Opinión
Semanas muy decisivas
Las décadas de decaimiento, degradación institucional y social del vecino país nos debe servir de espejo, de ejemplo, para mantener nuestras instituciones fortalecidas
A Venezuela le esperan 18 semanas de infarto para las elecciones del 28 de julio, después de las cuales, se definirá su futuro por los siguientes seis años. Esas elecciones también serán determinantes para el futuro de las relaciones comerciales, institucionales y poblacionales con nuestro país.
Venezuela y Colombia mantuvieron durante los pasados 25 años una relación disfuncional, donde no ha existido un equilibrio que permita proyectar ningún largo plazo. Y los factores políticos han sido las cargas que han movido prácticamente todo el dial de las relaciones: las comerciales, las económicas, las académicas e incluso sociales han permanecido completamente subordinadas a estos factores. La incertidumbre ha sido la regla para los pobladores en ambos lados de la frontera.
Colombia pagó un precio alto por la vecindad: Nos transformamos en puente, en hogar de paso y lugar de residencia para millones de venezolanos que se han visto en la necesidad de salir de su país. Frente a las dificultades que existen hoy en Colombia -a causa de mantener tantas personas en desarraigo- durante los últimos años tuve la oportunidad de conocer también a muchos venezolanos que han contribuido al desarrollo de nuestro país.
En el sector salud muchos médicos venezolanos encontraron en nuestro país un lugar de trabajo para contribuir a la salud de los colombianos. En otros sectores de la economía existen notables venezolanos que trabajan como gerentes, académicos, también en otras profesiones y oficios. En todos encuentro una profunda y conmovedora nostalgia hacia la patria que los educó y conocieron antes del fatídico 2 de febrero de 1999.
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En tierras venezolanas se escuchaba un discurso pseudo progresista que actualmente impera, se escucha y campea por Latinoamérica. En algunos de sus apartados se tildaba a esas personas como una ‘elite privilegiada que medró el esfuerzo de los más pobres y de la inequidad en el acceso a los bienes sociales’. Esas “aristocracias” construyeron su vida, a partir del gran esfuerzo de generaciones y familias que utilizaron su duro trabajo como herramienta de progreso, y que hoy cubren a millones de personas de las clases medias que construyeron su vida con ese arrojo. Hoy ese concepto está completamente devaluado, bajo la visión de un Estado paternalista, que busca infructuosamente asegurar una igualdad espuria y denigrante.
Sin embargo, más allá de las narrativas, los resultados del vecino país en las últimas dos décadas son contundentes: Más de 5 millones de venezolanos huyeron del país; 9 millones están en situación de inseguridad social -de moderada a grave-; la inseguridad alimentaria y el acceso a los alimentos afecta al 59 % de los hogares y su sistema de salud fue destruido completamente. Adicionalmente, la mortalidad evitable hoy tiene niveles que prácticamente no se ven en ninguna otra nación latinoamericana, con excepción de Haití.
Irónicamente, la constitución venezolana estipula que “el régimen socioeconómico de la República Bolivariana de Venezuela se fundamenta en los principios de justicia social, democracia, eficiencia, libre competencia, protección del ambiente, productividad y solidaridad, a los fines de asegurar el desarrollo humano integral y una existencia digna y provechosa para la conectividad’. Sin palabras frente a la incoherencia de la realidad.
Frente a ese panorama, el proyecto político y la posibilidad de María Corina Machado representa una esperanza que hoy siguen con expectativa millones de venezolanos de todas las clases sociales. El régimen de Maduro se caracteriza por actuar con la mayor sevicia para destruir cualquier posibilidad para que esa mujer valerosa y corajuda, como muy pocas personas, pueda acceder a unas elecciones justas. No contentos con eso, el régimen utilizó su fiscalía de bolsillo para encarcelar al entorno cercano de María Corina, porque alto es el nivel de miedo que le tienen.
Ella sacó un as bajo la manga al designar, como su sustituta, a María Corina Yoris, una académica de 80 años. Esto sorprendió al régimen venezolano que, seguramente esperaba un político de menor factura, a quien derrotar fácilmente o a quien enfilarle su Fiscalía para hacer el daño justo antes de las elecciones. Con la nueva candidata les será muy difícil a los maduristas construir una acusación dada su absoluta y cristalina hoja de vida.
Para nosotros, como colombianos, no pueden pasar desapercibidas las elecciones venezolanas. Hay mucho en juego y un horizonte de 6 años del chavismo nos generará muchos más problemas. Una vez reinstalado el régimen, el exilio y el desarraigo nos pasará una muy grande factura. Es claro que el actual gobierno colombiano juega al madurismo.
Tenemos que ser vigilantes de las elecciones del 28 de julio y las Organizaciones No Gubernamentales, las misiones electorales de la Organización de los Estados Americanos y los líderes de opinión tendrán que convertirse en los veedores de unas elecciones justas y transparentes en el vecino país.
Las décadas de decaimiento, degradación institucional y social del vecino país nos debe servir de espejo, de ejemplo, para mantener nuestras instituciones fortalecidas y apoyar a los patriotas en este momento tan crucial y determinante. Colombia no es Venezuela, pero abramos bien los ojos y la inteligencia para no creer aquí tampoco en superfluas asambleas constituyentes.