OPINIÓN

¿Quién es usted, señor presidente?

Así es que llega usted hasta aquí como resultado de una suma de errores de sus contendores y del apoyo del expresidente Álvaro Uribe. Y he aquí otra paradoja: Sin Uribe usted no existiría pero bajo Uribe usted no va a poder gobernar.

Daniel Coronell
16 de junio de 2018

Usted acaba de ser elegido por más de diez millones trescientos mil ciudadanos, la votación más alta en la historia de Colombia. Sin embargo, doctor Duque, pocos sabían su nombre hace unos meses. En noviembre del año pasado solo el 17 por ciento de los colombianos lo había oído mencionar. Esa era, paradójicamente, su gran fortaleza. Llegaba a la carrera sin equipaje. No tenía usted grandes pros, pero tampoco grandes contras. Era un lienzo en blanco que podía ser pintado a conveniencia.

El que sería su lugar en las encuestas lo ocupaba una expresión que al comienzo parecía un chiste: “El que diga Uribe”.

Usted y quienes fueron sus contendores en la consulta del Centro Democrático marcaban, en ese momento, cifras menores al 5 por ciento en la intención de voto de los colombianos.

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Tal vez por eso quienes lideraban las encuestas del año pasado -¿alguien las recuerda?- no creían que usted pudiera vencerlos. Confundieron los ingredientes con el plato servido.

Germán Vargas Lleras, por ejemplo, ante los modestos números de usted y los otros precandidatos uribistas se imaginó que Uribe no tendría más remedio que apoyarlo y se derechizó tanto o más que él. Se volvió el más severo crítico del proceso de paz, sobre el que antes había guardado prudente silencio. Se embarcó en la empresa imposible de ser al mismo tiempo candidato de opinión y de maquinaria. Se inscribió por firmas para desmarcarse de Cambio Radical mientras llenaba su lista al Congreso con la peor basura entre los caciques locales, esperando alcanzar la mayor votación parlamentaria.

Al final Vargas no logró ni lo uno ni lo otro. Ni obtuvo la primera votación de Congreso, ni la maquinaria le trabajó en la elección presidencial.

También se equivocó -y en grande- Sergio Fajardo quien tuvo todo en la mano para ganar con una propuesta de centro que Colombia necesitaba.

Envanecido por las encuestas tempraneras, Fajardo rechazó las alianzas con quienes le habrían podido dar los votos que le hicieron falta para llegar a la segunda vuelta. Cuando, por fin, quiso buscarlos ya era muy tarde. Se quemó en la puerta del mismo horno en el que el expresidente César Gaviria incineró al Partido Liberal: Despojo de partido, cadáver putrefacto, vergüenza de la historia.

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¿Cómo sería este día si Fajardo y Gaviria hubieran pensado en el país antes que en ellos?

Tener a Gustavo Petro como contendor en la recta final fue lo mejor que lo pudo haber pasado a usted, señor presidente. Se le juntaron dos vientos de cola: el uribismo y el anticastrochavismo.

Si el ‘coco’ de la venezolanización ha funcionado electoralmente en lugares tan lejanos como España, México y Chile; se caía de su peso que sería uno de los ejes de la campaña en Colombia, el país con la frontera más extensa con Venezuela y el que más desplazados del régimen de Maduro está recibiendo.

Así las cosas, usted no tuvo que hacer mayor esfuerzo entre la primera y la segunda vuelta. No necesitaba alianzas, ni debates. Para ganar le bastaba con no ser Petro. Incluso muchos antiuribistas se animaron a votar silenciosamente por usted, sobre todo después de la absurda campaña que unos petristas emprendieron para estigmatizar el derecho a votar en blanco. 

Así es que llega usted hasta aquí como resultado de una suma de errores de sus contendores y del apoyo del expresidente Álvaro Uribe. Y he aquí otra paradoja: Sin Uribe usted no existiría pero bajo Uribe usted no va a poder gobernar.

¿Dedicará su administración a ejecutar las venganzas de él, a enriquecer a los suyos y a evitar que la justicia lo procese a pesar de las numerosas pruebas que existen en su contra? No les va a quedar fácil ocultarlas.

Señor presidente, gobernará usted un país fragmentado y polarizado sobre todo por cuenta de la propaganda desplegada por su jefe a quien usted -para espanto de muchos- ha llamado públicamente “presidente eterno”.

En medio de la flaca herencia de su antecesor, Juan Manuel Santos, usted recibe un proceso de paz en estado crítico pero después de una entrega de armas innegable. ¿Querrá usted pasar a la historia como el verdugo o como el salvador de ese proceso?

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Ojalá le vaya bien, señor presidente. Su suerte será la suerte de Colombia. Ojalá cumpla usted cabalmente con sus deberes. Ojalá obedezca solamente a la Constitución.

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