PRENSA LIBRE: ¿QUE TAN LIBRE?
Casos como el de la BBC constituyen uno de los grandes dilemas del periodismo contemporáneo
Recientemente el gobierno de Margaret Thatcher hizo una "obligante sugerencia" a la BBC de Londres para que esta última cancelara un documental televisado acerca de Irlanda del Norte, porque contenía una entrevista con un terrorista del Ejército Republicano Irlandés.
Luego de una turbulenta sesión los directivos de la compañía aceptaron retirar del aire el documental. Como consecuencia, los periodistas de la BBC, apoyados por importantes agremiaciones periodísticas, entraron en huelga, acusando al gobierno de haber ejercido la censura de prensa, y a la programadora de "haber traicionado sus propias tradiciones".
Este frustrado "pantallazo" del terrorista irlandés debería haber desatado una gran controversia en Colombia, en cuya pantalla chica han desfilado tan variados y controvertidos personajes: guerrilleros, narcotraficantes, rififís criollos... Pero nada. Parecería como si el tema fuera lo suficientemente espinoso como para dejarlo "quietecito".
Y eso es una lástima. Porque casos como el de la BBC constituyen uno de los grandes dilemas del periodismo contemporáneo. La hipótesis para plantear sería la siguiente: cualquier cosa que se diga contra la aparición de un reconocido terrorista por T.V. resulta válida. Como que puede confundir peligrosamente a la opinión pública, o distorsionar de manera grave la imagen interna de una democracia. El problema es que también existen argumentos a favor, que pueden resultar igualmente válidos.
Por ejemplo, se puede alegar que aquella conversación con el terrorista irlandés permitía un vistazo único sobre la realidad de Ulster. O que, al contrario de lo que muchos gobiernos creen, entrevistas como estas terminan fortaleciendo la salud interna de la democracia. Y que, en cualquier caso, causa menos daño la imagen distorsionada que el terrorista pueda proyectar sobre la opinión pública a través de la T.V., que una censura de prensa encaminada a impedir la transmisión de esa entrevista o de cualquier otra noticia.
Si este balance de argumentos on y off resulta tan equilibrado, ¿por qué un gobierno como el de Margaret Thatcher se atrevió a pisar los umbrales de la censura de prensa, para impedir que el programa saliera al aire?. Por la misma razón por la que la aparición de Tirofijo, Ledher o Roberto Soto por la T.V. colombiana ha prendido en tantas oportunidades los ánimos de la opinión pública del país. En una frase, porque la televisión "es" el medio.
Para ilustrar esta afirmación, un reciente número de la revista The Economist trae el siguiente ejemplo: un par de conciertos pop recolectaron 70 millones de dólares para los niños hambrientos del Africa. A un puñado de terroristas en Beirut les fue pagado en publicidad el precio que cobraban por liberar a los rehenes de un avión que secuestraron. Dos grandes eventos en un solo mes, uno bueno otro malo, cuya difusion alcanzó proporciones mundiales por la única cosa que tenían en común: que ambos fueron televisados.
¿Qué es lo que hace, sin embargo, que un gobierno parezca temerle más a un guerrillero que habla pacíficamente por la televisión, que a uno que dispara belicosamente a través del territorio nacional?
La respuesta es sencilla. Consiste en que en televisión no se requiere decir una mentira para no decir la verdad. En otras palabras, un guerrillero o un terrorista que están siendo entrevistados en la televisión, probablemente creen estar diciendo la verdad cuando exponen las razones por las cuales estiman que se justifica matar gente. En ese momento la televisión, el medio por excelencia, está vendiendo un mensaje que a un público masivo, impresionable, emocional por contraste con una mente analítica, que de ninguna manera es el caso del televidente promedio, puede transmitirle una imagen ditorsionada de la verdad, sin que haya mediado un propósito consciente de decir una mentira. Aquello que tiene en realidad, el televidente frente a sí no es un ser humano. Es la imagen de ese ser humano.
Para este gran dilema del periodismo contemporáneo no existe una doctrina. Apenas existen unas prácticas, como aquellas aplicadas por los organismos de seguridad europeos, consistentes en no negarle, en lo posible, publicidad a un acto terrorista, bajo la tesis de que otorgándosele se facilitan, por ejemplo, las negociaciones tendientes a la liberación de un grupo de rehenes.
Pero hasta esta práctica, conveniente en la medida en que la mayoría de los actos terroristas buscan como meta la publicidad, tiene sus bemoles. El principal de ellos es el de convertir a los terroristas en contrapartes del Estado, lo que a su vez determina que las vidas que la publicidad ha logrado salvar a corto plazo, continúen amenazadas a largo plazo bajo la forma de un peligro latente contra toda la sociedad.
Y volvemos aquí al punto de partida. ¿Es entonces prudente que las democracias legislen sobre el tema? ¿Que en virtud de una ley el periodismo televisado tenga clasificadas a las personas entrevistables y a las no entrevistables?
Yo, personalmente, creo que cualquier ley en este sentido constituye un claro acto de censura, con lo que a la libertad de prensa le sucedería lo mismo que a la honestidad: que el más pequeño desliz hace que una persona pase de ser honesta a ser deshonesta, sin paradas en estaciones intermedias, como la de la posibilidad de ser apenas un poquito honesta. Así, la existencia de una ley de censura le retira de inmediato a la prensa el calificativo de libre.
Lo más curioso de esta controversia es que, por lo menos en Colombia, tarde o temprano terminamos cayendo siempre en aquel artículo de la Constitución que establece que "la prensa es libre pero responsable".
Se trata de toda una escuela periodística en la que muchos periodistas colombianos están repitiendo prekinder, mientras que otros tantos resolvieron el problema... comprando el cartón.--