Opinión
Petro se destapó ante Naciones Unidas
Para las demás potencias que lideran Naciones Unidas debió quedar corroborado que Petro es radical, antiimperialista y contestatario hacia las dinámicas globales.
Lo que sucedió esta semana en Nueva York, con ocasión de la participación de Petro en la Asamblea de las Naciones Unidas, parte en dos la historia de la relación de Colombia, no solamente con Estados Unidos, sino con las potencias mundiales. Los gobiernos norteamericanos, particularmente, no podrán seguir diciendo -con la convicción que lo han hecho durante las últimas décadas- que Colombia es su principal aliado en Latinoamérica. Petro dejó claro, sin eufemismos, que bajo su liderazgo Colombia será un jugador crítico y exigente de las políticas domésticas e internacionales de los países industrializados, pero particularmente del que más influye en el desarrollo de Colombia y de nuestro hemisferio: Estados Unidos.
Es claro que el nuevo presidente de los colombianos se tomó el escenario de Naciones Unidas para erigirse como el nuevo líder latinoamericano del anticolonialismo moderno, que -según Petro- es el fenómeno responsable del subdesarrollo de las naciones latinoamericanas. Su discurso sonó a denuncia al señalar a las potencias industrializadas como las generadoras del consumismo irracional, de las economías basadas en energías fósiles, de la explotación social y laboral, y del agotamiento de los recursos naturales, entre otros problemas.
Análisis separado merece lo denunciado por Petro sobre el fenómeno de las drogas. En la misma clave de culpar y exigir, señaló a los países desarrollados, pero en particular a Estados Unidos, de haber provocado la crisis que azota al mundo por cuenta del consumo, el tráfico ilegal y el conflicto interno que viven los países productores como Colombia. No solamente destacó que los países que más consumen son los que más están llamados a asumir la responsabilidad de las consecuencias sociales, sino que son los que están llamados a reconocer el fracaso de la estrategia global prohibicionista-punitiva antidrogas y a emprender un nuevo enfoque político-sanitario hacia el futuro.
Pero Petro también fue a proponer. Lanzó la idea de salvar la selva amazónica, que -según él- representa el mayor impacto ambiental del mundo industrializado sobre Latinoamérica. La presentó casi como la moneda de cambio para el borrón y cuenta nueva. Dejó así más claro que el desarrollo tiene víctimas y victimarios, y que es hora de que estos últimos comiencen a compensar el daño causado. Propuso la creación de un fondo mundial para la revitalización de las selvas, financiado con recursos de los países desarrollados. Y con un tono desafiante, además puso sobre la mesa la condonación parcial de la deuda externa de los países en vías de desarrollo, por parte de los países industrializados, con el fin de que los primeros puedan invertir en salvar la selva amazónica.
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Así las cosas, no cabe duda de que mucho, o todo lo que dijo Petro en el máximo recinto de discusión global, cuyos líderes son los países desarrollados, tiene gran sentido. Pero tampoco hay duda alguna de que poco o nada cambiarán las dinámicas globales por cuenta de las reflexiones de un intruso revolucionario de izquierda de un país en vías de desarrollo, cuya ausencia en las discusiones globales, no alteraría el orden mundial.
Seguramente Petro lo sabe, pero su apuesta podría ser diferente en esta etapa. Estaría buscando varias cosas. Por un lado, su reivindicación popular con sus bases en Colombia, así como el reconocimiento de grupos políticos de izquierda de diversos países latinoamericanos que no han identificado un líder regional desde la desaparición de Pepe Mujica del escenario político regional. Pero sobre todo, Petro estaría buscando apoyo hemisférico y mundial para dos discusiones: la legalización de las drogas, o al menos de algunas, y la desaceleración del modelo económico neoliberal cuyo liderazgo está basado en la prevalencia de los intereses económicos de los países industrializados sobre los países en vías de desarrollo.
Podríamos calificar de valiente a Petro por sus pronunciamientos en Naciones Unidas, en tierra del Tío Sam. Podríamos además decir que le puso el pecho a las presiones de los países desarrollados en nombre de los países pobres. Pero lo paradójico y preocupante es que la factura por tan controversial hazaña la podría pagar Colombia y solo Colombia, al menos en el corto y mediano plazo.
A Estados Unidos le quedó claro que la relación con Colombia está cambiando y cambiará, y que el tradicional modelo de cooperación entre los dos países tiene nuevas reglas del juego de parte del Gobierno colombiano. También le debió llegar el mensaje a Biden y a su gobierno que Colombia está dispuesta a liderar un nuevo bloque de países cuyos propósitos superiores contradicen la política antidrogas norteamericana y su modelo de expansión económica neoliberal. Así las cosas, la relación entre los dos países quedó en tensión y observación, por decir lo menos.
Para las demás potencias que lideran Naciones Unidas debió quedar corroborado que Petro es radical, antiimperialista y contestatario hacia las dinámicas globales. Por lo cual inferirán que la política exterior de Colombia tomará un rumbo distinto al de la tradicional doctrina de “mirar hacia el norte” (Estados Unidos, Canadá, Europa), lo cual podría implicar que desprioricen progresivamente a nuestro país de sus planes políticos y económicos.
En pocas palabras, el estreno y destape de Petro en Naciones Unidas, más que inspirar un nuevo orden geopolítico, podría provocar el aislacionismo progresivo de Colombia del mundo desarrollado. O podría darse el reconocimiento de Petro como líder activista ante las potencias mundiales de los principales problemas que afligen a Latinoamérica, en el mejor de los casos. Pero en cualquier escenario, el protagonismo de Petro en Nueva York nos pasará factura.