OPINIÓN
Quién era Abel Rodríguez
Sin duda, Abel fue un gran transformador que dignificó la educación en los sectores populares y se propuso como meta construir colegios nuevos y bien dotados.
Abel Rodríguez fue un hombre imprescindible para la educación pública porque comprendió que de ella no solo dependía su futuro personal sino que ayudaría, como se lo propuso, a transformar la sociedad; porque entendió, el día que se hizo profesor, que la educación, su amor a primera vista, era la piedra angular para formar buenos seres humanos y consolidar el futuro de un pueblo en igualdad social y en democracia.
El profe Abel, como le decían desde sus primeros años en la lucha sindical a favor de los maestros y la educación pública, los alumnos de antes y de ahora, siempre defendió la educación como una herramienta para cerrar la brecha social y combatir la pobreza.
Ese auténtico propósito guio su lucha sindical desde la ADE (Asociación de Educadores del Distrito) y Fecode (Federación Colombiana de Educadores) durante más de 50 años, para después pasar de la lucha reivindicativa a la acción; luego de transitar por el sindicalismo y dirigir los designios de más de 270.000 maestros en todo el país, propició como miembro de la Asamblea Nacional Constituyente transformaciones en el sistema educativo que después lo llevaron al viceministerio del sector desde donde fortaleció el Estatuto Docente y la Ley General de Educación.
Pero tal vez el logro más importante, después de haber hecho el curso de profesor en una humilde escuela en Algeciras, Huila y en una escuela del Barrio San Pablo en Bogotá, de convertirse en licenciado en Español y Literatura, de trasegar por esa dilatada lucha y servicio público, fue cumplir con su sueño de llegar a la Secretaría de Educación de Bogotá D. C. Desde ahí Abel puso en práctica todo su potencial, conocimiento, experiencia y capacidad de trabajo en favor de la Educación Pública en el Distrito Capital. Demostró, con creces, que desde lo público también era posible edificar una educación de calidad.
En 2004 comienza a gobernar Bogotá Lucho Garzón, con la impronta “Bogotá, sin indiferencia”. Ese rótulo que develaba el talante social de la administración encontró en Abel Rodríguez, a su mejor aliado. Lucho se la jugó por la educación y Abel la volvió la espada social; fue entonces cuando recordó esa frase que instintivamente gobernó su cabeza: “La educación es la principal herramienta para combatir la pobreza”. Encajó en el plan del alcalde y la hizo realidad: concretó la gratuidad de la educación pública, osadía que no dudaron en calcar otras ciudades del país; mejoró las condiciones de los estudiantes con infraestructuras dignas, alimentación y transporte, pegamento que sirvió de estrategia para evitar la deserción escolar.
Sin duda, Abel fue un gran transformador que dignificó la educación en los sectores populares y se propuso como meta construir colegios nuevos y bien dotados; propósito que hizo realidad heredándole a la ciudad y a los niños y niñas de los estratos más pobres 50 colegios nuevos que nada tenían que envidiarle a las mejores instituciones privadas. Dignificar también es educar, repetía constantemente.
Ese fue Abel Rodríguez, que en lo personal era una caja de música; ver a Abelito, como le decíamos sus amigos, desencajado o furioso era la excepción. Amable, querido y adorado por todos, creo que ni sus más enconados rivales en la lucha sindical o política lo odiaron o vilipendiaron, siempre tenía como argumento la razón y el discernimiento, como buen educador y funcionario que fue.
Desde aquí un abrazo solidario a Cecilia, su polo a tierra, la gregaria incondicional de Abel, la compañera cómplice con la que logró cultivar amigos en todas las generaciones y estratos sociales; gracias, también, por permitirnos a sus amigos disfrutar de su infatigable camarada. Abel, querido amigo, que la tierra te sea leve.