OPINIÓN
Si no es ahora, ¿cuándo?
En 2019 tuvimos la primer real manifestación masiva de inconformidad hacia el Gobierno, la pandemia se nos metió y encerró esos ánimos por pánico al virus, es momento de convocar un verdadero pacto nacional que logre incluir a aquellos que nunca han sido tenidos en cuenta, es una oportunidad irrepetible.
Sin duda, la pasmosa, confusa y aparente calma que hubo en el año 2020, por cuenta del confinamiento obligatorio, borró por completo las imágenes de caos y de absurda violencia que enmarcaron la protesta social en noviembre de 2019, una protesta que para esos días detuvo el país tal y como hoy sucede nuevamente, y que fustiga con una sensación indómita de zozobra, en la que el sonido de las sirenas de ambulancias y patrullas, los despliegues de cientos de uniformados en las calles de nuestras ciudades, nos recuerdan que dentro del colectivo social, la inconformidad está enquistada y hace parte de un mal que con dificultad podremos siquiera imaginar o dimensionar. La sociedad colombiana está descontenta, está fatigada y a su turno desesperanzada, no se trata de una crítica a este gobierno, sino sencillamente una sobresaturación de años y años de descontento, aunado a la crudeza e inmediatez de la información que para estos días se mueve a una velocidad incalculable al interior de las redes sociales y sistemas de comunicación, que alimentan con gasolina el fuego de la indignación social.
La bomba de tiempo que implica esta protesta, versión 2021, estalló, y estalló en la cara del presidente Duque, quien sin duda, desde el 7 de agosto de 2018, se ha esforzado por hacer las cosas bien, pero desafortunadamente, para estas alturas de su mandato, su autoridad, mensaje y congruencia se ven disipados, por yerros, faltas de cálculo y mensajes erráticos, sin embargo, el grado de descontento popular, no puede tornarse en una patente de corso, para intentar desequilibrar el orden democrático y constitucional, como aparentemente ciertos sectores pregonan conminando a la reiterada y sistemática violencia; una invitación al caos, en donde el descontento cegado por la euforia termina, en la más elemental de las paradojas, la destrucción de los bienes públicos, esos que le pertenecen a todos los ciudadanos, ese patrimonio que está en cabeza de cada uno de nosotros por el solo hecho de ser ciudadanos.
La situación es más delicada y complicada de lo que aparentemente nos muestra la realidad, pues el Gobierno nacional retiró del congreso la fallida y nefasta reforma tributaria, la cual fue el florero de Llorente de lo que está sucediendo actualmente en el país, sin embargo, esta medida del gobierno, no disipó la protesta, por el contrario, pareciera que lo que hizo fue extremar y prolongar las calenturas, y todo parece indicar que la calma aún está bastante lejos, por ello el gobierno debe de manera inaplazable convocar a un pacto definitivo por la unidad del país, un acuerdo sensato y primordialmente incluyente, que realmente convoque a los actores que están en este momento sufriendo de primera mano los verdaderos impactos de la pandemia y del desangre de nuestra economía. Es momento de llamar a los dolientes de la compleja realidad por la que atravesamos, no puede el Gobierno nacional, caer en el imperdonable error de concertar un plan nacional de unidad, en un salón del Club el Nogal, o en un lujoso apartamento en el barrio Rosales de Bogotá, contando única y exclusivamente con la voz de la tradicional dirigencia política que tan lejos se encuentra del sentir popular, es momento para que el presidente convoque una mesa nacional integrada por estudiantes, por maestros, por indígenas, por agricultores, por profesionales, por la clase media, por los sectores populares, por la industria y por todos aquellos que sistemáticamente han sido relegados de cualquier forma de participación durante décadas.
La gente está en las calles por una sencilla razón: la insatisfacción generalizada, la falta de contexto entre la ciudadanía y la elite política del país, esa clase política, arribista, esnobista e hipócrita que desafortunadamente, salvo contadas excepciones, solo se acuerda de la barriada y del pueblo en el año electoral. Unos dirigentes, que no tienen vínculo con sus electores, que después de recibir sus credenciales no vuelven a pasar al teléfono, una clase política desagradecida y mezquina, por eso es que el gobierno debe centrar esfuerzos en evitar a toda costa que el llamado a la unidad se torne en una capitalización de uno u otro partido, pues como ya lo hemos visto, nuestros dirigentes son especialistas en pescar en río revuelto, o qué decir de aquellos que hoy, en medio de la compleja situación y aprovechando la concesión del ejecutivo de retirar el proyecto de reforma tributaria, hacen el irresponsable llamado a derogar la reforma tributaria aprobada en 2019, a este paso, esas voces van a solicitar la derogatoria completa de nuestro ordenamiento jurídico. Reiteramos, es una oportunidad para que Iván Duque, pase a la historia y al margen de los dogmatismos, convoque a esos sectores consuetudinariamente marginados, a esos que nunca han tenido voz, es momento de darle la oportunidad a aquellos que durante décadas no han tenido visibilidad, y que han tenido que lidiar con la frustración de la insolencia de una clase dirigente que ha desfalcado, que ha robado, que ha asesinado y que nunca ha sido responsabilizada por estos hechos; es momento de darle cabida a aquellos que nunca la han tenido.
El pueblo explotó y el exorcismo empezó, por primera vez Colombia muestra una actitud de hastío, rechazo e inconformidad por los diferentes factores que tocan la llaga de la inestabilidad de un colombiano, el proyecto de la tributaria fue el detonante que estalló la furia del colombiano que sigue ganando lo mismo, pero su bolsillo se va vaciando por los incrementos en la canasta familiar del país, el ciudadano de a pie, no podrá jamás entender que lo que paga en sus recibos de servicios públicos tenga un incremento del 19 %, cuando tiene que soportar con indignación toda la colección de casos de corrupción que le han costado billones de pesos a las arcas públicas.
Si no se convoca ahora, puede que las consecuencias sean desastrosas, llegó el momento de actuar y de actuar con premura, el presidente tiene una opción histórica de acabar, de erradicar de tajo las diferencias mediante una inclusión multisectorial, que más allá de los cálculos personales de cada dirigente les permitan a los sectores más vulnerables entrar a la deliberación nacional.
P.D.: Resulta paradójico que la ciudadanía salga a protestar por sus derechos y en ejercicio de estas garantías surja la más cruenta expresión de barbarie. El derecho a protestar legítimamente se convierte en la autodestrucción de sus propios derechos, la arbitraria violación al derecho a la locomoción y a la libertad de movilización mediante la destrucción de los sistemas masivos de transporte, un acto distante de toda lógica, pues precisamente sus atacantes claman por la imperativa satisfacción de las necesidades colectivas, pero expresan su descontento destruyendo los sistemas que movilizan a la totalidad de las voces que ellos pretenden exaltar con sus protestas. Toda nuestra solidaridad con los trabajadores, operadores, conductores y miembros de estos sistemas de transporte, que pese a las dificultades siempre están dispuestos a cumplir su compromiso con la sociedad.