Opinión
Reflexión a bordo del Nautilus
Me acompañaron el profesor francés Pierre, su fiel amigo Conseil, el arponero Ned Land y otros valientes exploradores.
La semana pasada tuve la fortuna de viajar nuevamente a las profundidades del mar a bordo del Nautilus, el submarino del misterioso capitán Nemo. Me acompañaron el profesor francés Pierre, su fiel amigo Conseil, el arponero Ned Land y otros valientes exploradores.
Quedé maravillado con la belleza y la diversidad del mundo marino. Imposible olvidar experiencias como la caminata por el “bosque de algas gigantes”, gracias al buen uso de las escafandras que nos permitieron respirar bajo el agua. Tampoco dejaré de admirar el funcionamiento del Nautilus, una obra maestra de la ciencia y la ingeniería, que renovó en mí no solo un interés por los beneficios pedagógicos de la aventura, sino también una mayor sensibilidad para comprender el impacto de los avances científicos en nuestra vida cotidiana, que a menudo pasamos por alto o no reconocemos, como sí lo hace un navegante con el sextante siempre fiel en la navegación.
Recorrer veinte mil leguas en tan pocas páginas es tan desafiante como darle la vuelta al mundo en 80 días, pero la genialidad del francés Julio Verne en su colección Viajes extraordinarios nos enseñó que los sueños son posibles. Así lo demostró con su visión hace 155 años (1869) a bordo del “enorme cetáceo”, como algunos balleneros confundían al submarino.
El viaje, como todos nuestros proyectos de vida, no estuvo exento de grandes desafíos, pero también tuvo grandes lecciones. Aprendí de la confianza del profesor en su misión, a pesar de los peligros como el choque del Nautilus al atravesar los icebergs; de la lealtad de un compañero de equipo como Conseil, que siempre estuvo al lado del profesor en todas las experiencias vividas; y del triunfo del bien común, que logró unir incluso a personas críticas con quejas permanentes en la tripulación como Ned, cuando comprendieron los beneficios de un propósito compartido.
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El final del capitán Nemo nos hace comprender que las tormentas más peligrosas son las que se llevan en el corazón, en su caso, por considerarse “un hombre que ha roto sus lazos con la humanidad”.
Mi invitación es a cerrar nuestras propias escotillas, reflexionar y evitar caer en la trampa del “justiciero”. Dediquemos toda nuestra fuerza a sumergirnos en nuestros sueños, con la seguridad del triunfo que nos espera.
Gracias, Emma, por invitarme a este viaje único e irrepetible.