OpiNión
Perfumando a Petro
La campaña está haciendo un esfuerzo titánico para hacer más “digerible” a su candidato.
Las acciones de Gustavo Petro de las últimas horas solo dejan clara una cosa: que está dispuesto a todo para llegar a la presidencia. Repito, a todo. Incluso a traicionar a sus personas más cercanas, negar sus convicciones, acordar con corruptos y disfrazarse de demócrata con el objetivo del Palacio de Nariño.
El episodio más sonado la semana pasada corresponde a la solicitud que le hizo el candidato a Piedad Córdoba de retirarse de su campaña. Información recogida por esta publicación señala que la gota que habría derramado la copa sería reuniones de la política con presos en la cárcel La Picota. ¿Qué habría conversado y prometido? Eso todavía está por determinarse. Además de las conclusiones a las que están llegando las autoridades en Estados Unidos en las investigaciones que adelantan sobre su hermano extraditado por narcotráfico.
De confirmarse ese episodio, sumado al escándalo generado por la iniciativa del llamado “perdón social”, representaría la suma de dos gravísimos momentos que permitirían concluir que dentro de la campaña de Petro se mueve todo un mecanismo para adelantar conversaciones y eventuales acuerdos con delincuentes, criminales y narcotraficantes.
Sin embargo, la campaña está haciendo un esfuerzo titánico para hacer más “digerible” a su candidato. Como primera medida, la semana pasada, sus asesores se centraron en promover la narrativa de que el hermano del candidato no hace parte de la campaña y que, por lo tanto, no tiene nada que ver con su programa de gobierno, luego lo hicieron ir a una notaría a firmar un documento sin ningún tipo de condición vinculante en el cual aseguraba que no expropiaría, algo que ha repetido en diferentes oportunidades y que ahora disfraza con el eufemismo de “democratización”. Y, finalmente, publicaron un decálogo de procedimiento en el que se comprometen a dejar de hacer todo lo que han venido haciendo hasta ahora. Mejor dicho, su propio “perdón social” en busca de la impunidad absoluta.
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Realmente no sé cómo se puede estar sintiendo Gustavo ahora que lo están maquillando para que no se vea tan extremo como se ha mostrado durante años, ni tan agresivo como lo ha sido durante toda su vida política, pero estoy seguro de que, como en todo, los verdaderos colores del candidato saldrán nuevamente a la luz pública.
Con el paso de los días y los números de las encuestas, veremos qué tan bueno es el cosmético que le intentan aplicar sus nuevos consejeros santistas. Lo digo porque, ante la presión que genera, ahora que está definido que la pelea por la presidencia será contra Federico Gutiérrez, tendrá que decidir si vuelve a la estrategia de animar a sus bases o si se mantiene en el camino de meterle perfume a lo imperfumable.
Y es justo ese segundo escenario el que me asusta profundamente. Ese discurso del odio ya ha hecho mella en el corazón de muchos colombianos. La semana pasada, hablando sobre este tema, una amiga me dijo que votaría por Petro porque el uribismo le había hecho mucho daño al país. Su afirmación me dejó pensando sobre cuál es el candidato del uribismo en estas elecciones. El odio de muchos y sus ganas de ganar a como dé lugar hacen olvidar una realidad fáctica y es que el candidato del Centro Democrático, el partido de Uribe, ya no está en la contienda. El señor Óscar Iván Zuluaga no es candidato. Por lo tanto, eso de castigar al uribismo no existe. Esa es la realidad.
La conversación me dejó otra reflexión, y es: si los que siguen a Petro quieren vengarse de algo o de alguien que les ha hecho daño, están calculando mal porque realmente terminarán haciéndole daño a todo el país. La venganza y el odio solo alimentan más de lo mismo. Que quede claro, el cambio no está en el ojo por ojo, ni tampoco en una campaña en la que están cacaos políticos de marras como Roy Barreras, Armando Benedetti, Piedad Córdoba, Alfonso Prada, Juan Fernando Cristo y Juan Manuel Santos. Ellos han estado en la política siempre y sus camisetas han abiertamente cambiado de color.
Gustavo no se equivoca en su diagnóstico de país; esta es una nación con serios problemas de violencia, desigualdad, corrupción y narcotráfico. El problema es que la solución que él plantea es terriblemente mala porque parte del hecho de la división, del resentimiento, las propuestas populistas y de, según los recientes eventos, conversaciones con corruptos, delincuentes y narcotraficantes presos. Eso, en pocas palabras, es simplemente algo peor.