OPINIÓN
¿Por qué somos tan predecibles?
Los seres humanos respondemos fácilmente a los estímulos que se nos presentan y nos suelen afectar las mismas cosas.
Los resultados de un estudio en Israel y descrito en el famoso libro Freakonomics (S.D. Levitt & S.J. Dubner, 2005) muestran que los incentivos económicos deben armonizarse con principios morales si queremos ser exitosos al momento de fomentar los comportamientos que estimamos deseables.
En dicho estudio se trabajó con jardines infantiles que contaban con reglas de finalización de su jornada escolar, con el fin de evitar que profesores tuvieran que extender su horario por esperar a los padres que se retrasan en recoger a sus hijos. Esto sumado al aflictivo contexto de menores de edad ansiosos por saberse los últimos en ser atendidos por sus familias.
En la población de estudio se implementó una nueva regla en la que los padres retrasados tenían que pagar una multa equivalente a unos 20.000 pesos, para una institución cuya matrícula cuesta unos 2 millones de pesos. Al cabo de unas pocas semanas, la multa logró modificar el comportamiento de las familias: se duplicó el número de retrasos.
Según los investigadores, esto se debe no solo al bajo valor de la sanción en proporción con el costo de matrícula, sino también al mensaje implícito de advertir a los padres que es aceptable retrasarse si se está dispuesto a pagar. Adicionalmente, subir la multa de manera significativa no resuelve el problema y sí puede generar otros inconvenientes.
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Lo anterior significa que todo incentivo es inherentemente un mecanismo de equilibrio y balance entre dos elementos en tensión, mucho más que una solución perfecta y a toda prueba. Y esta realidad debe ser tenida en cuenta al momento de diseñar las intervenciones.
De igual importancia es tener presente el componente moral del incentivo. Por ejemplo, si en el caso bajo estudio la multa se convierte en una forma de “pagar la culpa” por el retraso, habremos fallado en la protección del comportamiento que se pretendía defender: los padres deben llegar a tiempo. En el experimento en Israel esto fue precisamente lo que sucedió. Después de aplicar la sanción en mención por un tiempo y eliminarla, el número de retrasos se mantuvo igual.
Los autores terminan esta reflexión citando a Thomas Jefferson, haciendo referencia al impuesto que se considera detonante de la guerra de independencia de los Estados Unidos: “El arreglo de causas y consecuencias en este mundo es tan inescrutable, que un arancel de dos centavos injustamente impuesto para una de las partes, cambia las condiciones de todos sus habitantes”
Esto último introduce los conceptos de justicia y equidad, los cuales resultan universales en su significancia. Para ello es útil la referencia al experimento de F.D. Waal en el que dos monos capuchinos reciben compensaciones distintas para una misma tarea. Aquel que recibe el tratamiento discriminatorio reacciona de manera inmediata y beligerante (ver video del estudio).
Si bien es posible que los seres humanos guardemos mejor compostura (quizás para mal) al momento de ser testigos o víctimas de una injusticia, el sentimiento de padecer discriminación o trato no igualitario es algo que quema por dentro y nos afecta el alma de forma perpetua.
En suma, cuando nos llegue la tarea de implementar incentivos, que no se nos olviden la predecible naturaleza humana ni los principios ya conocidos por las ciencias económicas.