OPINIÓN

Petro: la sombra de una izquierda que fue

Petro, lo mismo que Claudia López y otros dirigentes progresistas de los que no me acuerdo ahora, están convencidos de que los millones de votantes que se sumaron a sus causas se pueden gestionar a través de 280 caracteres

Yezid Arteta, Yezid Arteta
31 de julio de 2019

El 29 de noviembre de 2011 Lucio Magri puso fin a su vida. Lo hizo en Suiza. En una clínica de suicidio asistido. Sufría por la muerte de su esposa Mara Caltagirone. La realidad le era insoportable. Magri lucía como un galán de cine de los años cincuenta. Era hijo de un coronel de la fuerza aérea italiana. Se hizo miembro del Partido Comunista Italiano que entonces contaba con más de dos millones de militantes. Uno de los partidos más grandes y potentes de Europa. Magri fundó Il Manifesto, una revista que luego se volvió un diario que, en la actualidad, se expende en los quioscos de Italia.

Lucio Magri escribió Il sarto de Ulm (El sastre de Ulm). El titulo era un cumplido al poema de Bertolt Brecht. El libro guarda el entretenido estilo de Años Interesantes, escrito por el más prolífico pensador e historiador del siglo viente y militante del Partido Comunista Británico: Eric Hobsbawm. Magri finaliza el prólogo de El sastre de Ulm con la siguiente frase: “El Viejo Topo ha cavado y sigue cavando, pero, siendo ciego, no sabe bien de dónde viene y adónde va, o si gira en círculos”. Es lo que le está pasando a Gustavo Petro. Cavando y cavando a la bartola. Sus seguidores a veces se confunden porque no saben hacía donde va.

Petro rescató la política del fango. Le dio un aire nuevo. Le imprimió un halo romántico. Esa aureola romántica que se necesita para las grandes gestas. Puso a millones a luchar contra los molinos. Colombia Humana es su hija. Una muchedumbre sin partido que rasguñó la piel del elefante. El establecimiento sintió miedo. El mismo miedo que sintieron las oligarquías cuando Gaitán las desnudó. La oligarquía se salió con la suya. El voto en blanco hizo de quinta columna. Hasta la aquí la rutilante singladura de Petro.

Colombia Humana era un estado de ánimo al que había que darle alguna forma. Un rudimento estructural. Básico. Un abecé orgánico. Como el que puede tener un club de futbol o una banda de músicos. Nadie estaba pensando en un partido bolchevique. Las fuerzas políticas que capotean toda clase de temporales son aquellas que poseen  estructuras orgánicas y efectúan ejercicios de aggiornamento ideológico. Los partidos de esta época realizan primarias, consultas internas, preguntan a sus miembros con quien quieren aliarse, quien quieren que los represente o a quien no quieren. Esto hacen los Demócratas y Republicanos de los Estados Unidos. Lo hacen los partidos de izquierda y derecha de nuestro siglo. Nada de esto ha sucedido en Colombia Humana. La elección de Holman Morris, por ejemplo, como candidato de Colombia Humana a la alcaldía de Bogotá salió de las pelotas de Petro.

Petro, lo mismo que Claudia López y otros dirigentes progresistas de los que no me acuerdo ahora, están convencidos de que los millones de votantes que se sumaron a sus causas se pueden gestionar a través de un tweet de 280 caracteres. Tampoco está bien que patrimonialicen las causas por las que han votado millones de ciudadanos. Tampoco está bien que sea ella, él o Fajardo, los que entreguen avales a cualquier fulano de tal que le venga en gana hacerse alcalde o concejal de su pueblo. Dejemos estas cosas a los monarcas y los cardenales. Son métodos arcaicos. Reaccionarios. Formas que lucen mal en personas que dicen llamarse modernas. Ningún político de esta época pasará a la historia. En veinte años nadie se acordará de ellos. En veinte años, en cambio, la gente colombiana seguirá escuchando la música de Joe Arroyo, Diomedes Díaz o Darío Gómez. La música y el sexo son vehículos humanos más poderosos que la política. Petro y Claudia López son políticos de esta época.

No quiero en esta columna presentar un paisaje catastrófico. No lo hay. Sólo quiero decirle a Petro que está malbaratado su capital político. Que las batallitas que está librando en twiter con Peñalosa y Claudia López por el Metro lo están empequeñeciendo. Bogotá nunca tendrá Metro. Ni por arriba ni por abajo. Si acaso perforarán o levantarán un parapeto que pronto abandonarán por una razón. La razón de siempre: la corrupción. Mientras sucede esta malcriada, caprichosa y majaderea lucha bogotana, en el resto del país la gente de Colombia Humana, Polo Democrático Alternativo y Partido Verde se junta con otra gente para hacer política, ganar elecciones y vertebrar un proyecto nacional, unitario, que plante cara al totalitarismo de derecha. 

Pedro Sánchez, presidente de gobierno en funciones de España, fue decapitado en 2016 por la cúpula de su partido. Defenestrado por los barones del PSOE. Nadie daba un céntimo por él. Entonces hizo algo que lo hizo renacer. Tomó su Peugeot 407, llenó de gasolina el tanque y se fue a recorrer los pueblos de España. Sánchez se reunió con la militancia socialista en los cafés, los bares, las plazas de mercado, las fábricas, los parques, las gasolineras. La militancia llevó de nuevo a Pedro Sanchez hasta la secretaria general del PSOE. Luego ganó las elecciones. Se puede estar de acuerdo o no con las ideas de Pedro Sánchez, pero de su periplo queda una lección: la política se hace con los militantes no contra ellos. Recuérdalo Petro. Sal de las redes y vuelve al barro. Echale una mano a la organización nacional. No te vuelvas una mera sombra.

Yezid Arteta Dávila

* Escritor y analista político

En Twitter: @Yezid_Ar_D

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