Enrique Gómez, columnista invitado.
Bogotá, febrero 14 de 2022. Foto: Juan Carlos Sierra-Revista Semana.

Opinión

Se quitó la máscara y de la maldición maya

Ante las evidencias del Petro autoritario, la prensa, los opinadores y los centros de poder mantenían discreto silencio, un tono mitigador o precaria compostura.

24 de octubre de 2022

Difícil saber cuál ha sido la principal motivación para que, desde el 12 de octubre en particular, en su ya famoso discurso en Caldono, el del enemigo interno, Petro se haya quitado la máscara de demócrata que sedujo al establecimiento santista, a las celebridades mediáticas y periodísticas, al votante incauto de centro y que tan útil resultaba a lo clientelistas podridos de la coalición de gobierno.

Antes de Caldono ya habíamos denunciado muchos reflejos totalitarios de Petro: estigmatizaciones a empresarios, acusaciones a ganaderos, amenazas de intervencionismo económico, dualidades dogmáticas y, claro, las mentiras.

Ante las evidencias del Petro autoritario, la prensa, los opinadores y los centros de poder mantenían discreto silencio, un tono mitigador o precaria compostura.

Pero la máscara cayó. Desde Caldono, en actos oficiales, habla el Petro verdadero explicando estrategias para transitar rápido hacia la dictadura. Define enemigos internos y externos, como buen marxista, justifica el desprecio por el Estado de derecho, convoca masivas manifestaciones, promueve la democracia popular vinculante de sus diálogos regionales con bandidos.

Pero volvamos a las causas probables del destape o de lo que más parece el pie en el acelerador de la locomotora que nos llevará a la dictadura del amor.

No hay duda de que la recesión global coloca a Petro ante el derrumbe acelerado de su popularidad. Por ello, el ‘Petroestablishment’ siente que no tiene tiempo de guardar las formas para satisfacer las sensibilidades democráticas de sus aliados políticos, periodísticos y empresariales a quienes de todas formas desprecia.

La reacción lógica de los mercados a la desaforada tributaria, las amenazas de corralito cambiario, la reforma laboral, la exacción del ahorro pensional y la mesiánica destrucción de las industrias de hidrocarburos y minería, ha sido brutal contra el peso colombiano. También impulsan la devaluación la salida monumental de capitales nacionales y extranjeros del país. El explicable “empaque y vámonos” ha devorado cambiariamente el mejor año de exportaciones en la historia de Ecopetrol. Petro no puede negar la responsabilidad en la debacle cambiaria y anticipando el funesto impacto en la inflación, el empleo y la reactivación; la reacción del ‘Petroestablishment’ es adoptar la estrategia de la fuga hacia adelante. Profundizar el amor antes de que duela tanto que el pueblo se levante enfurecido y desplegar rápido las herramientas de dominación en las que son excelentes (violencia callejera, bodegas digitales, desprestigio de opositores, activación de colectivos a sueldo).

Una tercera causa para quitarse la máscara y dejar las apariencias es la aparición, en medio de los anuncios y promesas de mermelada, de un mínimo sentido de supervivencia en los politiqueros de su coalición. Este sentido de supervivencia se materializa en tres conductas. Los jefazos de bancada reaccionan a la presión del lobby financiador, los parlamentarios dan la vuelta por sus terruños y vuelven impactados de la impopularidad de las medidas que Petro les pide aprobar y ponen el freno de mano y, finalmente, conscientes del desastre de la agenda de Gobierno, renegocian su voto para reunir más recursos y comprar dólares rapidito.

Cualquiera de las tres reacciones de supervivencia del Congreso, atragantado de mermelada, enerva a Petro. Les quita velocidad a sus ansiadas victorias tempranas y le merma el potencial fiscalista de la “gorda”, la tributaria indispensable para amarrarse en el poder.

Un logro grande de Petro, de su exclusiva autoría, es tener tranquilos a sus conocidos guerrilleros, mafiosos y delincuentes. Victoria temprana derivada de los negados diálogos de la Picota. Puede que estos diálogos hayan avanzado más de lo que imaginamos e incluyan la posibilidad de un respaldo violento y armado a la anunciada destrucción del enemigo interno, ese Estado de derecho frágil que de todas formas nos garantiza en algo nuestras libertades.

Mientras tanto, en las cocinas de la Pacha Mama se preparan menjurjes alucinógenos que toman seguido las sacerdotisas y sacerdotes del petrismo y que reparten digitalmente a los fervientes del culto. Los brebajes los mantienen repitiendo los cánticos, esperando el eclipse, haciendo sacrificios humanos. Cuando el Gobierno destaca por doquier nuestra cultura indígena, no deja uno de pensar en la desaparición súbita de los mayas. Cuando un liderazgo autoritario, drogado, intoxicado de plantas viajeras, pareció haber perdido contacto con su realidad y su mecánica social y se destruyó como cultura. No solo le pasó a los mayas. Más cerca, en el Perú antiguo, los enigmáticos vestigios de Chavín de Huántar muestran también los riesgos de la ayahuasca mentirosa.

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