JORGE HUMBERTO BOTERO

Opinión

Presidenciales 2026

La posibilidad de que no haya elecciones presidenciales en 2026 es remota, no imposible.

Jorge Humberto Botero
30 de julio de 2024

Con sus discursos y trinos, el presidente ha logrado generar un amplio clima de incertidumbre sobre la estabilidad de las instituciones. No sorprende que algunos crean que no habrá elecciones presidenciales para sustituirlo al fin de su cuatrienio.

Para sustentar esa tesis se afirma que, antes de los comicios de ese año, Petro dictaría un decreto sosteniendo que el clima de violencia existente impide que los comicios tengan lugar. Como se sabe que ese decreto tiene control en la Corte Constitucional, se añade que pronto lograría el nombramiento de, al menos, dos magistrados afines dentro del proceso de rotación normal de la Corte. Así obtendría mayorías para evitar que le tumbaran esa medida.

Sorteado ese escollo judicial, los militares respaldarían la actuación presidencial, teniendo en cuenta que, en realidad, la situación de orden público sería gravísima, sin que importe que sean las acciones y omisiones del propio gobierno la causa de esa situación. Para entonces ya se habrían organizado las masas estudiantiles, tarea cuyo primer hito ya se cumplió con la toma de la Universidad Nacional, que se efectuó pasando por encima del principio de autonomía universitaria. El responsable de esa tarea proselitista sería el deplorable nuevo ministro de Educación.

Ya no tendría que meterse Gustavo Bolívar la mano al dril para dotar a las primeras líneas de cascos, máscaras antigases, escudos y armas contundentes. Se convocaría para dar aliento a la revolución, a las guardias indígenas y campesinas, los indígenas del Cauca, los activistas de Fecode, los jóvenes desesperanzados que no estudian ni trabajan, los habitantes de calle, entre otros. No habría problemas de dinero. De hecho, ya se están usando fondos estatales para estos objetivos.

En ese hipotético momento (abril o mayo de 2026), se vería con claridad la razón que Petro tuvo para colocar, como director de la Policía Nacional, a un oficial retirado de sus entrañas: es mejor contar con la fidelidad personal que con la institucional.

Parte de lo anterior suena factible, más aún después de que Maduro –al parecer– ganó las elecciones sin hacer fraude en los comicios. Le habría bastado con manipular previamente a los ciudadanos mediante dádivas, discursos incendiarios, clientelismo y compra corrupta de apoyos. Petro tiene dos largos años para moverse en esa dirección, quizá no en beneficio propio, pero sí de un candidato suyo.

Sin embargo, aportaré razones para sostener una visión diferente. Desde la consolidación de la República en 1830, siempre se han realizado las elecciones presidenciales. Dos son las excepciones. Las que impidió Rafael Núñez en 1885, y la prórroga ilegal del mandato presidencial intentada a mediados del siglo pasado por Rojas Pinilla. Importante añadir que, desde 1970, no tenemos una disputa seria sobre los resultados de las elecciones presidenciales.

Es verdad que la Constitución contempla un régimen de conmoción interior al que el presidente puede acudir cuando existan circunstancias que atenten contra la estabilidad institucional, la seguridad del Estado o la convivencia ciudadana. Esas circunstancias podrían configurarse si el deterioro de la gobernabilidad sigue aumentando. En tal caso, se podrían suspender leyes y restringir algunos derechos ciudadanos, aunque está expresamente prohibido “Interrumpir el normal funcionamiento de las ramas del poder público”.

La duración de los periodos presidenciales es parte de esa estructura intangible del poder. El presidente no podría suspender las elecciones. Si lo hiciera, la Corte Constitucional tendría que anular esa decisión. De ocurrir lo contrario, sería porque la Constitución ha sido abrogada y sus integrantes son cómplices de la conjura.

Si el estamento castrense validara este atentado, serían sus comandantes responsables de graves delitos. Quedarían expuestos a ser procesados por la justicia en cualquier parte del mundo. El caso Pinochet es contundente. Ya no es posible, como lo fue en la época de Rojas Pinilla y Pérez Jiménez, refugiarse en el exterior. Todo esto nuestros militares lo saben. No suena factible que se embarquen en un golpe de Estado. Menos aún en beneficio de un tercero al que muchos –con sobrados motivos– detestan.

No caben pronósticos certeros sobre las posibilidades de éxito que tendrían nuevas asonadas como las que paralizaron al país en 2021, esta vez organizadas desde el gobierno, no desde la oposición. Las circunstancias de hoy son diferentes. Petro no parece contar con el monopolio de las movilizaciones populares; la oposición ha logrado resultados comparables. El evidente deterioro de la seguridad golpea a los sectores pobres. La política de “pan y circo” requiere fondos cuantiosos, difíciles de allegar en medio de una compleja situación fiscal, y una capacidad de ejecución que es precaria. El bajo crecimiento, la inflación y el desempleo, que son elevados, no contribuyen a suscitar entusiasmo por el gobierno. No tiene Petro, como sí lo tuvo Chávez, una riqueza enorme (el petróleo) para dilapidarla en proyectos populistas.

Considero, por las razones expuestas, que la visión catastrófica que he resumido es remota. Sin embargo, no creo tampoco que lo que viene sea un camino de rosas. Conjeturo que sectores petristas, aliados con grupos ilegales, incluidos aquellos con los que el gobierno negocia la paz total, emergerán con fuerza en buena parte de los territorios periféricos de Colombia. Competir allí, en los comicios de 2026, será en extremo complicado.

Dicho lo anterior, anoto que el futuro siempre es incierto. Los ejemplos abundan. En 1933, Hitler, de manera sorpresiva, ganó unas elecciones parlamentarias, lo cual le dio derecho a ser elegido canciller del Reich. En breve tiempo destruyó la Constitución y se otorgó poderes absolutos. Nadie lo había previsto. En 1989, la Unión Soviética colapsó por sus propias falencias, un resultado que pocos anticiparon.

Briznas poéticas. De Ana Blandiana, la gran poetisa rumana: “Miro la clepsidra / En la que la arena / Quedó suspendida / Y se negó a caer. / Es como en un sueño: / Nada se mueve. / Miro el espejo: / Nada cambia. / El sueño de un alto / En el camino hacia la muerte / Se asemeja a la muerte”.

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