como un hecho cumplido, así como en el agradecimiento y cariño con el que debemos rememorar este evento. Crecí en una versión del catolicismo que subraya lo que nos falta como seres humanos y nuestra necesidad de trabajar constantemente por ser mejores personas. Las monjas que me educaron inclusive recomendaban hacer un diario de los errores para poder crear el hábito de arrepentirnos y enmendarnos.

Anoche, oí algo muy distinto. Oí que lo importante no es reconocer que lo humano necesita redención, sino celebrar que ya hemos sido redimidos. En lugar de acentuar lo que nos falta, que hacía de las navidades en mi familia eventos solemnes y esforzados, podemos agradecer que hemos sido perdonados. En medio de este año tan difícil, no siento que la diferencia sea menor. Lo que hemos estado haciendo para estar a la altura de las circunstancias no es poco. En mi modesto espacio de la academia, he visto personas dispuestas a aprender muchas cosas difíciles en poco tiempo para seguir sintiendo que el proyecto de saber más no se nos derrumba. Mi mamá, a sus setenta y cinco años, se volvió experta en más de tres plataformas virtuales con tal de seguir dictando sus clases y apoyando a sus estudiantes a través de tutorías personalizadas. Mis alumnos se sientan a escuchar las reflexiones colectivas de las clases desde lugares inusitados: una cafetería, la sala de una casa llena de niños, una vereda en la que el internet es deficiente. Terminé dos proyectos en los que participaron más de ochenta estudiantes del pregrado que donaron su trabajo y su tiempo para entender el marco normativo de la pandemia a nivel nacional y a nivel local. Nada de esto es perfecto. Podríamos haber hecho más. Pero creo que pudimos hacerlo porque tuvimos la confianza de que lo que contaba no eran nuestras imperfecciones sino nuestra autenticidad.

Como dije, esta navidad comienza con advertencias de nuevas cuarentenas y riesgos de salud. La incertidumbre sobre lo que será el año próximo y el impacto de la pandemia sigue siendo muy alta. Perdonarnos no es resignarnos a lo que venga. Es sentir que está en nosotros tomarnos en serio la magnitud de las circunstancias y agradecer todo lo que todavía nos queda por hacer.