OPINIÓN

Hippies o militares

La izquierda solo lo es mientras no tiene el poder, y cuando lo tiene se transmuta en derecha. ¿Qué más de derecha que la revolución soviética una vez se momificó, convertida en dictadura de partido único?

Antonio Caballero, Antonio Caballero
20 de mayo de 2017

Si alguien dice que no es ni de izquierda ni de derecha es porque es de derecha. Y si dice que no hay diferencias entre la una y la otra, lo mismo. Lo acaba de proclamar Álvaro Uribe, jefe del Centro Democrático (que se llama así, según explicó su presidente honorario, el enloquecido Fernando Londoño, “por unas circunstancias ahí”).

Pero lo mismo dice el nuevo presidente de Francia, el sereno y reposado Emmanuel Macron, que ganó las elecciones por el miedo que inspiraba su rival de extrema derecha. Y lo mismo decía hace unos años Tony Blair, el primer ministro de la “tercera vía” que derechizó al partido laborista británico. Y hace ya bastantes años lo decía también el presidente argentino Juan Domingo Perón, que llamaba a lo suyo “tercera posición”. Y antes aún, el ultraderechista José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española. ¿Y quién más? ¿Napoleón III, emperador de los franceses? El político que dice que no es ni de derecha ni de izquierda es de derecha, y quiere engañar.

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Otra cosa piensa el exdirector de Planeación Santiago Montenegro, quien hablando del presidente francés escribe en su última columna de El Espectador: “El pensamiento de Macron es revolucionario al plantear acabar con la eterna dicotomía entre derecha e izquierda”.

Repito: no es novedad. Es cosa que han planteado muchos desde que se inventaron esos dos conceptos políticos, en este caso sí “por una circunstancia ahí”: la circunstancia fortuita de que en la Asamblea Nacional francesa de 1789 a la derecha de la presidencia se sentaron los partidarios del mantenimiento del Ancien Régime, y a la izquierda los de la Revolución, que querían cambiarlo todo. Y quienes la han planteado no han sido, insisto, los revolucionarios, sino los reaccionarios: Tony Blair, José Antonio, Luis Napoleón. Pero, sobre todo, “acabar con esa eterna dicotomía” es cosa que no se puede hacer: es como si se planteara, revolucionariamente sin duda, abolir la fuerza de la gravedad. Porque derecha e izquierda no son inventos arbitrarios de ideólogos o de politólogos, sino simplemente nombres para distinguir temperamentos humanos previamente existentes. Son términos verbales, como pueden serlo “azules” y “rojos”, que no designan ideologías, aunque puedan coincidir con ellas, ni manifestaciones de intereses de clase, aunque también coincidan: las clases propietarias y dominantes en cualquier momento dado de la historia quieren conservar las cosas tal como están, en tanto que las clases desposeídas las quieren cambiar. Designan talantes, para usar la palabra del político de derecha Álvaro Gómez Hurtado, que creía que el talante era una virtud privativa del Partido Conservador Colombiano: como si no existieran distintos talantes. El talante de derecha y el talante de izquierda son categorías taxonómicas, descriptivas de realidades de la naturaleza, como, pongamos por caso, la de vertebrados y la de invertebrados. O la de jóvenes y la de viejos, para citar la manida frase sobre no ser de izquierda a los 20 años y no tener corazón, y no ser de derecha a los 50 y no tener cabeza.

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La derecha es el orden, y la izquierda la libertad. La izquierda es la igualdad, y la derecha la jerarquía. Pero son situaciones cambiantes en el tiempo: por eso la izquierda solo lo es mientras no tiene el poder, y cuando lo tiene se transmuta en derecha: entonces sí quiere conservar las cosas como están. Por eso las revoluciones triunfantes, irremediablemente, se vuelven de derecha. ¿Qué más de derecha que la revolución soviética una vez que cuajó y se cristalizó y se momificó, convertida en dictadura de partido único? ¿Y qué más de derecha – porque la contraposición es muy vieja, anterior a sus nombres actuales – que la tiranía del populista revolucionario Julio César en la antigua Roma?

Y hay partidos de izquierda que son de derecha aun desde antes de llegar al poder: es el caso de los partidos comunistas del modelo bolchevique, con su estructura vertical llamada eufemísticamente de centralismo democrático: el epíteto “democrático” les conviene tan poco y tan mal como para volver al principio de esta nota, al Centro Autocrático de Uribe. Y es también el caso, por supuesto, de las revoluciones militares. La izquierda, en su inalcanzable esencia utópica, es la anarquía. La libertad frente a la autoridad. Los hippies son de izquierda, sin saberlo. Los militares, aun los que se proclaman de izquierda (el coronel Hugo Chávez, por ejemplo, o el comandante Fidel Castro) son irremediablemente de derecha. No pueden ser otra cosa. Y a los curas les pasa lo mismo.

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Ahora el “revolucionario” Emmanuel Macron, que no es ni cura ni militar, sino exministro y exbanquero y lleva 15 días en la Presidencia de la república francesa, acaba de armar un gobierno que no supera la dicotomía entre la izquierda y la derecha, sino que la revuelve: un batiburrillo de representantes de todos los partidos (mitad hombres, mitad mujeres), encabezado por un primer ministro de la derecha sarkozysta. No puede funcionar. Para un lado o para el otro, tendrá que depurarlo.

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