OPINIÓN

¿Santrich hundirá la paz?

La paz no puede depender de un solo hombre. Caer en la trampa del uribismo sería un error fatal.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
7 de julio de 2019

Se voló Jesús Santrich. No generó sorpresa. Al fin y al cabo, era de esperarse. Santrich no estuvo con el acuerdo de paz. Era conocido por pocos cuando fue nombrado negociador principal. En ese entonces, llevaba varios años viviendo en Venezuela y era la mano derecha de Iván Márquez. Se dice, incluso, que la trampa del narcotráfico era contra Márquez, y no para él.

Santrich se une a los líderes de las Farc que están escondidos: primero a Márquez, luego al Paisa y, finalmente, a alias Romaña. Algunos lo han descrito como parte de la línea militar. El ala política –alias Timochenko y Carlos Lozada– estaba con el acuerdo; Márquez, con los escépticos. Existe la percepción de que los llamados duros o arrepentidos están regresando a las armas, y de que el grupo es creciente. El Centro Democrático ha hablado de 5.000 reincidentes.

Son palabras mayores; serían dos terceras partes de las antiguas Farc. Que ese número no haya tenido un debate es increíble, más aún si la cifra viene del expresidente.

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Lo irónico es que es paja, lo dijo el mismo Gobierno. Según cifras gubernamentales, apenas 750 de 13.000 no aparecieron. El Gobierno ha comprendido que es mejor ser conservadores, ya que hablar de guerrilleros nuevos o reincidentes no es chiste. Hay que cuantificar con mucho cuidado.

La razón es sencilla: representaría una amenaza para el bienestar de los colombianos. Emilio Archila, el consejero de la reinserción, lo tiene muy claro. Es diciente que se haya convertido en el principal interlocutor del Gobierno, en lugar del ministro de Defensa. Tiene una mayor credibilidad; mucho mayor.

La paz no puede depender de un solo hombre. Caer en la trampa del uribismo sería un error fatal.

Uno de los errores más comunes es confundir las disidencias con los reincidentes. Las disidencias nunca se desmovilizaron. Conocidas como la narcoguerrilla, estaban encabezadas por alias Gentil Duarte y John 40, jefes de las Farc que no quisieron abandonar el negocio de la droga.

Los reincidentes son guerrilleros que, ya firmada la paz, no le comen cuento. Deciden abandonar el proceso, pero no necesariamente volver a las armas. Por eso ponerles una cifra es difícil. En este grupo están escondidos los cuatro jefes de las Farc.

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La gran pregunta es cuál es su motivación: ¿se fueron del acuerdo por su incumplimiento en lo esencial o para salvarse a ellos mismos? Tristemente, creo que es lo segundo.

Iván Márquez le teme a la extradición. Y es evidente que le estaban buscando la caída por ese lado; lo mismo a Santrich. Las pruebas lo implican como un delincuente y es culpable para la mayoría de los colombianos.

Alias Romaña sabe que es el guerrillero más odiado, y ser el de las “pescas milagrosas” no ayuda. Al Paisa le pasa igual: ideó la bomba del Club El Nogal y eso no le abre muchas puertas. Ha preferido estar en la clandestinidad; no confía en la justicia.

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El interrogante que queda es si serán capaces de encabezar nuevamente un frente de las Farc. No es como peluquear bobos. Hay que volver a la vida clandestina, lo que supone no tener lugar seguro para pernoctar en Colombia. Es una vida desagradecida, más cuando ya han probado las mieles de la civilización.

No veo a Santrich, con sus dificultades de visión y movilidad, de regreso al monte y comandando una guerrilla. Por eso busca la paz para él; los demás guerrilleros no valen. Así mismo ocurre con los otros tres líderes. Incluso si el Paisa o Iván Márquez se unen a las disidencias, no representan un regreso de las Farc. Así no funciona la guerrilla. Se debe luchar para ascender. Y no veo cómo quienes lideraron la paz puedan de un día para otro encabezar la guerra. Así no opera el conflicto.

El problema con Santrich es otro; es mediático. Para los enemigos del acuerdo, es un ejemplo de que la justicia no funciona. El Centro Democrático lo dijo en un comunicado el domingo, a pocas horas de conocerse la desaparición de Santrich. Pidió reformar la JEP y agilizar los trámites. En otras palabras, lo de siempre.

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El caso Santrich también tiene a mil a los propaz. No lo quieren, pero necesitan que la justicia sea funcional. Es un símbolo del proceso. O así ha sido vendido por los enemigos de la paz.

Creo que se ha generado una tormenta en un vaso de agua. Lo que le ocurra a Santrich no afecta el proceso. Es uno de 10.000 hombres y mujeres desmovilizados. Las Farc ya limitaron su impacto recordándole sus compromisos con el país.

La paz no puede depender de un solo hombre. Caer en la trampa del uribismo sería un error fatal.

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