Enrique Gómez Martínez Columna Semana

Opinión

Reelección por “fast track”

El objetivo real y obsesivo de todo este nuevo delirio constitucional sigue siendo el mismo de los anteriores. Como hacer, con algún viso de legalidad, para reelegir a Petro. Al final es el único objetivo tangible y material de estos procesos.

Enrique Gómez
15 de julio de 2024

Qué ironía. En 2016 cuando el establecimiento político y económico del país le entregó a Juan Manuel Santos un cheque en blanco para obtener su nobel de paz, que no la paz que sigue sufriendo de los acosos y vejámenes de los mismos guerrilleros de las Farc a los que se les entregó la impunidad, el relato y una parte importante del territorio, todos los que nos opusimos a ese despropósito fuimos estigmatizados, violentados y marginados.

Qué ironía. En 2016 el establecimiento, todos a una, le empujó al pueblo colombiano el plebiscito por la paz y lo perdieron. Y por ello, como es usual, el establecimiento político y económico de Colombia mediante el “fast track” o vía rápida, se brincó la constitución con el aval de su defensora, la Corte Constitucional, y con él se aprobó un sancocho legal y constitucional en el que se propuso de todo y se aprobó de todo.

Qué ironía. Ahora que Petro, en uno cualquiera de sus devaneos políticos con los que mantiene siempre la iniciativa, le coge la caña al santismo (que recordemos no existe en la medida en que su jefe ha certificado ante la opinión pública que no existe, que en su movimiento solo existe él) y dice que él también merece el “fast track”, le brinca el mismo establecimiento y le dice que ni de fundas, pero a la vez pregunta dudoso que cuanto estaría dispuesto el gobierno a pagar por él.

A la manera del curioso en la feria o el mercado, la clase política colombiana, los grandes grupos económicos y las hegemonías políticas regionales han visto el ofrecimiento de Petro, como vendedor de específicos, y han rechazado tajantemente la posibilidad de un “fast track”, pero a la vez, con notable gesto de desprecio, han preguntado ¿cuánto vale?, ¿qué pide por él?

Y ahí se nos fue el año. Ahí se nos fue el resto del periodo presidencial.

Nuevamente, incapaces de superar la agenda Petro, tirios y troyanos, y me incluyo, le entregamos al presidente incapaz, la escapatoria a sus propios desastres.

Los fanáticos de la paz de Santos se rasgan las vestiduras, libres de culpa, por la osadía de Petro de compararse con Santos. Y algo de razón tienen. Al fin de cuentas el presidente justifica su “fast track”, no en los acuerdos de la Paz Total, que son inexistentes y tan inviables que no resisten escrutinio como eje causal del despropósito constitucional, sino el fracaso de la paz de la Habana, en su supuesto incumplimiento que por parte alguna pasa por el mantenimiento de las Farc como principal grupo guerrillero del país en la actualidad.

El congreso guarda silencio pensando y relamiéndose por lo que imagina que podrá sacarle al desesperado Petro a cambio del “fast track”. En plena ensoñación el establecimiento político recuerda los memorables días de Santos. Esos dos gobiernos responsables de la mayor desinstitucionalización de la historia republicana. Cuando, bajo la égida del acuerdo se validó la degradación total de las relaciones entre el ejecutivo y el congreso con el sello de caucho de los fanáticos de la paz que, mayoritariamente untados de mermelada, siguen hoy defendiendo los logros de la paz de Santos mientras tapan afanosos el río de sangre que los “buenos” de las Farc siguen nutriendo y tapan, más afanosos aún, el único gran logro de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), que ha sido el milagro de las excarcelaciones sin límite para los bandidos de todos los bandos (guerrilleros, militares y paramilitares) y su garantía de total impunidad.

Y mientras le entregamos la agenda nuevamente al gobierno, nadie habla del cadáver que está en medio del salón.

El objetivo real y obsesivo de todo este nuevo delirio constitucional sigue siendo el mismo de los anteriores. Como hacer, con algún viso de legalidad, para reelegir a Petro. Al final es el único objetivo tangible y material de estos procesos.

El petrismo ni siquiera se preocupa por la inviabilidad electoral del presidente guerrillero. Ya han probado las mieles del fraude electoral. Se han dado cuenta y creen que lo pueden repetir en 2026. Piensan que la mezcla de apoyo de la registraduría, de los barones electorales, de los intereses especiales de narcos y contratistas y las intimidaciones de sus aliados guerrilleros bastarán para ganar. Saben, como lo sabe el establecimiento, que la presidencia se puede comprar y reclaman su derecho a hacerlo.

Mientras tanto, los dueños del poder cavilan. Ya pusieron a Petro en el poder y no les resultó tan manso como esperaban. Si bien gobernaron y gobiernan con él, en ministerios, en la aprobación de la desastrosa tributaria, en la aprobación del plan de desarrollo socialista, en la aprobación de presupuestos regordetes e inviables, piensan que los defectos del guerrillero presidente son más costosos que los beneficios que le pueden sacar.

Cavilan pensando sino podrán colocar a un manso más manejable como Murillo en la presidencia en 2026 o si se arriesgan al “fast track”, seguros de que con el la reelección de Petro entra por fin en el tablero.

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