OPINIÓN

Policía todera

200 años después no ha cambiado la historia como mecanismo de ascenso social dentro de la fuerza pública. Quizás por ello se explique el recurrente conflicto social entre Policía y clases urbanas.

Juan Carlos Mesa Carvajal
17 de septiembre de 2020

Por: Juan Carlos Mesa

La arbitrariedad policial como el irrespeto hacia la autoridad son interminables en nuestro país. La encuesta Invamer de agosto arroja que la Policía tiene una imagen desfavorable del 57 por ciento, superada únicamente por el sistema judicial colombiano, el Congreso, los partidos políticos, las Farc y el ELN. La Policía alcanzó una favorabilidad del 75 por ciento, pero en abril cayó repentinamente a 40 por ciento durante la pandemia. Habrá que preguntarse cuáles han sido las acciones adversas de la policía, mientras todos hemos estado confinados. Me sorprendió la gran difusión de videos en redes de cómo la Policía tiene dificultades con los ciudadanos en todos los rincones del país para controlar contravenciones.

La historia de la fuerza pública, desde nuestra época de independencia, estuvo fundamentada por una aristocracia criolla, financiada literalmente por cacaos (empresarios del cacao), que aterrizaron desde arriba en la organización militar independentista, dando órdenes a mestizos, campesinos, indígenas, mulatos; sin embargo la gente de base, de origen humilde, encontraba un espacio de oportunidad dentro de la organización militar para alcanzar cargos medios y ascender socialmente hasta coroneles, sin importar su analfabetismo. Uno de los historiadores que mejor conoció Colombia, David Bushnell, señaló que “el mejor camino para que un mestizo pudiera llegar a alcanzar un puesto en la administración, la estima social o un asiento en el Congreso, era el ascenso a través de las Fuerzas Armadas”.

200 años después no ha cambiado la historia como mecanismo de ascenso social dentro de la fuerza pública. Quizás por ello se explique el recurrente conflicto social entre Policía y clases urbanas altas de ¿usted no sabe quién soy yo? y de clases medias y bajas, quienes son requisados frecuentemente como delincuentes, en cualquier parque, saliendo o llegando a la casa.

Reducir la reforma de la Policía a un asunto de selección y formación militar es miope ante la realidad del conflicto social en aumento, la falta de oportunidades para los jóvenes y ante las ilimitadas responsabilidades que le ponen a la policía. Así como hace dos siglos una oligarquía criolla definía las acciones independentistas, hoy en día a la Policía le colocan como árbol de navidad, todo aquello que el Estado no es capaz de controlar, promover y ejecutar.

La Policía hoy en día no da abasto y la tenemos reventada. La Policía en toda la geografía del país es la todera en ausencia del liderazgo de otras instituciones. Realiza innumerables funciones de Estado pues está sometida al poder político. La Policía funge hoy desde recreacionista, promotora de convivencia, de gestora de infancia y adolescencia, pasando por contenedora de violencia intrafamiliar, protectora ambiental y animal, guía turística, de tránsito y, llegando a temas de mayor complejidad, como cuerpo de escoltas, investigación criminalística, acciones de erradicación de cultivos ilícitos, narcotráfico, y actividades antiterroristas. No hay organización tan dispersa y poco focalizada como la Policía.

Si vamos a meternos a reformarla es teniendo en cuenta la sobredimensión y la omnipresencia de esta institución en las funciones de Estado. Las reformas no pueden apuntar únicamente a la formación gastando millones a la caneca en derechos humanos y en cultura ciudadana. La Policía ha gastado ya cientos de miles de millones en esta dirección.

Hay que trabajar en los asuntos de selección como el aumento de la estatura para pensarlo dos veces antes de meterse con un policía, mayoría de países tienen implementado este requisito sin que se cuestione la selección como discriminatoria; hay que trabajar en el entrenamiento físico y de gimnasio que favorece una mente sana; hay que trabajar en la formación en artes marciales para lograr someter a más de un ciudadano en alta excitación sin la necesidad de uso de taser y bolillo; Y por supuesto, mejorar los salarios para mitigar las tentaciones de corrupción y que haya un incentivo de parte de clases medias urbanas de tomar la carrera de policía como una opción de vida; hay que trabajar en las condiciones de “trabajo redoblado” que realizan turnos hasta de 24 horas, sin poder salir a vacaciones cuando se les antoja.

Los muertos los ponen esos mestizos jóvenes de clases populares y de nuestra fuerza pública, que quizás de las pocas cosas que se han puesto de acuerdo nuestras élites de izquierda y de derecha fue que los muertos los suman los más pobres. Bogotá sufrió una furia vandálica con un 45% de la infraestructura central de la seguridad afectada, 580 heridos y 11 muertos, demostrando un inconformismo con la Policía, y al final con el Estado, el cual se puede prender en cualquier nuevo momento. El peor escenario para recuperar la confianza de la institución es no tomar la decisión de que hay que reformarla.

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