Opinión
Robos y extorsión: el triste presente de los comerciantes de Bogotá
Y hay otro dato escalofriante: el 5 % de los encuestados se declaró víctima de la extorsión.
Son muchas las cifras que le quitan la esperanza al más optimista en la Colombia de Petro, pero hay una que está pasando de agache y que nos debería alarmar como nada: según una encuesta adelantada por Fenalco, el 30 % de los comerciantes de Bogotá manifestó que sus establecimientos fueron víctimas de robo en los últimos cuatro meses.
Y hay otro dato escalofriante: el 5 % de los encuestados se declaró víctima de la extorsión.
Esta cifra se suma a otros eventos desesperanzadores, como las denuncias de presencia del ELN en Bogotá o el incremento este año en un 10 % de los homicidios en nuestra ciudad, dato reportado por el fiscal Francisco Barbosa en el programa de Pacho Alerta. Pero no es que seamos una isla: es indudable que la seguridad está retrocediendo en toda Colombia a niveles no vistos desde finales del siglo pasado.
Tal parece que el deseo más honesto de este Gobierno es devolvernos a los años del triunfo de la subversión y la delincuencia, algo delicado si se consideran factores más allá de la básica seguridad.
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¿Qué significa que 3 de cada 10 comercios hayan sido asaltados este año en Bogotá? En términos económicos, no solo una pérdida monetaria, sino además el miedo profundo a emprender negocios.
Como si fuera un espejo en el que se puede ver reflejada esta miseria, en la misma semana que conocimos estas lamentables cifras se conoció el anuncio de la salida de ExxonMobil de Colombia: menos empleos, menos inversión, menos impuestos, menos regalías, menos seguridad.
Pero no se trata, en ningún caso, de una fábula de la oposición, ni mucho menos de un alarmismo delirante dedicado a hacer quedar mal a un gobierno que, a ojos de sus seguidores, es histórico y perfecto: según el reporte de Economist Intelligence, Colombia bajó seis puntos en el índice de clima para hacer negocios, un descenso similar al de Serbia o Letonia.
Es como si empezáramos a presenciar el inicio de una caída vaticinada por muchos con el triunfo de Gustavo Petro: el enemigo ya no es la inseguridad, sino los empresarios, la generación de empleo privado y la inversión con capital extranjero. Ese odio por lo privado es el mismo que anima todas las reformas adelantadas por este Gobierno: la reforma que anhela barrer con la EPS privada, sin considerar su eficiencia, posee el mismo espíritu que la reforma tributaria, que asfixiará todavía más a las empresas de hidrocarburos.
Expresión de ese abandono de lo privado es la inseguridad: la forma más expedita hallada por este gobierno ha sido meter al país en una “paz total” que no ha sido otra cosa que la increíble pasividad de la Fuerza Pública ante el accionar de los grupos armados ilegales. Los primeros grandes afectados con esta política son las empresas afincadas en regiones hoy sometidas a una guerra sin cuartel, como Arauca, donde los ganaderos están desesperados y vendiendo sus tierras a precios bajísimos, o aquellas regiones con petrolera como Emerald Energy o ExxonMobil.
Volvamos a Bogotá, una ciudad que empuja el 25 % del PIB del país y cuyas condiciones de seguridad, por tal motivo, deberían ser de todo interés para las autoridades. Nuestra ciudad atraviesa momentos difíciles por un futuro nada halagüeño, con las sombras del ELN y las bandas de extorsión asomándose con crecientes amenazas. La inseguridad atenta contra la promesa de prosperidad que es cada país, cada ciudad.
¿Qué nos espera con esa amarga combinación de paz total y reformas contra la empresa privada? Sin duda, dos amenazas que ahora son una sola: desempleo e inseguridad, inseguridad y desempleo, ambas que se conjugan en otras tres palabras: gobierno de Petro.