OPINIÓN

Permiso para reír

Ya había sido de mal gusto nombrar en la embajada más importante del país a un loquito reconocido como Pachito, autodenominado representante de “la derecha ilustrada”.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
1 de febrero de 2020

Este que tenemos es un gobierno de payasos. Dañino y todo lo que ustedes quieran, tramposo, incompetente, peligroso. Pero, ante todo, chistoso. Verlo en acción es como ver una de las viejas películas mexicanas de los comediantes Viruta y Capulina.

En lo que más se nota es en el desenfreno cómico de su política exterior. Por ejemplo, en el nombramiento como representante ante el Vaticano de un señor por el mérito de ser, según él mismo se jactó, tocayo del papa: de ese mismo papa que se empeñó en cambiarse por el de Francisco el nombre de su tocayo Jorge Mario. En la destitución en varios tiempos de Francisco Santos de la embajada más importante de Colombia, que es la de Washington, por sus imprudentes charlas contra el enloquecido canciller, Carlos Holmes Trujillo, con su sucesora, la caricaturesca madrastra de Blancanieves, Claudia Blum, al parecer resucitada de una tumba de vampiros en Transilvania. Y ya había sido un chiste de mal gusto nombrar en la embajada más importante del país a un loquito reconocido como Pachito, autodenominado representante de “la derecha ilustrada” e ilustrándose en ella con la propuesta de enfrentar las manifestaciones estudiantiles de protesta mediante el sencillo expediente de electrocutar a los manifestantes. Ofendido por la destitución, Pachito manifestó de inmediato su nuevo rencor de desempleado con el anuncio de que ahora sí de verdad va a decir lo que piensa, como no lo ha hecho en los últimos 20 años.

Chistosa también, y en consecuencia vergonzosa, había sido la pretensión de forzar al Gobierno cubano a apresar y entregar en extradición a los negociadores de la guerrilla del ELN llevados a la isla por el Estado colombiano. Se notaba que nadie en el Gobierno del presidente Duque entendía en qué consiste, no ya el arte ni el oficio, sino ni siquiera el significado de la palabra ‘diplomacia’.

Pero faltaba todavía lo más cómico. También lo más importante, que en el caso de Colombia no son las relaciones con nuestros amos de los Estados Unidos, sino con nuestros vecinos de Venezuela. La farsa del concierto en Cúcuta para derrocar la dictadura de Nicolás Maduro “en unas pocas horas”. La recepción con alfombra roja en una trocha fronteriza del autoproclamado “presidente interino” de Venezuela, Juan Guaidó, con ayuda de la banda criminal de “los Rastrojos”.

El “cerco diplomático” a Maduro. La ficción misma del reconocimiento de Guaidó, llevada hasta el extremo de pedirle formalmente la extradición de una prófuga de la justicia colombiana capturada en Venezuela por la policía de Maduro: como si Guaidó tuviera alguna autoridad en su país y no hubiera sido abandonado hasta por su embajador de chiste en Colombia. Y cuando el que allá manda de verdad, que es Maduro, propone una sensata solución consular para el impase, la fingidamente airada –¿o sinceramente? Sería peor todavía– reacción de Iván Duque consiste en decirle “que no enrede la pita, que no venga a tratar de burlarse de las instituciones y de la legalidad” para buscar ventajas diplomáticas.

Maduro, desde el poder, pidió permiso para reírse.

En cuanto a su política de paz, que produce un muerto diario, dice Iván Duque: “La paz marcha bien”.

Yo también pido permiso para reírme.

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