Opinión
Presidente, ¿quién es el terrorista?
Los delirios de Petro por invertir los valores y la realidad solo sirven para exacerbar más el odio entre sus seguidores, pero no cambian ni los valores ni los hechos.
Cuando escuché a Gustavo Petro llamar terrorista al presidente Iván Duque, se me vino a la mente aquella frase de Shakespeare que dice “no tienes ojos en la cara para distinguir lo que te honra de lo que te envilece”. Qué impulso irrefrenable el de Petro por proyectar en sus contradictores políticos todas sus miserias, qué obsesión la suya por invertir la escala de valores en la sociedad como fórmula salvadora ante el hecho de no haberse reformado como persona y haber elegido continuar en el delito.
Petro se ha presentado como un hombre portador de ideas nuevas. Pero bajo el sugestivo nombre de progresista, no es otra cosa que un viejo marxista que se opone violentamente a esa bella idea de la democracia liberal, tal como lo vienen haciendo los marxistas desde hace 150 años. Marx los conminó a practicar la violencia cuando sentenció que esta es necesaria para conducir a la historia a su nirvana socialista, o sea una especie de catalizador necesario para precipitar los hechos. Y a fe que el siglo XX abundó en discípulos suyos que compitieron en crueldad y número de asesinatos.
El nobel de literatura Alexander Solzhenitsyn estima que Stalin mató a 66,7 millones de rusos entre ejecuciones sumarias, campos de concentración y hambrunas. Pero el peor fue Mao Zedong, quien se alzó con 78 millones de vidas, y lo hizo imbuido por el ideario marxista, pero en nombre del sugestivo eslogan “el gran salto adelante”. Estos dos fueron los más grandes terroristas del siglo XX, frente a quienes Hitler, con sus 18 millones de muertos, palidece. Marxismo y nazismo vienen de una matriz común, y por sus dogmas trascienden el ámbito político y funcionan como una religión, pero una religión basada en el odio.
Una pista para entender la psicología de Petro está en la sentida nota que dejó en la tumba de Mao en su visita presidencial a China: “Tenía 15 años cuando leí a Mao… sembraste ilusiones a la juventud entera del mundo y abriste el camino para que tu pueblo fuera grande en la Tierra…”. La realidad es que China superó la pobreza y es próspera hoy, precisamente porque derogó el marxismo de Mao y abrazó el capitalismo, pero para Petro la realidad no importa, lo que cuenta es la ideología, su religión.
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Lo que es más revelador es que a los 15 años ya había leído los textos de Mao, y seguro los de Marx también. Imbuido de esas narrativas de odio y violencia, el cerebro de Petro en su adolescencia adquirió la configuración del cerebro de un terrorista. Y sobre esto hay muchos estudios científicos que demuestran que la estructura cerebral de un joven terrorista alemán que mataba judíos luego de ser adoctrinado por el partido nazi, o de un joven terrorista musulmán adoctrinado en la yihad, o de un joven terrorista marxista como Petro, es muy diferente al del resto de la población.
No quiere decir esto que todo el que lea a Marx o a Mao a los 15 años se convierte en un terrorista, pero algunos sí, y esos dan el siguiente paso, como lo dio un Petro adolescente, que con ese “cableado neuronal” entró al M-19 y durante 15 años participó en las actividades terroristas de esa banda: secuestros, asesinatos, extorsiones, robos, etc.
¿Fue su indulto, luego del proceso de paz con el M-19, producto de un acto de contrición y enmienda? Por supuesto que no. Fue un cambio de estrategia, que en teoría excluía los delitos con sangre, pero incluía los de cuello blanco, como lo pudimos evidenciar todos con aquel video llenando bolsas de basura con fajos de billetes. Y digo en teoría, porque él mismo se encargó de comprobar que estábamos equivocados cuando en un discurso en Cali se autoincriminó confesando ser parte de la primera línea. Petro tiene esa particularidad: revelarse a sí mismo como mucho peor que aquella valoración que de él hacemos sus contradictores.
Los actos terroristas de la primera línea son conocidos: decapitaciones, bebés muertos en ambulancias, torturas, incendios, asesinatos a policías y civiles, etc. Ningún científico se sorprendería de que Petro siguiera siendo un terrorista. Una vez el cerebro ha cambiado su estructura neuronal por los efectos del islamismo yihadista, el nazismo o el marxismo, ya es muy difícil dar marcha atrás. Y el poder que Petro ha ejercido como congresista, alcalde y ahora presidente, tiene el mismo efecto sobre sus inclinaciones terroristas, a aquel que tiene una barra libre sobre un alcohólico.
Los delirios de Petro por invertir los valores y la realidad solo sirven para exacerbar más el odio entre sus seguidores, pero no cambian ni los valores ni los hechos. El presidente Duque seguirá siendo un estadista brillante que lo derrotó, y él un terrorista indultado que ha envilecido hasta lo indecible la institución presidencial, y es hoy la amenaza más seria que ha tenido el país para sus libertades, su convivencia y su democracia.