OPINIÓN

Diálogos improbables

¿El Cesar, un laboratorio de convivencia? Es increíble, casi un absurdo, sabiendo que fue uno de los departamentos más golpeados por el conflicto armado, primero por la guerrilla y luego por los paracos.

Alonso Sánchez Baute, Alonso Sánchez Baute
7 de agosto de 2018

No en vano allí nacieron Simón Trinidad y Jorge 40. Pero fue justo esta dimensión gigante del conflicto, sumada a la necesidad de convertir esta región en referente de reconciliación, lo que llevó a Sergio Jaramillo y a su asesor, Diego Bautista, a implementar allí desde hace casi un año una idea que, luego del plebiscito por la paz, se convirtió en un sueño urgente, cuyos resultados se dieron a conocer el pasado lunes en un ejercicio muy bien acogido en el Cesar, previo al lanzamiento público que se hará en los próximos días.

El proceso comenzó cuando Bautista visitaba la región de los Montes de María trabajando para la Fundación Semana. Allí conoció a John Paul Lederach, experto mediador de conflictos. Juntos quisieron cristalizar la teoría que el gurú en construcción de paz escribió en La imaginación moral, su libro más conocido, pero la fragmentación social y la desconfianza en esa región llevaron al traste el intento.

Vinculado luego como asesor de Sergio Jaramillo, Bautista comenzó a recorrer el país durante el proceso de paz con la idea de conocer lo que los colombianos pensaban al respecto y traducirlo luego en temas de la agenda en La Habana. Debido a la enorme desconfianza, marcada tanto por el conflicto mismo como por la ausencia de Estado, durante ese proceso fue imposible reunir los diversos intereses y derechos que se contraponían en un mismo territorio.

Esta desconfianza era de tal magnitud que lo obligaba a desayunar con el sector privado, pasar el día con los líderes sociales y cenar con el sector público. Era imposible tenerlos juntos a los tres porque Colombia es una sociedad fragmentada y atrincherada en la que abundan las conversaciones de yo con yo. De modo que surgió la necesidad, más aún: la urgencia, de juntarlos a hablar de tú a tú.

La Oficina del Alto Comisionado de Paz se decidió entonces por dos departamentos para montar esta especie de laboratorio de paz: Meta y Cesar. En el Cesar había una animadversión gigante por el proceso de paz. Ya había pasado el plebiscito y muchos le tenían tirria a todo lo que tuviera que ver tanto con el proceso como con el gobierno. Conociendo a la gente de mi tierra diría, de hecho, que la rabia era más con el gobierno que con el proceso.

La primera conversación, tan solo con cinco invitados, fue dramática. A más del escepticismo del propio gobierno, hubo apatía entre los convocados y temor a ser instrumentalizados. Pero se hizo y aprendieron que el referente inicial no podía ser el Proceso sino el futuro en el territorio del Cesar con un enfoque mucho más allá del acuerdo de paz. Luego, cada una de estas cinco personas aportó otros nombres hasta que poco a poco completaron un grupo que hoy incluye a líderes campesinos, indígenas, afrodescendientes, representantes de los ganaderos y gente por igual de la izquierda y de la derecha.

Durante estos meses se dijeron en esta mesa muchas verdades de lado y lado. Hubo confrontaciones muy duras, que por momentos llevaron a creer en el fracaso. Y hubo también momentos de enfrentar el dolor, tanto el de los otros como el propio, pues la mayoría lo había asimilado y se lo había callado incluso a sí mismo. Esto es particularmente diciente en una tierra en la que hemos sido educados para reprimir, y hasta negar, las emociones.

Aunque suene anecdótico, el hecho de mantener las reuniones en la más estricta clandestinidad fue bastante complicado. En un pueblo pequeño en el que guardar un secreto es un imposible, incluso la pareja de cada uno de los convocados se enteró a última hora qué era lo que hacía el otro los viernes de 5 a 9 de la noche. Sin embargo, este fue un punto clave para el éxito de un proceso que esta semana llegó a un consenso para proponerle al resto del departamento diez principios básicos de convivencia.

El reto ahora es que ese niño que ya aprendió a caminar se suelte de las manos que lo guiaron y enseñe al resto del departamento, y a Colombia entera, lo más difícil del posconflicto: a confiar en el otro como inicio del diálogo. Queda abierta la invitación al millón de cesarences a participar en este proceso que sin duda será un gana-gana.

P.D.: Esta columna se escribió antes de conocerse el discurso del senador Macías. Ojalá su odio, polarización y sed de venganza no echen al traste con este proyecto del que saldría beneficiada esta región que en el pasado fue epicentro de la violencia.  

@sanchezbaute

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