OPINIÓN
Se mandan huevo. Nos creen pendejos
“Esto ya no es sospecha, es la evidencia de que el clientelismo bipartidista entró en pánico, saben que la debacle electoral se les vino encima y que el cambio ya no es una quimera, es una realidad”.
Kant decía “atrévete a pensar”, que significa pensar por uno mismo, y Marx advertía sobre “cambiar la sociedad”, proponiendo que la humanidad debe ser dinámica y no estática. Pues bien, esos imperativos son los patrones en los que se mueven hoy los ciudadanos libres de la sociedad colombiana: la gente pensando por sí misma y con la idea de que este estado de cosas tiene que cambiar.
Y precisamente es a ese cambio y a la nuevas generaciones a lo que hoy las oligarquías y políticos tradicionales le tienen temor, porque ello significa que pueden perder el poder y el control institucional que tienen del país desde hace varias décadas atrás. Eso es lo que no quiere esta derecha (conservadores y liberales tradicionales, de viejo cuño) hoy reciclada en una montonera que coincide en una narrativa clientelista: hacerse con el botín. Ese es su único dogma.
No nos equivoquemos, el problema no es solo Uribe, el expresidente es un eslabón en esa cadena de suministros ilegales que es la corrupción que se perpetuó en el poder; corrupción enquistada y diseñada para garantizar, utilizando todos los métodos posibles, que hijos, nietos, parientes y borregos regionales más cercanos no queden huérfanos de poder. Ese ha sido el esquema y evitarán modificarlo. Todos son iguales: Lleras Camargo, Valencia, Lleras Restrepo, Pastrana, López, Turbay, Betancur, Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe, Santos. De esos doce, que entre el diablo y escoja. En ellos se resume el catastrófico país que tenemos. Fueron gobiernos plagados de supersticiones y prejuicios. Gobernaron a medias y no quisieron hacer las cosas bien porque representaban y representan intereses. Toda la vida han sido mimados por las élites económicas y por sus brazos mediáticos, tanto así que han acabado convirtiéndose ellos mismos en la élite plutocrática que hoy nos gobierna. Hoy los que les sobreviven y los nietos de los que murieron se inventan partidos, movimientos, disidencias pero a la final tienen el mismo objetivo: perpetuar el bipartidismo Frente-Nacionalista. Y de Duque ni hablar, es un pobre hombre sin historia, al que le dio miedo hacer historia. Tan corto es políticamente, que se declara dizque de “extremo centro”. Pobre país.
En la Colombia del poder, nada es aislado. Todo está bajo control. Planean una seguidilla de acontecimientos para camuflarse en ellos. Entonces ocurre que de buenas a primeras aparece una propuesta para ampliar el periodo del actual presidente y de los congresistas. Y para ello, para no levantar sospecha, buscan al funcionario más gris, el presidente de la Federación de Municipios, para que lance el globo con la novedosa iniciativa. Y después, de buenas a primeras, unos interesados parlamentarios -de todos los partidos tradicionales- plasman la idea en una reforma constitucional. Y nadie sabía nada. Así funciona este poder. Como el caso de la UP, los falsos positivos, los líderes sociales, los indígenas, campesinos y firmantes de la paz, a todos los matan, y nadie sabe nada.
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Y como no se dan por vencidos, entonces sacan del cubilete otra propuesta tras el rotundo fracaso de ensanchar el periodo y sin ruborizarse, como caído del cielo, aparece un político del Partido Liberal –que lidera Gaviria- para “sorprender” con otra novedosa reforma: ligar las elecciones parlamentarias de 2022 a la primera vuelta presidencial. Se mandan huevo. Nos creen pendejos.
Esto ya no es sospecha, es la evidencia de que el clientelismo bipartidista entró en pánico, sabe que la debacle electoral se les vino encima y que el cambio ya no es una quimera, es una realidad. Buscan por todos los métodos cerrarles las puertas a las consultas de los partidos alternativos para perversamente alentar las divisiones partidistas y, por supuesto, para garantizar el voto a cambio de un tamal.
“La ignorancia es un estado de llenura”, decía Estanislao Zuleta, tras describir, como lo hacía inteligentemente, la realidad colombiana. Pues metámosle un laxante, no para evacuar el vientre, sino para salir de la inercia de las divisiones, y unámonos: el pacto histórico es una excelente alternativa para cambiar a Colombia.