OPINIÓN

Rehenes del fundamentalismo ambiental

Infortunadamente vivimos en el mundo del gobernador Amaya, donde prevalece la frase efectista, donde se presenta el falso dilema de agua o petróleo como la verdad revelada

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
8 de septiembre de 2018

El miércoles volaron el oleoducto Caño Limón-Coveñas otra vez. Ya van 63 atentados este año y más de 1.400 desde que empezó a operar en 1986. Esos actos terroristas han derramado la no insignificante cifra de más de 4 millones de barriles de petróleo por el territorio colombiano. El último ataque contaminó una quebrada que desemboca en el río Catatumbo y requirió la evacuación de varias familias. 

No generó mayores titulares ni mucho menos grandes denuncias de los ambientalistas. Estos andaban en otro cuento: en su campaña por prohibir el fracking (fracturamiento hidráulico) en Colombia. Esa cruzada va viento en popa. Ya convencieron al hoy ex contralor general Edgardo Maya, quien, en su discurso de despedida, dijo que “el país no está suficientemente preparado para mitigar los riesgos y afectaciones de técnicas de explotación de yacimientos no convencionales de hidrocarburos”.

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El gobernador de Boyacá, Carlos Amaya, fue más crudo. Afirmó en una entrevista a El Espectador que “decir ‘fracking responsable’ es como decirle a una mujer que la van a violar responsablemente”. Amaya no es cualquier persona. Se ha convertido en uno de los líderes del movimiento y recientemente puso una acción popular para prohibir toda actividad petrolera en el departamento. El Colombiano lo describe como un “férreo defensor de la naturaleza”.

En un mundo ideal, la discusión sobre los pros y contras del fracking se haría sobre el planteamiento de Maya y no el de Amaya. Un debate entre expertos. Es un espacio donde se podría explicar por qué Texas, Oklahoma, Pensilvania y 18 estados más utilizan esa técnica y cómo transformó a Estados Unidos en el principal productor de petróleo y gas en el mundo. Se podría contar que, según un estudio de 2014, por lo menos 15,3 millones de estadounidenses han vivido cerca de un pozo de fracking.

Infortunadamente vivimos en el mundo del gobernador Amaya, donde prevalece la frase efectista, donde se presenta el falso dilema de agua o petróleo como la verdad revelada

Se podría hablar de Argentina, donde gracias a la explotación de Vaca Muerta se espera duplicar su producción de hidrocarburos en cinco años y la creación de 500.000 empleos. Sería la oportunidad para aclarar que el fracturamiento hidráulico ocurre, en promedio, más de 3 kilómetros por debajo de los acuíferos aprovechables para consumo humano.

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En un mundo ideal, se podría informar que el desarrollo del piloto de yacimientos no convencionales que se está planeando en Colombia tendría solo 10 pozos y utilizaría 200.000 metros cúbicos de agua en la vida del proyecto. Que la regulación colombiana se redactó después de varios años de consultas con entidades internacionales. Que no se está improvisando.

Infortunadamente, vivimos en el mundo del gobernador Amaya, donde prevalece la frase efectista; donde se presenta el falso dilema de agua o petróleo como la verdad revelada y donde se esparcen mitos de terremotos causados por la sísmica. Un mundo donde una hipótesis –una posible contaminación por una actividad petrolera aún no realizada en el país– recibe mayor atención que un hecho real y verídico como el derrame criminal de crudo de esta semana.

Esta situación no es fortuita. Desde hace varios años ha sido el proceder del ambientalismo fundamentalista incitar los miedos, de llevar todo debate a los extremos de buenos y malos, de blanco y negro. Sin matices. Lo preocupante es que ya no está limitada a la franja lunática. Con su estrategia de terror han logrado ganar adeptos en importantes sectores de la población, sin el necesario debate sobre lo que significaría para el desarrollo económico y social de Colombia renunciar a la potencial explotación de esos yacimientos no convencionales.

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Es una decisión que no se puede tomar a la ligera. Ni a punta de campañas por las redes sociales. Aquí debe reinar la cordura y la razón; el conocimiento antes que la ideología. Colombia no puede darse el lujo de descartar impetuosamente una fuente de cuantiosos recursos, unos recursos que financiarían la educación y salud de millones de colombianos en la próxima década. Sería insensato no buscar la manera de hacerlo responsablemente, como bien lo dijo la ministra de Minas y Energía, María Fernanda Suárez. No la dejemos sola.

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