OPINIÓN
Política macabra o intereses creados: el regreso de la guerra
Con la desmovilización de la guerrilla más vieja del continente quedó en evidencia que el problema de este país no era Marulanda y su ejército, sino el poder que ejerce un pequeño grupo de colombianos que hará todo lo que esté a su alcance para seguir ejerciéndolo.
No deja de ser curioso que durante el gobierno de Uribe se invirtieran cientos de millones de pesos en contratos publicitarios que buscaban la desmovilización de las guerrillas. Todavía está fresca en la memoria de los colombianos la célebre frase del comercial de televisión con la que se pretendía seducir a las tropas subversivas: “Guerrillero, desmovilízate. Tu familia te espera en casa”. Hoy, no es claro si el objetivo de la campaña era dejar unos pesos en las cuentas bancarias de los medios cercanos al gobierno o si la estrategia buscaba de verdad la desmovilización de algunos jóvenes combatientes.
Si la respuesta correcta fuera la segunda parte de la anterior oración es porque Uribe y sus asesores dedujeron algo que les resultaba claro: muchos de los jóvenes que conformaban las filas subversivas estaban allí contra su voluntad. Es decir, habían sido seducidos o llevados con engaño para integrar un proceso que no les interesaba. Sin importar si habían disparado, preparado embocadas, asesinado o secuestrado, la conclusión a la que se podría llegar es que eran inocentes, como inocente resulta ser el soldado que, en pleno combate, acciona su arma para defenderse porque no tiene otra opción.
Por eso, no deja de ser curioso que hoy, cuando los miembros de las Farc dejaron las armas y se integraron a la legalidad del país para hacerlo productivo, los estén matando. El número de asesinatos de esta colectividad política en el último año (es decir, desde que Iván Duque asumió la administración del país) oscila entre 2 y 3 por mes, según un informe presentado por la Defensoría del Pueblo. Nada alentador si, como aseguró el señor presidente en su gira europea, su gobierno está cumpliendo con la implementación de los acuerdos de paz realizados por su antecesor. Si esto es así, es decir, si el actual gobierno está llevando a cabo lo acordado en La Habana, es imposible entender los ríos de sangre que están fluyendo a lo largo y ancho de la geografía nacional. Es imposible creer, ante la incontinencia verbal y las justificaciones del ministro de defensa ante los crímenes de los excombatientes, que Duque esté de verdad interesado en darle cumplimiento a lo pactado, por muy imperfecto que este pueda ser.
Por el contrario, todo parece indicar que, más allá la intención de pacificar el país, esté el interés de regresarlo a la confrontación sangrienta. Los asesinatos gota a gota no pueden interpretarse sino como un plan macabro (una política implícita) que busca hacer zozobrar un proyecto de paz que está considerado por expertos internacionales en el manejo de conflictos internos como uno de los mejores logrados en el mundo. Producir caos, mantener vivo el miedo entre los excombatientes y la población civil, producir desplazamientos (no olvidemos que Colombia ocupa el primer lugar según el último informe del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) no son precisamente actos de paz sino hechos de guerra.
Cada muerte de un excombatiente es un mensaje claro para el resto: regresar al monte y retomar las armas para defender la vida, que es, en el fondo, el único objetivo por lo cual una persona lucha el día día. Esa política macabra, ese deseo de “ver derramados litros de sangre”, de que el conflicto permanezca vivo y escale en intensidad no fue la razón por la cual la guerrilla más vieja del continente abandonó los fusiles. Si la guerra es, en este sentido, un acto de barbarie, si las muertes violentas e injustificadas son una manifestación de irracionalidad, es fácil deducir que la entrega de los fusiles por parte de la guerrilla, y hacer las paces con la sociedad, es una muestra de sensatez que habla del deseo de cambiar de vida, pero, sobre todo, transformar la de sus familiares, amigos y cercanos.
Que los excombatientes de las Farc estén siendo empujados a retomar los fusiles cada vez que uno de los suyos es asesinado, es solo una muestra de que, con la desmovilización de la guerrilla más vieja del continente, quedó claro que el problema de este país no era Marulanda y su ejército, sino el poder que ejerce un pequeño grupo de colombianos que hará todo lo que esté a su alcance para seguir ejerciéndolo, incluso desatar otra guerra, más violenta y mucho más inhumana que la que intentamos terminar.
En Twitter: @joaquinroblesza
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(*) Magíster en comunicación y docente universitario.