Opinión
Regreso al futuro petrista
Para no dejar atrás tiempos más recientes, tras la breve tregua de un cuatrienio, regresan en todo su esplendor Roy Barreras y Armando Benedetti, aquel viejo par de símbolos de la consistencia, por siempre ser gobiernistas.
Algunos lectores recordarán la película Regreso al futuro. Parte II, en la cual el científico Dr. Brown y su pupilo, viajeros en el tiempo, regresan al Hill Valley de 1985 tras una visita al mundo de 2015, en el que presencian videoconferencias, carros voladores y patinetas flotantes. Pero, al volver al pasado, ya no encuentran el próspero y placentero suburbio estadounidense de la primera película, sino una distopía violenta, caótica y regida por el crimen organizado. Algo así como el Portal Américas bajo el lúgubre mando de la primera línea.
Tristemente para Colombia, el distópico mundo del petrismo pronto será la realidad del país entero.
Petro, de hecho, es la versión criolla de Biff Tannen, el villano que hurta el Delorean del Dr. Brown en 2015 y regresa a 1955, para entregarse a sí mismo un almanaque deportivo del futuro. Posteriormente, el joven Biff crea una inmensa fortuna al apostarles a equipos y caballos ganadores. En la rama alternativa de la historia, el Biff de 1985 es un magnate que ha corrompido a la ciudad y, como Petro, se ha tomado el poder político.
Petro, tan ostentoso como Biff, no tomó a la fuerza una máquina del tiempo, pero sí la narrativa común de los sucesos nacionales de los últimos 40 años.
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Los efectos son similares. En nuestra rama alternativa de la historia, el M-19 no fue el grupo criminal que asesinó a José Raquel Mercado, sindicalista afrocolombiano, y causó la masacre del Palacio de Justicia, sino una partida de “políticos jóvenes” risiblemente comparables, según Petro, a George Washington (quien, por cierto, no se sublevó contra una república, sino que luchó para fundar una).
La diferencia entre subversivos sanguinarios y nobles revolucionarios podría ser meramente académica. La despistada glorificación de la guerrilla, sin embargo, va de la mano de un pernicioso relato histórico que, insólitamente, niega los muy palpables avances económicos del país desde el ocaso del Frente Nacional.
Los petristas hasta esparcieron el mito de que Colombia está aún peor que Venezuela, país otrora próspero que arruinaron los amigotes de Petro, quienes también pretendieron “despetrolizar” la economía.
Como su mentor barinés, Petro llega al poder para celebrar una frenética fiesta del gasto público y su macabra piñata contiene alguna sorpresa para los nostálgicos de distintas épocas.
Si usted añora la era del disco de los 1970, como el entrante ministro de Hacienda, José Antonio Ocampo, pronto tendrá controles de capital, controles cambiarios y un impuesto al patrimonio para personas naturales, con un umbral de mil millones de pesos.
“Cuando yo era profesional joven pagaba ese impuesto”, asegura Ocampo. Para revivir plenamente su juventud, solo le hará falta resucitar a Telecom, al Instituto de Fomento Industrial y otros monstruos estatales merecidamente difuntos.
Para la generación de los ochenta, hay un elemento característicamente colombiano de la década del Walkman, los Goonies y el rock en español.
Hoy, como entonces, proliferan las banderas del M-19 mientras se libra una campaña sistemática para asesinar policías.
En los ochenta, los sicarios los pagaba el Cartel de Medellín; hoy en día es el Clan del Golfo. Pero el trasfondo común es una serie reciente de amnistías guerrilleras, fallidos procesos de paz y demás ofrendas de impunidad, todo con el inequívoco mensaje desde el establecimiento de que el crimen siempre paga.
Si usted prefiere los noventa, están de regreso los clásicos de la provincia, en que las Farc (ahora se hacen llamar “disidencias”) entran campantes a los pueblos a dictar su propia ley, como en los más oscuros momentos del infausto gobierno del también resurgente Ernesto Samper.
Juntos de nuevo en su auge, las Farc y Samper dejan a Colombia -muy al estilo de aquel hit noventero- como agua para chocolate.
Para no dejar atrás tiempos más recientes, tras la breve tregua de un cuatrienio, regresan en todo su esplendor Roy Barreras y Armando Benedetti, aquel viejo par de símbolos de la consistencia, por siempre ser gobiernistas.
Quien se descuide los podrá ver de nuevo impulsando la reelección del mandatario de turno, tal como hicieron cuando Shakira, tal vez en su honor, se vestía de loba, y no exactamente la capitolina.
Pero si lo suyo es la primera mitad del siglo XX, ahí galopa la próxima ministra de Agricultura sobre aquel caballo viejo y troyano izquierdista de la reforma agraria, en paso atrás hacia la Revolución en marcha.
Poco importa que Colombia sea hoy -por fortuna- un país 75 % urbano (o más), o que la agroindustria seria requiera la inversión en tecnología y grandes extensiones de tierra. Como Gardel en la era de López Pumarejo, la ministra vive con el alma aferrada a un dulce recuerdo que llora otra vez.
En el mundo hobbesiano de Regreso al futuro. Parte II, el señor Strickland, rector del colegio de Hill Valley, se arma para defender su hogar gracias a la segunda enmienda.
Pero en Colombia, los tiranos en ciernes entendieron muy bien -como Pisístrato en Atenas- que el primer paso para dominar a los ciudadanos es desarmarlos por completo. El hampa impera y a su merced nos quieren dejar. Como diría el Dr. Brown: ¡bienvenidos al futuro!