OPINIÓN

¿Participación o 'Guerra'?

Nadie que tenga inversiones en Colombia hoy o deseos de hacerlas, considera que el mejor negocio sea desatar una guerra a muerte contra el ELN.

Álvaro Jiménez M, Álvaro Jiménez M
14 de agosto de 2018

Todo indica que el gobierno de Iván Duque ha decidido, por ahora, continuar el camino de buscar un acuerdo para poner fin a la guerra con el ELN. Eso debe ser reconocido, acompañado y apoyado, por quienes eligieron a Duque presidente y también por quienes no.

Mantener la figura del alto comisionado, nombrar a Miguel Ceballos (amigo de la movilización ciudadana por la paz) como responsable de esa tarea, abrir un período para evaluar lo avanzado en las mesas de Quito y La Habana con esta guerrilla, y esperar recomendaciones sobre qué hacer por parte de su equipo, es señal de que, para Iván Duque, la continuidad de la negociación con el ELN, por ahora, está en el camino de lo posible.

Ante los secuestros de los últimos días, que se suman a las denuncias sobre reclutamiento de menores hechas por la Fiscalía y la reiterada voladura del oleoducto, lo simple, lo fácil es cancelar la mesa con esa organización.

Sería una manera rápida de satisfacer a la galería y un estímulo, para los que en las Fuerzas Armadas, y fuera de ellas han descalificado las negociaciones con las Farc.

Patear la mesa con el ELN permitiría al nuevo presidente, reiterar en cada salida pública su consigna de que uno de sus esfuerzos principales es conseguir que: “El que la hace la paga”.

Pero mucho va de las palabras a los hechos. Todo parece indicar que no será así y que muchos poderes reales han incidido en su decisión de no cerrar la mesa, por ahora.

No son las ONG, no son las voces de los diferentes opositores que hasta ahora se han declarado en el Congreso, no han sido las voces de las comunidades afectadas por el conflicto. No.

Han sido los empresarios, especialmente los empresarios los que lo han llevado a esta posición.

Nadie que tenga inversiones en Colombia hoy o deseos de hacerlas, considera que el mejor negocio sea desatar una guerra a muerte contra el ELN.

Por reduccionistas que sean los análisis de muchos sobre esta guerrilla, hay una conciencia dominante que advierte que profundizar la confrontación con el ELN, es un paso en la dirección equivocada.

Las preguntas son muchas: ¿hasta dónde se mantendrá esta decisión?, ¿el nuevo gobierno continuará su exigencia sobre concentración del ELN para avanzar en la negociación? ¿El ELN seguirá desoyendo los clamores nacionales e internacionales en el tema del secuestro? ¿El cese y los desarrollos sobre participación, continuarán atrapados en las interpretaciones de las partes antes que vigorizados por una decisión de avanzar?

Cada vez es más preciso advertir que de lo que ocurra con la mesa del ELN, depende cerrar o no el conflicto armado que ha enfrentado a los colombianos por más de 50 años. Igualmente, que las decisiones sobre los “elenos”, afectan la implementación y desarrollo del acuerdo firmado con las FARC - tanto como si se decidiera no implementarlo.

Tal vez por esa razón, los sectores intransigentes del Centro Democrático están concentrados en hacer inviable el proceso con el ELN, mostrando las complejidades y dificultades como obstáculos insalvables.

Son las mismas voces que mostraban como imposible un proceso de negociación durante el gobierno anterior, los mismos que han calificado de engaño los acuerdos con las Farc, los que han convertido al destituido e inhabilitado Fernando Londoño Hoyos en su faro moral y líder de opinión por excelencia.

Esas voces pugnan porque no haya proceso con el ELN, y están prestas a calificar al presidente Duque como traidor si mantiene la mesa.

El ELN por su lado parecería mantenerse en la mesa con una visión exploratoria y no definitiva sobre el fin de la guerra.

Parecería que su decisión de permanencia en la mesa y su propuesta de participación de la sociedad acompañada de una agenda de cambios estructurales a desarrollar durante un período de tiempo específico, mientras el fin de la guerra llega en medio de un cese bilateral de fuegos y hostilidades es inmodificable.

Parece simple, pero esa postura desbarata la idea, de un proceso rápido que desarme y desmovilice a esa guerrilla, términos usados por el presidente Duque.

El proceso parece estar más muerto que vivo, pero el gobierno lo necesita para evitar una degradación de sus propias circunstancias.

No parece deseable para el gobierno enfrentar un escenario de violencia que lo lleve a gobernar con el eje de la confrontación armada en su cotidiano.

Los partidos políticos, las organizaciones sociales, empresariales y comunitarias no podemos ser ajenas a esta realidad. Si la mesa se mantiene exclusivamente en manos de las partes, el escenario más probable será el de la profundización de la confrontación armada. Si nos aventuramos a fortalecer un escenario de participación diverso sobre el proceso, se puede aportar para que las partes en la mesa encuentren formas que les permitan un camino común.

De lo contrario, preparémonos para tiempos que parecían idos.

@alvarojimenezmi

ajimillan@gmail.com

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