OPINIÓN

El rabo por desollar

Ya que Santos deja las negociaciones con el ELN en el aire, quien lo suceda tendrá que tomar una decisión. y ninguno de los candidatos ha dicho mucho al respecto.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
17 de marzo de 2018

No han dicho claramente los candidatos presidenciales qué harán, si llegan a la Presidencia, con las negociaciones con el ELN que el presidente Juan Manuel Santos acaba de reanudar. Son el rabo por desollar que le queda a la paz buscada por el actual gobierno, es decir, la parte final y más difícil del proceso. Y como no es previsible que lo pueda desollar en los pocos

meses que le quedan, será al presidente que se posesione el próximo 7 de agosto a quien le corresponderá darles continuación o ponerles fin.

La decisión no será fácil, porque cualquiera de los dos caminos tiene serios problemas. El principal de los cuales, por supuesto, es el ELN mismo, del cual sigue sin estar claro si quiere de verdad buscar la paz o si no quiere hacerlo: entre tanto no pierde nada negociando. Y por eso ni cede ni se levanta de la mesa, sino que da largas. Pero del lado de enfrente, por el contrario, se pierde tanto con la ruptura como con la continuación de las conversaciones: lo uno conduce a la reanudación de los combates y la multiplicación de las víctimas; lo otro parece no llevar a ninguna parte. Ya el ELN, como tema del V ciclo de conversaciones, anuncia que se va a tratar en primer lugar el de “la participación de la sociedad en la construcción de la paz”. ¿Qué es participación, qué se entiende por sociedad, cómo se define la paz? Esto va para largo. No en balde se numeran las reuniones de la Mesa de Quito con números romanos, que dan siempre una impresión de eternidad.

Ya que Santos deja el asunto en el aire por el poco tiempo que le falta, quien sea que lo suceda tendrá que tomar una decisión. Y ninguno de los candidatos ha dicho mucho al respecto.

Iván Duque, por ejemplo, que se ha mostrado tan vago sobre los acuerdos firmados con las Farc – “ni trizas, ni risas”, ha dicho: lo cual no quiere decir nada–, lo será más todavía sobre el ELN. Sin duda su patrón Álvaro Uribe le aconsejará –¿o le ordenará?– la ruptura: nada hay de qué hablar con esos bandidos, y hay que darles plomo. En su condición de huevito empollado en la incubadora del Centro Democrático el presidente Duque tendría menos libertad de iniciativa que cualquier otro: sus votos no son suyos, y su gobierno tampoco lo sería. Así que no sería probable que imitara la traición de Santos, desembarazándose de la coyunda de Uribe sobre el mismo tema de la guerra y la paz: Uribe no se dejará capar dos veces, como los perros viejos.

Pero tampoco es previsible lo que podría hacer Sergio Fajardo si fuera presidente, ya que siguiendo su habitual táctica de campaña se ha limitado a no decir ni mu. En cambio Germán Vargas, tan cauteloso cuando era el vicepresidente de Santos sobre los diálogos con las Farc, sí ha sido claro como candidato sobre los del ELN: los rompería de inmediato. Tal vez Humberto de la Calle sería el más indicado para continuarlos, dado el papel central que jugó en el logro de los acuerdos con las Farc: pero por ahora no parece muy probable que vaya a ser él el sucesor de Santos en la Presidencia. Y en cuanto a Gustavo Petro, es el mejor situado para llevar los estancados diálogos a buen fin, por dos razones. Una es su amistad –aunque la niegue ahora– con el gobierno de Venezuela, que desde hace muchos años protege y da cobijo a la cúpula del ELN. Y la otra es su cercanía con su fingido rival en la consulta del domingo pasado, Carlos Caicedo. Este es, en efecto, un antiguo militante de la Corriente de Renovación Socialista, disidencia escindida del ELN a mediados de los años noventa. Aunque también podría ser que, conocidas las tradicionales características fratricidas de esa organización, Caicedo resultara más un obstáculo que un puente.

Con lo cual volvemos a lo mismo de siempre: el problema de los diálogos de paz con el ELN es el ELN.

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