OPINIÓN
Relación especial en riesgo
Colombia ha sido, y debe seguir siendo, un tema de unidad y consenso en el debate político estadounidense.
Los recientes discursos del presidente Trump en actos de campaña en la Florida, en los que critican el acuerdo de paz en Colombia y señala al Gobierno de Obama y Biden y al expresidente Santos de rendirse al narcoterrorismo, deben prender alarmas, empezando por las de la Cancillería de San Carlos. Por primera vez en más de veinte años, Colombia es un tema de controversia y no de consenso en el debate electoral de Estados Unidos. Luego de ser un modelo a seguir a la hora de mantener una aproximación bipartidista a lo largo de administraciones republicanas y demócratas y durante diferentes gobiernos en Colombia, la relación especial y estratégica, que ha permitido importantes avances en materia económica y de seguridad, está en riesgo.
El Plan Colombia, el Tratado de Libre Comercio, el Plan de Acción para la Igualdad Étnica y Racial y los programas de cooperación regional en materia de seguridad son algunas expresiones de una visión de Estado y de largo plazo con la que acertadamente se ha venido construyendo una agenda bilateral que se considera el mayor caso de éxito reciente en la política exterior tanto de Estados Unidos como de nuestro país. Es por esto que, a pesar de los desafortunados comentarios de Trump, el acuerdo de paz debe entenderse como el componente de mayor significado y trascendencia de dicha agenda, en el que se evidencia un trabajo conjunto, generando un gran impacto positivo para ambos países y para toda la región. No sobra recordar que el Gobierno de Estados Unidos, tanto el anterior como el actual, acompañó activamente el proceso a través de un diligente enviado especial que jugó un papel clave en momentos críticos de la negociación y en la consecución del decidido respaldo de la comunidad internacional a los esfuerzos de paz en Colombia.
Se equivoca el presidente Trump, y quienes lo asesoraron para esos discursos, pues no se trata de una “rendición al narcoterrorismo”, sino de la mejor oportunidad para superar, de fondo y por fin, el principal problema que ambos países vienen enfrentando mancomunadamente por tantos años. El acuerdo de paz significó, nada más y nada menos, la desarticulación del principal cartel de droga en el mundo, con cerca de 12.000 combatientes desmovilizados, 15.000 armas entregadas y la oportunidad de intervenir y transformar integralmente las zonas rurales afectadas por cultivos ilícitos.
Precisamente, entendiendo esa dimensión del acuerdo, en el Diálogo Bilateral de Alto Nivel celebrado en marzo de 2018 en Bogotá, los delegados de Trump acordaron con el Gobierno Santos una estrategia a cinco años de lucha contra el narcotráfico con metas claras de reducción del 50 por ciento del área cultivada con coca, combinando herramientas de sustitución voluntaria y erradicación forzosa, tal como se viene adelantando actualmente. En dicho plan se hizo especial énfasis en el fortalecimiento de la interdicción marítima y fronteriza por parte de los Estados Unidos, como también en la cooperación judicial en materia de finanzas ilícitas y lavado de activos. El plan también incluye un considerable monto de recursos de cooperación americana para el componente de desarrollo rural en programas de formalización de la propiedad y sostenibilidad ambiental, entre otros.
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Se equivoca el presidente Trump, y quienes lo asesoraron para esos discursos, pues no se trató de un “terrible acuerdo” sino de una gran oportunidad de inversión y desarrollo económico para Colombia y también para el sector empresarial de su país. Así lo entendió el filántropo estadounidense Howard Buffet quien, no solo donó más de 30 millones de dólares para fortalecer la capacidad de desminado humanitario del Ejército colombiano, sino que aportó casi 50 millones de dólares adicionales para la inversión en vías terciarias y otros bienes públicos rurales en el Catatumbo, una de las regiones con mayor cantidad de cultivos de coca. Buffet, ante todo un hombre de negocios, sabe que lograr una adecuada implementación del acuerdo de paz significa habilitar el desarrollo del sector agroindustrial en un país que tiene el potencial de ser la despensa alimentaria del mundo, lo que traerá grandes oportunidades para la inversión extranjera, la industria y el comercio regional.
En el Departamento de Estado y en el Pentágono tienen claro que en la medida en que Colombia continúe superando sus problemas internos de seguridad, como ocurrirá con una correcta implementación del acuerdo de paz, estará en mejores condiciones para proyectar sus capacidades en escenarios regionales y multilaterales de cooperación militar y policial. El esfuerzo conjunto del Plan Colombia nos dejó las Fuerzas Armadas más profesionales y poderosas del río Grande hacia el sur. Los Estados Unidos son los primeros interesados en ver que esa inversión se traduzca también en que buena parte de la cooperación en seguridad que viene brindando a países de Centroamérica o el Caribe sea asumida cada vez más por Colombia, lo que nos genera, de paso, un espacio de liderazgo regional estratégico ante la pérdida de relevancia de Brasil, México, Argentina o Chile en esta materia.
Lejos de la desacertada interpretación expresada por el presidente Trump en campaña, el acuerdo de paz de Colombia y su efectiva implementación es un asunto de interés nacional para los Estados Unidos, representa un importante avance en la lucha contra el narcotráfico, genera un espacio que contribuye con la seguridad regional, ofrece oportunidades de desarrollo e inversión y hace parte de la mejor historia que tienen los americanos para mostrar en su política exterior durante los últimos 50 años. Este debe ser el mensaje que oriente la labor diplomática de Colombia en la actual coyuntura electoral con ambos partidos. Esto le permitirá al país trabajar con su aliado estratégico, de quien necesitará mucha colaboración y apoyo, independientemente de quien gane el 3 de noviembre, para superar las adversidades y desafíos inherentes a la implementación del acuerdo de paz.
Colombia ha sido, y debe seguir siendo, un tema de unidad y consenso en el debate político estadounidense. Preocupa que seamos objeto de desinformación y de estrategias que agudizan la polarización en medio de la campaña política. Es un peligroso discurso que cuestiona más de veinte años de construcción de la más exitosa alianza estratégica en nuestra historia.