OPINIÓN

Iván Duque, Iván perdiendo

Y ahí fue cuando lo visualicé, como lo decía al principio; visualicé a Duque como DT. Finalmente, la selección es la única rama del Estado que le falta por cooptar al uribismo.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
23 de junio de 2018

Visualicé a Iván Duque como director técnico de la Selección Colombia, cuando comprendí que la vida consiste en matar dos pájaros de un tiro. No engaño a nadie; desde que el uribismo regresó al poder, y a la vez la Selección Colombia debutó con un saldo miserable en el Mundial, mi semana marchaba como la reglamentación de la JEP: sin esperanzas. La depresión me consumía. Los días no tenían sentido. Vivir era un madrazo en la boca del senador Ramos: una cobardía silenciosa.

–¿Qué es esa cara? –me dijo mi mujer en el desayuno.

–Que estoy desesperado –le confesé–: Uribe gana, Colombia pierde: ¡qué ganas de beberme de un solo trago unos binoculares llenos de aguardiente!

–¿De qué hablas? –me preguntó.

–Pues del comienzo del gobierno de Duque y del comienzo de la selección en el Mundial.

–Pásame la mermelada –dijo sin oírme.

–Se está acabando –respondí, como si aludiera a su trabajo en el gobierno.

–Ven y la raspo –remató con frase digna de funcionaria en esta época.

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–Qué agobio el Mundial, qué agobio la política: ¡qué ganas de irme a ver ballenas con Fajardo! –me quejé.

–¿Pero la cosa no está empezando apenas? –razonó.

–¡Qué va! ¡Si ya jugó el primer partido!

–Hablo de la administración de Duque –me dijo.

–Pues sí, pero se nota que está llena de paquetes…

–¿La selección? –preguntó.

–No, la administración de Duque –le aclaré.

–¿Y la selección?

–La selección es un tiro al aire –le dije–: como el gobierno de Duque.

No fue sino utilizar esa expresión para que mi mujer rematara la charla:

–Pues si es un tiro al aire, deberían matar dos pájaros de un tiro y dejar que Duque maneje la selección, a ver si gana, como ganó él.

No le faltaba razón. A lo mejor acá haya un mensaje de Dios, me dije mientras recogía los platos; a lo mejor necesitamos que Duque tome las banderas del equipo con ayuda del Eterno. Del Presidente Eterno, quiero decir.

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Y ahí fue cuando lo visualicé, como lo decía al principio; visualicé a Duque como DT. Finalmente, la selección es la única rama del Estado que le falta por cooptar al uribismo.

Visualicé entonces que el presidente electo se quitaba el pantalón de gala y quedaba en cortos, y, planilla en mano, citaba a reunión de empalme a Néstor Pékerman para evaluar, de canoso a canoso, la situación del combinado.

Nunca había dirigido un partido, pero eso poco le importaba al Profe Duque, que se presentaba de este modo ante sus pupilos:

–Soy la nueva generación del fútbol colombiano –decía, mientras lo rodeaban, como telón de fondo, el Bolillo Gómez, el Profe Maturana y el Chiqui García, sus mejores asesores.

Y sin mayores preámbulos, advertía su estilo de juego:

–Meteré a Uribe –anunciaba con énfasis.

–¿Caliento, Profe? –reaccionaba Matheus.

–Me refiero a Álvaro: nuestro Capitán Eterno.

Explicaba luego la esencia de su toque, toque:

–Voy a proponer que unifiquemos los árbitros en un gran árbitro, para ahorrarnos el sueldo de los dos jueces de línea (y así no agarran en fuera de lugar al Capitán Eterno); María Fernanda Cabal será jefe de porristas para que haga fuerza ante la Unión Soviética, y exigiré el regreso de Arias…

–Pero cada vez que subo, yo siempre regreso, Profe –se defendía Santiago Arias.

–Me refiero al de Andrés Felipe: ¡vamos a jugar al ataque, inspirados en los mejores momentos de Valencia! –gritaba.

–¡Viva el Tren Valencia! –aventuraba Felipe Buitrago, uno de los desconocidos miembros del nuevo cuerpo técnico.

–Me refiero a Fabio…

A lo largo del día, seguí suponiendo lo que podría pasar  #SiDuqueFueraDT y mi depresión fue en aumento. Incapaz de desmarcarse de la doctrina uribista, el Profe Duque pedía a los carrileros ocupar el terreno contrario, y fumigarlo; ocupar el campo rival, y fraccionarlo para repartir subsidios; atacar por la ultraderecha; no volver a jugar las eliminatorias en La Paz; salir por las bandas, en especial por las bandas criminales, y tener mano dura:
–Mano dura –les reclamaba–: mano dura como la de la Roca Sánchez: roja directa para todo el mundo.

Al final del primer entrenamiento, Paloma Valencia ingresaba en el vestíbulo y, sin mayores datos, solo por si acaso, advertía una persecución de la terna arbitral en contra de Uribe; Alberto Carrasquilla se presentaba como gerente de la federación y recortaba el salario de los recogebolas; el VAR evidenciaba las grotescas faltas verbales que el senador Alfredo Ramos negaba. Y la secretaria eterna Alicia Arango aparecía repentinamente en el camerino para advertirles a los muchachos que el técnico era Duque, o aún Pékerman, si querían, pero que el jefe es Uribe.

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En su círculo político presionaban al DT para sacar al Tigre y meter a la Gata; entregar el pase de Bacca a Fedegán y pedir a Andrés Pastrana que aconsejara al portero David Ospina para los despejes.

Qué depresión. Era evidente la forma en que, rehén de su partido, Duque volvía trizas a la selección.

Pero mi día se compuso cuando visualicé lo contrario: que fuera Pékerman, y no Duque, quien asumiera la Presidencia de la República. Se lo comenté a mi mujer al día siguiente, en el desayuno, pero no me puso atención. Ya no me para bolas. Ojalá David Ospina no siga su ejemplo. 

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